12.10.24

Las declaraciones de Arturo Pérez-Reverte sobre Europa, en las que afirma que “se está yendo al carajo” forman parte de una forma de pensar cada vez más habitual. En buena medida, porque esa percepción está respaldada por los hechos... la triple crisis alemana es un síntoma evidente, como lo es la debilidad interna y la ausencia de dirección francesa... Trump ve como un problema la existencia de la UE y lo único que quiere de Europa es que aporte más a la OTAN y que dejen de ser competidores comerciales; Harris espera más o menos lo mismo... Rusia desdeña a la Unión y a sus principales países, ya que nos percibe como parte del pasado y como supeditados por completo a los intereses estadounidenses. China nos ve como un mercado del que puede apropiarse aún más. Nos consideran la región perdedora de esta época, la que carece de contacto con la realidad, una potencia agotada que se da aires de grandeza... Mientras tanto, la UE (y París y Berlín) hacen lo de siempre: darse cuenta tarde y reaccionar lentamente y a regañadientes... Un buen ejemplo es el plan Draghi. Tendría que haber sido aplicado hace una década... su esencia es despreciada por distintas partes de la Unión Europea, comenzando por su centro, Alemania... Y eso explica también que la intranquilidad aumente entre las poblaciones del continente... son nuestras élites las verdaderas declinistas, en la medida en que su escasa conciencia del momento y su negativa a cambiar el paso de manera urgente y profunda es la que nos llevará hacia una decadencia pronunciada (Esteban Hernández)

 "Las declaraciones de Arturo Pérez-Reverte sobre Europa, en las que afirma que “se está yendo al carajo” forman parte de una forma de pensar cada vez más habitual. En buena medida, porque esa percepción está respaldada por los hechos. Incluso los partidarios de la Unión Europea, que son amplia mayoría en España, pero disminuyen en muchos países del continente, constatan la pérdida de vitalidad interna y el declive en la consideración mundial de la UE. También les ocurre a sus países principales: la triple crisis alemana es un síntoma evidente, como lo es la debilidad interna y la ausencia de dirección francesa.

Las élites europeas son conscientes de las crecientes dificultades y buena parte de sus declaraciones últimas apuntan hacia un propósito parcial de enmienda: “Creímos estar en el fin de la Historia y nos hemos dado cuenta de que ha regresado”. El mundo se lo recuerda continuamente: Trump ve como un problema la existencia de la UE y lo único que quiere de Europa es que aporte más a la OTAN y que dejen de ser competidores comerciales; Harris espera más o menos lo mismo, solo que no ve a la UE como un inconveniente. El Secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, ha explicitado su estrategia de renovación del liderazgo estadounidense y Europa ocupa unas líneas en ella. Rusia desdeña a la Unión y a sus principales países, ya que nos percibe como parte del pasado y como supeditados por completo a los intereses estadounidenses. China nos ve como un mercado del que puede apropiarse aún más.

Nos consideran la región perdedora de esta época, la que carece de contacto con la realidad, una potencia agotada que se da aires de grandeza

Fuera del continente, Europa ha desaparecido del foco. Nos consideran la región perdedora de esta época, la que carece de contacto con la realidad, una potencia agotada que se da aires de grandeza, como esos nobles que pueden lucir apellidos y viven en bonitos barrios, pero cuyas casas se agrietan. En los países en desarrollo, así como en el Tercer Mundo, las cuitas del colonialismo resurgen.

Mientras tanto, la UE (y París y Berlín) hacen lo de siempre: darse cuenta tarde y reaccionar lentamente y a regañadientes.

Entonces y ahora

Un buen ejemplo es el plan Draghi. Tendría que haber sido aplicado hace una década, cuando el giro hacia el Pacífico en EEUU estaba presente, cuando las fantasías acerca de que China iba a entrar en crisis se habían revelado como tales, y cuando Rusia invadió Crimea y dio señales evidentes de que se estaba recomponiendo en términos propios. Desde hace diez años las grandes potencias, así como las emergentes, iniciaron un proceso de fortalecimiento que señalaba que el orden basado en reglas se estaba quedando atrás. Para finales de la década quedaba claro que China había crecido sustancialmente, que EEUU había iniciado un ciclo de aires proteccionistas que amenazaba los intereses europeosy que India, Arabia Saudí, Rusia, Turquía y un buen número de países habían entendido claramente que el juego había cambiado.

A pesar de todas las sacudidas que vive el mundo el plan Draghi (u otro plan, cualquiera) continúa siendo un papel que debe discutirse

Europa no lo entendió así. Y lo peculiar es que precisamente aquellos que no se dieron cuenta en aquel momento de los grandes errores que estaban cometiendo, son los mismos que siguen mandando en Europa. Y si no son los mismos, son primos hermanos: son parte de las viejas élites y conservan su mentalidad. Eso explica que, a pesar de todas las transformaciones en marcha, el plan Draghi (o un plan, cualquiera) continúe siendo un papel que debe discutirse y cuya esencia es despreciada por distintas partes de la Unión Europea, comenzando por su centro, Alemania.

