26.2.25

¿Por qué ahora la administración Trump quiere acabar con la guerra en Ucrania? El primer interés de la administración Trump es quebrar las patas del poder de las anteriores estructuras dominantes estadounidenses... La Administación Trump está en pleno proceso de reestructuración del poder en los EEUU... Para poder siquiera empezar ese proceso, Trump y su equipo necesitan ir cubriendo etapas, una de ellas es cumplir con la promesa electoral de acabar con la guerra en Ucrania. Frente a una población cansada del ciclo de guerras interminables, que tan solo causan gastos económicos que no benefician a esa población, y con una situación catastrófica en cuanto a inflación, pérdida de trabajos en manufactura y falta de cohesión social, terminar con una guerra en el exterior asociada al derroche del dinero de los impuestos, para centrarse en solucionar los problemas internos es un paso lógico... El excepcionalismo y providencialismo estadounidense se mantiene, pero pone su foco en el territorio estadounidense, en el Canal de Panamá y en su proyección ártica, abandonando la intención de imponer y exportar al resto del planeta un supuesto modelo occidental... y reducir el gasto empezando por el pozo sin fondo ucraniano, donde billones de dólares han desaparecido en las redes de corrupción que gobiernan en Ucrania... Abrir un canal diplomático con Rusia, la mayor potencia nuclear del planeta y la mayor poseedora de recursos naturales, es una ganancia obvia... la relación directa entre tres superpotencias es la que va a marcar la realidad geopolítica global. Las élites europeas apéndices de las élites estadounidenses que están siendo desbancadas del poder quedan totalmente expuestas a la cruda realidad. Sin la constante inyección de dinero hacia sus aparatos de propaganda (se acabó la USAID) y con la paralización del softpower-chantaje al que han sometido a cualquier gobierno díscolo, es cuestión de tiempo de que caigan por su propio peso (Aitor Saiz Lasheras)

"Aitor Saiz Lasheras (Zaragoza, 1974) es historiador, formador y especialista en metodologías aplicadas a la simulación y el análisis estratégico. Licenciado en Historia por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), desde 2003 ha desarrollado una destacada trayectoria en la gestión empresarial, la coordinación de equipos y la formación especializada. Como director de TEKNAHI SL Creatividad y Alto Rendimiento, ha trabajado en la intersección entre la formación, la divulgación científica y la innovación metodológica. Su experiencia abarca colaboraciones con instituciones de prestigio como la Sociedad de Ciencias ARANZADI, la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la UPV/EHU y la Diputación de Alicante. Además, se ha especializado en el ámbito de los wargames y la simulación histórica, con aportaciones clave en eventos internacionales y publicaciones especializadas. Actualmente, participa en iniciativas de estudio en el I Congreso Internacional de Geopolítica y Estudios de Área y continúa su labor como formador, traductor y divulgador en el campo de la estrategia y el pensamiento crítico aplicado a la simulación bélica.    

En las últimas semanas, se han registrado movimientos diplomáticos significativos que redefinirán el panorama geopolítico global. Destaca la reciente reunión en Riad entre delegaciones de Moscú y Washington para abordar el futuro de Ucrania, donde se acordó la formación de equipos de alto nivel para avanzar en las negociaciones de paz. Paralelamente, la 61.ª Conferencia de Seguridad de Múnich reunió a líderes mundiales para debatir sobre “seguridad internacional”, en un contexto atravesado por tensiones persistentes, cambios de gran calado en las alianzas y la búsqueda de vías diplomáticas. En este escenario, la experiencia de Saiz Lasheras en análisis estratégico y simulación histórica ofrece perspectivas valiosas para comprender y anticipar las dinámicas emergentes entre las superpotencias y sus implicaciones para la política global.

¿Por qué ahora la administración Trump quiere acabar con la guerra en Ucrania? ¿Qué la motiva a ello? ¿Qué intereses puede tener?

La Administación Trump está en pleno proceso de reestructuración del poder en los EEUU. Esa reestructuración es un proceso traumático de luchas y cambios complejos de los equilibrios de poder en el interior de los Estados Unidos. Para poder siquiera empezar ese proceso, Trump y su equipo necesitan ir cubriendo etapas, una de ellas es cumplir con la promesa electoral de acabar con la guerra en Ucrania. Frente a una población cansada del ciclo de guerras interminables, que tan solo causan gastos económicos que no benefician a esa población, y con una situación catastrófica en cuanto a inflación, pérdida de trabajos en manufactura y falta de cohesión social, terminar con una guerra en el exterior asociada al derroche del dinero de los impuestos, para centrarse en solucionar los problemas internos es un paso lógico.

