"Lo peor de esta crisis es que después de casi un año, todavía no sabemos si estamos en medio, al final o en el principio". Con esta frase resumía un director financiero de una de las grandes entidades españolas el despiste y la inquietud que produce la crisis. (…)
La crisis financiera que se inició con la fuerte morosidad de las hipotecas estadounidenses de baja calidad y alto riesgo (subprime) se ha extendido a otros activos. Ahora también se han contaminado los mercados hipotecarios de primera clase, las hipotecas de locales comerciales, el crédito al consumo y el crédito a empresas.
Esta capacidad de transformarse y expandirse provoca que esta crisis parezca una epidemia imposible de detener. A medida que estos mercados se hunden, los activos financieros que se basan en ellos se deprecian. Esos activos están en las carteras de muchos grandes bancos internacionales, que necesitan más y más provisiones. Las entidades parecen incapaces de detener la sangría. Hasta el momento, los grupos bancarios más afectados han reconocido pérdidas por valor de 246.300 millones.
Los análisis de las autoridades supervisoras internacionales están fallando. Primero dijeron que cuando se auditaran las cuentas de los grandes bancos se sabría el tamaño del agujero de las hipotecas basura y los productos financieros contaminados. Craso error. Pasó enero, febrero, llegaron las auditorías, se cerró el primer trimestre y, tras casi concluir el segundo, las pérdidas y provisiones siguen castigando a los bancos. Primero se calculó que serían 380.000 millones de euros. Luego el FMI reconoció un agujero de 610.000 millones.
Lo cierto es que el mercado no funciona. Los bancos no se prestan dinero porque todos desconfían de la salud financiera de sus rivales. Esta situación provoca que ninguna entidad esté a salvo. Ni siquiera los bancos a los que la crisis ha cogido con los depósitos de liquidez llenos están tranquilos. Son conscientes de que si empiezan a caer unos, acabarán ellos con problemas. Esta situación se ha trasladado a las empresas -es decir, a la economía real- al acelerar la caída del mercado inmobiliario. Las economías de los países desarrollados se han enfriado de golpe.” (El País, ed. Galicia, Economía, 20/06/2008, p. 40)
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