2.7.25

¿Cómo gravar a los ultra ricos? El debate sobre el impuesto mínimo... La Asamblea Nacional votó en febrero la creación de un impuesto mínimo que grava a los contribuyentes con un patrimonio superior a 100 millones de euros con un impuesto mínimo equivalente al 2% de su fortuna... Bloqueado por el momento por el Senado... mientras la riqueza de las 500 mayores fortunas francesas registradas por la revista Challenges se aproxima hoy al equivalente del 40% del PIB... Los franceses pagan de media el 52% de sus ingresos en impuestos, para los mil millonarios, la tasa se reduce al 26%... independientemente de cómo se aborde el tema, los ultra ricos pagan muchos menos impuestos que el resto de la población francesa en su conjunto (Gabriel Zucman)

 "La Asamblea Nacional votó en febrero la creación de un impuesto mínimo que grava a los contribuyentes con un patrimonio superior a 100 millones de euros con un impuesto mínimo equivalente al 2% de su fortuna 1. Bloqueado por el momento por el Senado, este texto debería volver muy pronto al debate parlamentario 2. En efecto, ahora está claro que la fiscalidad de los ultra ricos tiene un papel que desempeñar en la resolución de la ecuación presupuestaria de Francia, por el simple hecho de las masas en juego: la riqueza de las 500 mayores fortunas registradas por la revista Challenges se aproxima hoy al equivalente del 40% del PIB 3, frente al 6% en 1996, primer año de la clasificación.

A medida que el debate se intensifica, los detractores del impuesto mínimo se movilizan —y esto va a continuar—.

La primera salva fue disparada en la red social X (antes Twitter) por los economistas Sylvain Catherine, François Geerolf y Antoine Lévy, que pretenden cuestionar la afirmación de que los mil millonarios pagan muchos menos impuestos que la media de los franceses 4.

Sus argumentos son infundados.

52% frente a 26%: cifras indiscutibles

Recordemos los hechos. Los franceses pagan de media el 52% de sus ingresos en impuestos y cotizaciones sociales, incluidos todos los gravámenes. No hay ningún misterio: se trata del importe total de los impuestos y cotizaciones obligatorias recaudados por los poderes públicos 5, en relación con la renta nacional neta de Francia, es decir, el conjunto de los ingresos percibidos por los franceses, independientemente de su naturaleza: salarios, intereses, ingresos procedentes de la propiedad de empresas, etc. Estas dos cifras, publicadas por todos los organismos estadísticos internacionales (OCDE, Eurostat, etc.), son indiscutibles. 

Por cada euro que ganan los mil millonarios, aproximadamente 26 céntimos se destinan a gastos comunes, frente a los 52 céntimos por cada euro que gana un francés medio.

Gabriel Zucman

Este nivel de imposición relativamente elevado se corresponde con nuestras opciones sociales en materia de educación, sanidad, pensiones y solidaridad nacional. Son opciones de las que debemos alegrarnos, ya que todo parece indicar que han desempeñado un papel decisivo en el considerable crecimiento de la productividad durante el último siglo, el advenimiento de una sociedad más igualitaria y el progreso de la democracia.

Sin embargo, para los mil millonarios, la tasa de impuestos obligatorios se reduce a alrededor del 26%, todo incluido. Cualquiera puede volver a comprobarlo consultando el estudio del Instituto de Políticas Públicas sobre este tema 6, realizado en colaboración con la administración fiscal, cuya objetividad y rigor son reconocidos.

En concreto, esto significa que por cada euro que ganan los mil millonarios, independientemente de cómo se obtenga, aproximadamente 26 céntimos se destinan a gastos comunes, frente a los 52 céntimos por cada euro que gana un francés medio.

52% frente a 26%: la realidad no podría ser más sencilla ni más clara. ¿Cómo se puede negar? Para ello habría que cuestionar el porcentaje del 52%, refutar el del 26% o afirmar que ambos porcentajes no son comparables entre sí.

Sería inútil, ya que ambas cifras son exactas —más allá de los márgenes de error inherentes a cualquier estadística económica, que en este caso son reducidos— y comparables. 

Comprender la tasa impositiva media

Comencemos por los argumentos esgrimidos para cuestionar la tasa media del 52%.