Todos los puestos clave que están logrando confirmar Trump-Vance apuntan hacia la misma política jacksoniana, con una coherencia demoledora: la Teniente Coronel Tulsi Gabbard como directora de la Inteligencia Nacional, Kash Patel al frente del FBI, Pam Bodi como Fiscal General, Scott Bessent como Secretario del Tesoro, Marco Rubio como Secretario de Estado y Pete Hegseth como Secretario de Defensa. El excepcionalismo y providencialismo estadounidense se mantiene, pero pone su foco en el territorio estadounidense, en el Canal de Panamá y en su proyección ártica, abandonando la intención de imponer y exportar al resto del planeta un supuesto modelo occidental, proyectando el poder de otra manera, con aranceles, diplomacia y músculo militar racionalizado y concentrado.

El primer interés de la administración Trump es quebrar  las patas del poder de las anteriores estructuras dominantes estadounidenses, desvinculándose de su política de injerencia y de cambio de régimen a nivel planetario, en la que cooptaban, pagaban y formaban élites colaboracionistas locales alineadas con los intereses de la hasta ahora élite dominante en Washington. Los pasos que están dando arrojan luz sobre el porqué de las negociaciones con Rusia:

1) Desmontar todo el sistema de ayudas de la USAID y de otras agencias utilizadas para la injerencia exterior, con esto privan además a toda la red mundial de propaganda creada por esas élites y sus colaboracionistas del dinero que la alimentaba. Esa red de propaganda mundial (“prensa independiente”) es la que ha creado las delirantes narrativas sobre la Guerra de Ucrania, o la que ha creado la inexistente amenaza rusa sobre Europa, o ha permitido anular las elecciones democráticas en Rumanía, entre otras herramientas de proyección de poder de dichas élites (o del mantenimiento del poder en el caso de las élites atlantistas de Bruselas y/o de Macrón, por poner dos ejemplos evidentes).

2) Controlar y auditar el gasto vinculado a las ayudas a Ucrania, los gastos de ciertas agencias Federales y del Pentágono. Con esto se pretende golpear a las redes de financiación y de blanqueo de dinero de las anteriores élites opuestas a la administración Trump.

3) Reducir ese gasto drásticamente, empezando por el pozo sin fondo ucraniano, donde billones de dólares han desaparecido en las redes de corrupción que gobiernan en Ucrania, sin olvidar las ramificaciones de esas redes corruptas en el complejo militar-industrial estadounidense, en el Partido Demócrata (y en parte del Republicano). La mejor manera de cerrar ese grifo es parar la guerra y convertir la postguerra en un negocio rentable para la otra industria estadounidense, la afín al programa de reconstrucción nacional de Trump (manufacturas, petroleras, extracción de minerales, etc.).

4) Reducir y racionalizar el gaso del Pentágono, ha comenzado con un 8% de reducción anual durante cinco años, algo dificil sin reducir drásticamente la presencia estadounidense en Europa. Imposible también sin cargar a los europeos con los gastos de su “defensa” y sin replantearse la cuestión de la ayuda militar directa a Taiwan. La reducción de tropas es una ganancia en sí misma, pero además es una baza en las negociaciones con Rusia que puede generar más ganancias en el “intercambio de cartas” de las negociaciones, como el acceso de las petroleras estadounidenses a los hidrocarburos rusos, la colaboración espacial (y no me refiero a la NASA precisamente), o el acceso de la industria aeroespacial norteamericana al titanio ruso, por poner tres ejemplos evidentes.

5) Abrir un canal diplomático con la Federación Rusa, la mayor potencia nuclear del planeta y la mayor poseedora de recursos naturales, es una ganancia tan obvia que apuntala uno de los pilares del programa electoral de Trump, el Common Sense. Hacer negocios con Rusia es otra ganancia evidente, pero sin cambiar la política de sanciones es algo imposible. Las negociaciones también están para aligerar esas sanciones. Nada de esto se entiende sin dar cuenta de la política neojacksoniana que inspira al equipo de Trump y el cambio de prioridades, centradas en Estados Unidos (“limpiar la ciénaga”) y sus expansiones continentales tal y como las entiende ese jacksonismo: desde el Canal de Panamá, hasta el Ártico (Canadá, Groelandia, Islandia e Irlanda están en el radar), con relaciones-pivote con México (muro en la frontera) y Latinoamérica basadas en las tarifas comerciales y en regular el flujo de inmigración, más que en una Doctrina Monroe intervencionista a lo Reagan.

