"Hace casi cinco años, mientras el mundo se enfrentaba a una pandemia única en el siglo, los profesionales sanitarios se situaron en primera línea, arriesgando su salud y a menudo sus vidas para cuidar de los demás. Las escenas están grabadas en nuestra memoria colectiva: enfermeras exhaustas que se desploman en los pasillos, trabajadores sanitarios comunitarios que prestan ayuda a los más vulnerables, cuidadores a domicilio que sostienen las manos de pacientes cuyos seres queridos no pueden estar a su lado. En aquellos oscuros días, estos trabajadores fueron aclamados como héroes, aplaudidos desde los balcones, elogiados por los políticos y salpicados en las portadas de los periódicos. Pero hoy, cuando celebramos el Día Internacional de los Cuidados de la ONU, debemos preguntarnos: ¿qué ha sido de las promesas hechas a estos trabajadores?
Durante el apogeo de la pandemia de Covid-19, se reconoció de forma contundente y casi universal que nuestros sistemas sanitarios y asistenciales no funcionaban. Gobiernos de todo el mundo hablaron de la necesidad de «cuidar a los cuidadores», comprometiéndose a abordar los problemas crónicos que desde hacía tiempo aquejaban al sector. Estas promesas incluían mejores condiciones de trabajo, salarios justos, niveles seguros de dotación de personal y el compromiso de eliminar la violencia y el acoso, especialmente el acoso y la violencia de género. Pero a medida que la amenaza inmediata de la pandemia se alejaba, también lo hacía la urgencia de cumplir estos compromisos. Lo que comenzó como un grito de guerra en favor del cambio ha terminado, para muchos trabajadores sanitarios, en desilusión.
El coste de la inacción
Hoy en día, los cuidadores vuelven a ser invisibles, sus luchas ahogadas por otros titulares. Muchos permanecen en entornos peligrosos con escasez de personal, trabajando largas horas sin apoyo. En Estados Unidos, la mayoría de los cuidadores a domicilio, que ayudan a ancianos y discapacitados a vivir con dignidad, siguen cobrando salarios de miseria, sin prestaciones ni horarios garantizados. En Europa, los auxiliares de enfermería están sobrecargados e infravalorados, y más de la mitad afirman haber considerado la posibilidad de abandonar la profesión debido a las condiciones insostenibles, según una encuesta reciente de UNI. En países como Filipinas, Nepal e India, los trabajadores sanitarios de la comunidad, que prestan servicios esenciales a poblaciones desatendidas, siguen siendo tratados como trabajadores informales, sin las protecciones que conlleva el empleo formal.
El coste de la inacción es devastador tanto para los cuidadores como para quienes los atienden. Cuando ignoramos las necesidades de los cuidadores, socavamos todo el sistema sanitario y de atención a las personas mayores. El agotamiento de los trabajadores conduce a una disminución de la calidad de la atención, y la persistente escasez de personal amenaza la propia sostenibilidad de los servicios esenciales de salud y de atención a las personas mayores. Todas las familias con un ser querido necesitado de cuidados sienten el impacto de esta negligencia. Gobiernos y empleadores deben actuar, no con más aplausos, sino con las reformas significativas que necesitan los cuidadores.
Transformar el sector sanitario
La formalización de todo el trabajo asistencial es esencial para garantizar que estos trabajadores dejen de ser tratados como desechables, sin prestaciones ni seguridad. Deben establecerse niveles seguros de dotación de personal para proteger tanto a los cuidadores como a los pacientes. La lucha contra el acoso y la violencia de género requiere sistemas reales de aplicación y apoyo. Y lo que es más importante, los cuidadores deben tener derecho a sindicarse y a defender sus derechos sin temor a represalias. Cuando los cuidadores están sindicados, tienen poder para luchar tanto por ellos mismos como por las personas a las que cuidan.
Estamos empezando a ver cómo, a pesar de las dificultades existentes en todo el mundo, los sindicatos de trabajadores asistenciales están logrando verdaderos avances en la transformación del sector. En Pensilvania, el sindicato SEIU Healthcare consiguió que se establecieran normas obligatorias sobre dotación de personal seguro en los centros de atención a la tercera edad, un paso monumental para proteger tanto a los trabajadores como a los residentes. En Chile, el sindicato FENASSAP consiguió la ley de «derecho al descanso», que concede a los cuidadores 14 días de descanso tras soportar la tensión de la pandemia. En Japón, una encuesta del sindicato UA Zensen reveló que el 74,2% de los cuidadores sufrían acoso, lo que llevó al Ministerio de Sanidad japonés a introducir un manual de contramedidas contra el acoso en las residencias de ancianos y a establecer oficinas de consulta en cada prefectura para abordar estos problemas generalizados.
Cuidar de quienes nos cuidan no es una opción, sino un imperativo ético.
Estos ejemplos muestran la importancia del derecho a formar un sindicato y a negociar colectivamente. Los sindicatos son cruciales para mejorar el trabajo asistencial y garantizar que se cumplan las promesas hechas a los trabajadores asistenciales durante la pandemia.
Necesitamos una llamada de atención mundial. El heroísmo que presenciamos durante la pandemia no fue un momento fugaz; fue la realidad de cómo es el trabajo asistencial cada día. Nuestra sociedad sigue dependiendo de estos trabajadores para mantener unidas a las comunidades, cuidar de nuestros seres queridos y garantizar que todos podamos vivir con dignidad. Cumplir las promesas hechas en los días más oscuros de la pandemia no es sólo mantener nuestra palabra: es construir los sistemas sanitarios y las comunidades resistentes que necesitamos para el futuro. Cuidar de quienes cuidan de nosotros no es una opción; es un imperativo ético.
Es hora de que los gobiernos, los empleadores y la sociedad en general actúen, no con más aplausos, sino con los cambios significativos por los que los cuidadores han estado luchando: empleo formal, niveles seguros de dotación de personal, formación profesional, representación sindical y ausencia de violencia y acoso. Los cuidadores no pueden esperar porque sabemos que nuestras comunidades son tan fuertes como quienes las cuidan.
(Christy Hoffman, IPS, 29/10/24, traducción DEEPL)
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