Son de tres tipos y consisten en ignorar determinados gravámenes, restar del impuesto pagado el gasto público recaudado o cuestionar el cálculo de la renta utilizada en el denominador de este tipo. Estos argumentos merecen ser escuchados, para que todos puedan comprender su debilidad.

Por qué no tiene mucho sentido excluir determinados gravámenes

Como era de esperar, se puede reducir el tipo medio del 52% excluyendo determinados gravámenes del ámbito de los gravámenes obligatorios. Si se excluyen, por ejemplo, las cotizaciones a la seguridad social, el tipo impositivo del francés medio se reduce a alrededor del 41%. Si además se olvida el IVA, este último cae al 32%. Recortando lo suficiente, se puede llegar a bajar del 26%.

Pero estas sustracciones no tienen justificación.

De hecho, no hay ninguna razón válida para excluir un impuesto u otro, ni siquiera las cotizaciones a la jubilación. Todos los organismos estadísticos del mundo las incluyen y los economistas conservadores, evidentemente, siempre lo hacen cuando se trata de denunciar la carga fiscal en Francia. Es cierto que las cotizaciones a la jubilación están asociadas a transferencias, pero esto es así en todos los impuestos y cotizaciones: afortunadamente, el poder público no quema el dinero que recauda, sino que lo gasta en pensiones, servicios sanitarios y educativos, etc.

Hay diferencias de grado —algunos impuestos, como las cotizaciones a la jubilación, están más directamente asociados a transferencias individuales que otros—, pero no de naturaleza. Todos estos impuestos gravan a los hogares, lo aprueben o no, y la relación entre impuestos y transferencias nunca es perfecta, ni siquiera en el caso de las pensiones, ni mucho menos.

El enfoque seguido por los investigadores que se interesan por la distribución de los impuestos —desde los trabajos pioneros de Gerhard Colm y Helen Tarasov en Estados Unidos en la década de 1940 7— consiste, por tanto, en incluir todos los impuestos, ya que es el enfoque que minimiza la arbitrariedad estadística. Y eso es precisamente lo que hace el INSEE en sus propias Cuentas Nacionales distribuidas, que muestran que todas las categorías sociales —excepto los ultra ricos, que no están cubiertos por las estadísticas públicas— pagan entre el 40% y el 55% de sus ingresos en impuestos y cotizaciones.

Una vez más, no hay ningún misterio: esto refleja la importancia del IVA, las cotizaciones sociales y la CSG/CRDS, que pesan mucho en todos los deciles de la distribución de la renta.

Restar el gasto público: un razonamiento engañoso

Segunda técnica para reducir la tasa del 52%: restar el gasto público, o parte de él, del importe del impuesto pagado.

Esta estrategia consiste, en concreto, en sustituir el análisis de la progresividad del sistema fiscal —el conjunto de las exacciones obligatorias percibidas por un Estado— por el de la naturaleza redistributiva o no de la intervención del Estado en la economía —impuestos más gasto público—. En otras palabras, se desplaza la atención de la cuestión de los impuestos a la del gasto. ¿Los mil millonarios pagan pocos impuestos? «Sí, pero las clases más modestas se benefician de la solidaridad nacional». Dado que el gasto público es mucho más progresivo que los impuestos obligatorios —en términos generales, los impuestos son proporcionales a los ingresos, mientras que el gasto se aproxima más a una suma fija por persona—, este cambio de enfoque altera completamente el panorama general.

En parte, se trata sólo de una cortina de humo retórica, ya que los impuestos y el gasto público son conceptos distintos. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano establece el principio de igualdad ante las cargas públicas en su artículo 13, pero no dice nada sobre la distribución del gasto, por ejemplo. La cuestión de la igualdad ante los impuestos está en el centro del contrato social desde la Revolución Francesa, y todo demuestra que la distribución de los impuestos obligatorios —independientemente de cómo se utilicen— desempeña un papel fundamental en la cohesión social y la confianza en las instituciones.

No obstante, tener en cuenta el gasto va un poco más allá de un truco de magia semántico.