¿En qué términos se está dando la negociación de paz? ¿Qué relaciones pueden mantener EEUU y Rusia de ahora en adelante?

Lo poco que se sabe es que la parte rusa se siente escuchada, que se han abierto canales de comunicación diplomática y que el objetivo es lograr una paz, no una tregua. Parece ser que el realismo y el pragmatismo están siendo la norma, por lo que se sobreentiende que Ucrania será obligada a renunciar a territorios que pertenecen de facto a la Federación Rusa y que su entrada en la OTAN queda descartada, así como la presencia abierta de tropas europeas o vinculadas a la OTAN en la zona de postguerra. Las relaciones parece que van a ser las relaciones diplomáticas y de colaboración de dos superpotencias en competición geoestratégica, dos de las tres que existen realmente en el mundo hoy en día. Las Alianzas pasan a un segundo plano, la relación es directa entre superpotencias: es un conjunto de escenarios de suma 0 en continuo reajuste y reequilibrio, más que un escenario de ganar-ganar o un más que improbable equilibrio de Nash.

Estados Unidos intenta ganar cohesión interna y explicita las limitaciones de la política de alianzas en una realidad de tratos directos entre superpotencias, librándose de cargas vinculadas a esa política de alianzas, así refuerza su posición geopolítica y militar para competir-tratar con China. Sin tener por qué elegir entre Rusia y China, para los EEUU es posible repetir el patrón de trato de tú a tú entre superpotencias con China, y para ello ha de reforzarse, compactarse por decirlo de alguna manera, de ahí su política de proyección continental-ártica (Canal de Panamá, Canadá y Groenlandia, para empezar, y no se pretende una expansión militar, sino adquisiciones por medios económicos) y su proyecto para independizarse de la actual dependencia tecnológica con Taiwan. Para ganar posiciones debe mantener su relación con Los Tres Ojos (Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido: tres, no Cinco, porque no cuento ni a EEUU ni a Canadá), una relación en forma de proyección de poder geográfica más que de alianza, y debe intentar solucionar el inminente problema de la Isla de Diego García.

La Federación Rusa ha de cumplir con los objetivos de la Operación Militar Especial, aliviar las sanciones económicas y contrarrestar la rusofobia de sus vecinos europeos, a ser posible mediante ganancias económicas. Si además logra que la OTAN deje de ser un peligro para su seguridad, mejor. Todo ello sin desandar el camino hacia una mayor soberanía económica y productiva a la que le han empujado las sanciones occidentales, y seguir beneficiandose de relaciones privilegiadas con China (China no tiene aliados, no forma parte de su estrategia el tenerlos).

EEUU y Rusia pretenden negociar la paz dejando de lado a la Unión Europea y a Ucrania. ¿En qué lugar los deja? ¿Cuál es la situación previsible de cara al futuro para la UE y Ucrania?

En su irrelevante lugar, en un mundo donde la relación directa entre tres superpotencias es la que va a marcar la realidad geopolítica global. Las élites europeas apéndices de las élites estadounidenses que están siendo desbancadas del poder quedan totalmente expuestas a la cruda realidad. Sin la constante inyección de dinero hacia sus aparatos de propaganda (se acabó la USAID, amigos) y con la paralización del softpower-chantaje al que han sometido a cualquier gobierno díscolo, es cuestión de tiempo de que caigan por su propio peso. Las declaraciones tras las negociaciones de Riad de las élites atlantistas europeas y británicas y de los personajes que las encarnan están tan alejadas de la realidad que sin la constante creación de su narrativa alternativa, vía propaganda, se desmoronan. Si los propagandistas dejan de cobrar, dejan de producir; si tu relación es de clientelismo hacia un patrón que está siendo sustituído por otro patron al que le molestas, pues tienes un problema. Sobre todo si empiezan a rendirte cuentas en casa, en el caso de que nuevas élites vayan emergiendo en el vacío que está dejando el desmontaje de las redes del atlantismo transoceánico desde su matriz estadounidense.