Y eso explica también que la intranquilidad aumente entre las poblaciones del continente. Si las élites que entonces no se dieron cuenta de los errores que estaban cometiendo siguen al frente, ¿cómo se van a dar cuenta de los errores que están cometiendo ahora? Entonces afirmaban que deslocalizar la industria resultaría rentable porque bajarían los precios, que el régimen de Pekín terminaría debilitado a causa de la libertad que exigirían sus nuevas clases medias, que estábamos a resguardo de los grandes conflictos bélicos y que una recuperación de la crisis que dañaba seriamente a la mitad de los países europeos y al 90% de su población era un mal necesario. Nada de eso era cierto, de modo que es complicado creer ahora en la idoneidad de sus propuestas.

Los dos mensajes

Las élites europeas tampoco han cambiado su manera de pensar. Sus ideas fuerza continúan siendo similares a las de hace una década, como lo son los mensajes que envían a la población.

El primero de ellos se percibe claramente en el asunto de la extrema derecha, que preocupa mucho en Bruselas. Ayer la combatieron cantando Bella Ciao en el Europarlamento tras la intervención de Orbán. Buena suerte con eso. El presidente húngaro ha afirmado que brindará con champán si gana Trump. Si eso ocurre, las consecuencias para Bruselas y para buena parte de las capitales europeas van a ser mucho más relevantes que las fiestas en Budapest.

La extrema derecha es una tendencia política en el continente, pero también la excusa preferida de las élites europeas para la inacción

El énfasis en las derechas populistas y en las extremas también cumple una función sistémica: sirve para recordar a las poblaciones que las cosas pueden empeorar. Es decir, puede que el proyecto europeo no tenga en su dirección a las personas con mayor visión, pero ellas son el mal menor, de modo que es mejor defenderlas. Esto del mal menor lo conocemos porque ha sido insistentemente repetido, como cuando nos decían que las políticas de ajuste, las reformas y demás, serían dolorosas, pero servirían para que todo se encauzase después. Empeoraron las cosas, pero eso era irrelevante: se trataba de persuadir, con la amenaza de males mayores, para que se cumpliera lo previsto. Y ahora ocurre igual: la extrema derecha no solo es una tendencia política en el continente, sino la excusa preferida de las élites europeas para la procrastinación, la inacción y, en última instancia, para negarse a salir fuera del mundo que se han construido en su cabeza.

El segundo gran argumento típicamente occidental es la necesidad del optimismo. Consiste en reconocer que quizá las cosas no vayan bien del todo para terminar añadiendo que hay que mirar el futuro con ilusión en lugar de dejarse llevar por pensamientos oscuros. Los pesimistas se convierten así en enemigos de todo lo que ha conseguido Europa: son viejos nostálgicos, cuando no reaccionarios.

En realidad, utilizan el optimismo como una versión laica de la fe: en lugar de rezar al Señor para que se cumpla lo anhelado, se piensa en positivo, y así el universo se confabulará para que el porvenir sea brillante. Se sustituyen las razones y la actividad para construir el futuro por sentimientos tiernos. En lugar de implorar al dios del buen rollo, estaría mejor ponerse manos a la obra: menos pensamiento entusiasta y mucha más acción.

La nostalgia y el declinismo

Pérez-Reverte no se limitaba a señalar la decadencia europea, sino que añadía una apostilla: “Yo no lo lamento, nos lo merecemos”. El declinismo está bien instalado en Occidente, y es lógico dado el momento, pero lleva a menudo al fatalismo, lo que no es más que la contrapartida negativa del optimismo de las élites. Tan absurdo es uno como otro, en la medida en que ambos impiden una necesaria reacción. Es cierto que cada cual lo ve a su manera, pero en lo que a mí respecta, no me lo merezco. Y se me ocurren unas cuantas razones por las que la herencia europea ha sido, es y debería ser importante en el futuro. Entre ellas, el aumento de las libertades, de la seguridad económica y de la mejora en el nivel de vida que dominaron el continente durante la época del capitalismo fordista. Por no hablar de algo obvio, de la cultura y el pensamiento que florecieron a lo largo de siglos. Quizá a otros países les resulte poco relevante, pero por más sombras que tenga la civilización europea, estos logros deberían formar parte de nuestro porvenir.

Hay muchas dudas sobre el camino que tomarán España y Europa los años venideros. En especial, porque estamos en un momento de parálisis. Hace falta una estrategia, un camino de salida, un plan de fortalecimiento. Es indispensable para nuestro país y lo es para el continente. Las élites europeas prefieren abandonarse a la nostalgia del tiempo que se ha marchado, y hacer como si los seísmos recientes no fueran más que un paréntesis que fuerzan a tomar medidas coyunturales, pero es mucho más que eso: estamos en otra época. En esta tesitura, son nuestras élites las verdaderas declinistas, en la medida en que su escasa conciencia del momento y su negativa a cambiar el paso de manera urgente y profunda es la que nos llevará hacia una decadencia pronunciada."

(Esteban hernández , El Confidencial, 10/10/24)

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