Ucrania, por otra parte, no tiene ni voz ni voto, el destino de las marionetas desechadas por los estadounidenses suele ser terrible. En este caso el destino de la camarilla Zelensky puede ser peor, al ser desechado no por sus antiguos amos, como le sucedió a Noriega o a Saddam, sino por nuevos y hostiles amos que están limpiando la basura dejada por los anteriores dueños, tanto en casa como fuera de ella. Esto se ha decidido en el campo de batalla y se va a cerrar diplomáticamente, así que Borrell no dio ni una, han ganado los que era lógico que ganaran, no los que él quería, y al final será la diplomacia la que arregle este desastre que él y otros incompetentes peligrosos como él generaron. La mediocridad y negligencia de los principales líderes europeos, de la OTAN y de Bruselas está siendo de dimensiones épicas.

Teniendo en cuenta la relaciones que ha tenido EEUU con la UE en las últimas décadas, ¿estamos ante un nuevo estadio político? ¿Qué va a ser de la OTAN?

Las grandes potencias nucleares (Rusía, EEUU, China) no dependen críticamente de sus aliados para garantizar su seguridad o supervivencia, debido a su superioridad militar absoluta. Hoy las alianzas se basan en los intereses geopolíticos de las superpotencias que las lideren, no en la interdependencia estratégica entre los aliados. Durante la Guerra Fría, alianzas como la OTAN y el Pacto de Varsovia funcionaron como “extensiones territoriales” para operaciones militares, no como socios igualitarios. La disparidad de poder entre superpotencias y aliados erosionó el concepto tradicional de alianzas basadas en igualdad. La permanencia y expansión de la OTAN sólo benefició a ciertas élites y camarillas que hoy en día están siendo sustituidas por otras.

De todas formas, no atribuyamos a la inteligencia lo que pueda ser atribuido a la estupidez: es muy probable que un cúmulo de malas decisiones llevaran a la expansión de la OTAN y a que se utilizará como herramienta de imposición de la voluntad hegemonista de las élites atlantistas transoceánicas. La noción de superioridad absoluta y de potencia única estadounidense se basaba en exportar su modelo, cooptar élites, cambiar regímenes, inmiscuirse en toda soberanía que supusiera un desafío a su estatus de única potencia, único modelo cultural válido. Todo el sistema post-Westfalia era puesto patas arriba. Eso está siendo cambiado por un modelo neojacksoniano en el que las superpotencias priorizan problemas internos sobre los compromisos con los aliados, y la “guerra fría permanente” entre potencias nucleares reduce la relevancia de los aliados en el balance global de poder.

Es en este contexto en el que los EEUU de Trump se plantean el uso de los aranceles y las negociaciones ad hoc, soportadas por el poderío militar compacto desde su espacio geográfico y no disperso por todo el mundo, para ir asentando posiciones frente a sus competidores, a los que ya vuelve a reconocer el estatus de superpotencias y a los que permite ser diferentes, sin pretender imponer el modelo “occidental”; sea lo que sea eso. Algo que todavía no se acepta en la rama europea de la OTAN, anclada en los viejos usos de la anterior élite hegemónica del centro de poder estadounidense.

¿Hasta qué punto la expansión de alianzas como la OTAN en Europa del Este o la presencia china en Asia Central incrementa el riesgo de enfrentamientos entre superpotencias? La primera parte de la pregunta sin duda es la que EEUU está intentando resolver en las negociaciones de paz con Rusia. La segunda pregunta se la estarán haciendo no sólo Rusia y el espacio postsoviético sino también otras superpotencias de segunda fila (India, Pakistán) y otros estados pivote como Turquía e Irán. China, por otra parte, evita las alianzas formales, confiando en su autosuficiencia demográfica y geográfica.

Para Rusia, su posición geográfica única (Europa, Oriente Medio, Asia) exige equilibrio entre múltiples regiones y una asociación estratégica con China. El caso ruso es muy peculiar: Rusia prioriza la estabilidad de sus aliados en el espacio postsoviético (OTSC) para evitar que se conviertan en bases de adversarios (ejemplos en Ucrania o en Georgia), pero los conflictos recientes (Nagorno-Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, choques fronterizos Kirguistán-Tayikistán) evidencian la complejidad de mediar sin tomar partido claro. Simultáneamente, la OTSC busca fortalecer fuerzas colectivas para contrarrestar amenazas externas. Se plantean serias cuestiones para el debate: ¿Cómo afectará la creciente influencia global de China a la asociación estratégica con Rusia y a la reconfiguración de alianzas en Asia?¿Puede la OTSC evolucionar hacia una organización de seguridad colectiva creíble frente a amenazas híbridas (terrorismo, inestabilidad interna)? 

¿Cómo garantizar la independencia política de los aliados sin caer en la instrumentalización como “territorios base” para estrategias geopolíticas de las respectivas superpotencias tutelares? En un mundo cada vez más fragmentado, ¿qué papel jugarán las alianzas tradicionales frente al auge de acuerdos ad hoc y de las alianzas flexibles? Creo que las respuestas a estas preguntas son las que irán configurando nuestra realidad geopolítica, día a día.

En relación con esta nueva actitud de EEUU hacia Europa, ¿qué distintos posicionamientos han surgido entre los diferentes estados europeos?

Salvo la excepción húngara y eslovaca, se podrá decir que los posicionamientos no obedecen ni a la sensatez ni al sentido común. Lo de Rumanía ha sido un despropósito que puede tener consecuencias imprevisibles para la legitimidad del modelo atlantista de Bruselas y de sus ramificaciones en cada estado miembro de la UE. Los líderes europeos más bien parecen obedecer al desconcierto de unos clientes que se han quedado sin su viejo patrón y que no acaban de entender qué está sucediendo con el nuevo. Declaraciones y actitudes como las de Macron, Borrell, Kallas, etc., rozan el esperpento, por alejadas de la realidad. Tal vez se han creído su propia propaganda, todo puede ser.

Luego está el eje rusófobo que va desde Londres a los chihuahuas bálticos pasando por Varsovia. Estos, con la camarilla ucraniana, eran los más vinculados a las anteriores élites estadounidenses caídas en desgracia. Veremos cómo se desenvuelven sin las inyecciones continuas de dinero estadounidense para sus actividades antirrusas. Sin duda, serán, como han sido hasta ahora, un peligroso elemento desestabilizador que EEUU y Rusia tendrán que aprender a gestionar juntos. Veremos qué sucede con los cambios en el timón de Alemania y de Francia, y como se reintegran a la realidad geopolítica del continente en la postguerra.

Lo que está claro es la pésima actuación de los verdes alemanes y de Macrón en la crisis ucraniana, pésima para los intereses de sus respectivos países, quiero decir. Georgia, sin embargo, celebra no estar en el mismo tren ucraniano en el que querían meterle las élites atlantistas y sus agentes georgianos. Ese tren está descarrilando a la vista de todos, y se han librado, por méritos propios, de caer en el abismo que se está tragando a Ucrania.

Después de esto, ¿crees que este nuevo posicionamiento de pacificar el frente bélico en Ucrania puede ser motivo para intensificarlo en otro lado, por ejemplo, en el Pacífico contra China? 

No necesariamente. Tal vez el estatus de Diego García sea un problema acuciante para los EEUU a corto plazo. Dejando este problema estratégico aparte, es muy probable que la relación con China se base también en negociaciones interpares, con los aranceles y otras medidas de presión y de reforzamiento de posiciones como herramientas para dar forma a la competición entre ambas superpotencias. A China la contendrán primero en el Ártico y en Centroamérica, si no me equivoco con la orientación jacksoniana de proyección de poder continental estadounidense que antes he perfilado.

El Pacífico es sin duda la otra gran zona de seguridad para EEUU, pero entre los Tres Ojos (Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido) y una política de tratados ad hoc, EEUU puede evitar un despliegue de fuerza militar proyectada que no le garantiza la superioridad frente a China y que le puede suponer un derroche de recursos que necesita para asentar su estrategia de competicón entre superpotencias. Dudo mucho que los EEUU de Trump fueran a la guerra contra China por Taiwan, sobre todo cuando ya no dependan de su industria de semiconductores. Y no veo tampoco a los estadounidenses derrochando recursos a corto plazo en un despliegue militar en el Pacífico que ni siquiera les asegure una paridad en combate contra la República Popular China."

(Entrevista a  Aitor Saiz Lasheras, Diario Socialista, 23/02/25)

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