En el enfoque económico básico, no existe ninguna diferencia entre un impuesto y una transferencia monetaria, formalizada como un impuesto negativo. Cuando se trata de explicar las decisiones individuales —por ejemplo, la oferta de trabajo—, la variable relevante en los modelos microeconómicos es el importe del impuesto pagado neto de las transferencias percibidas.

La cuestión de la igualdad ante los impuestos está en el centro del contrato social desde la Revolución Francesa, y todo demuestra que la distribución de los impuestos obligatorios desempeña un papel fundamental en la cohesión social y la confianza en las instituciones.

Gabriel Zucman

Esta perspectiva tiene límites reales: en la práctica, los hogares no perciben las transferencias como impuestos negativos, y ello por buenas razones: por ejemplo, porque los impuestos se deducen inmediatamente, mientras que las transferencias suelen pagarse con un desfase y un cierto grado de incertidumbre, como ha podido comprobar cualquiera que haya tenido que tratar con la Caja de subsidios familiares (CAF).

Pero tomemos en serio el enfoque que resta las transferencias de los impuestos pagados.

Se observa que la injusticia fiscal persiste: incluso si se retiran todas las transferencias monetarias que pueden asimilarse a un impuesto negativo (prima de actividad, prestaciones familiares, seguro de desempleo, ayudas a la vivienda, renta activa de solidaridad, etc.), los mil millonarios siguen pagando mucho menos impuestos y cotizaciones (26%) que el francés medio —el 45% neto de todas las prestaciones familiares, de empleo, vivienda, pobreza y exclusión social 8— y mucho menos que la mayoría de los deciles de la distribución.

Por supuesto, se puede seguir recortando: si se restan además los gastos de jubilación, la tasa de impuestos obligatorios neta de transferencias se reduce al 28% para el francés medio (lo que sigue siendo superior a la tasa de los mil millonarios); y si quitamos todo lo demás (sanidad, educación, policía, defensa, justicia, etc.), la tasa media cae por debajo del 0%: en este caso, un -6%, es decir, el nivel del déficit público. Este cálculo no carece de interés; yo mismo contribuí a él participando en la elaboración del primer análisis de la distribución del gasto público estadounidense 9. Tiene el gran mérito de recordar que el gasto público reduce considerablemente las desigualdades, lo cual es motivo de alegría; por eso, la cuestión de los impuestos, que permiten ese gasto, es tan importante para mí. Los hogares más pobres son beneficiarios netos de la redistribución —el gasto público del que se benefician es superior a los impuestos que pagan—, lo cual es positivo.

Pero todo ello no quita nada al problema de fondo, a saber, que el sistema fiscal francés no consigue que los mil millonarios contribuyan a los gastos comunes.

Incluso descontando las transferencias percibidas, estos últimos pagan menos que los contribuyentes situados por debajo de ellos, es decir, los altos directivos, por simplificar. En este punto, todo el mundo está de acuerdo. Pero ahí radica el meollo de la cuestión, ya que este fracaso plantea un problema evidente: ¿cómo hacer contribuir a las personas acomodadas —algo esencial, dada la magnitud de los déficits y nuestras necesidades de inversión— mientras los ultra ricos se sustraen a la solidaridad nacional? Este es precisamente el problema económico y político fundamental que pretende resolver el impuesto mínimo sobre los ultra ricos.

El cálculo de la renta media y sus trampas

Se recurre a una tercera técnica para negar el tipo impositivo medio del 52%: cuestionar la medida de la renta, es decir, el denominador de este tipo.

A priori, es inútil: nadie puede negar que la renta nacional neta de Francia —es decir, el PIB neto de la depreciación del capital y tras añadir los ingresos netos del extranjero, es decir, el conjunto de los ingresos percibidos por los franceses, independientemente de la forma en que los obtengan— asciende a 2,44 billones de euros en 2024, cifra que cualquiera puede calcular utilizando la contabilidad nacional del INSEE 10.

Las cosas se complican cuando se trata de calcular la renta nacional de los diferentes grupos sociales. En la literatura académica sobre contabilidad nacional distribuida, los tipos impositivos se expresan normalmente en porcentaje de la renta nacional después de tener en cuenta las pensiones de jubilación y el seguro de desempleo, pero antes de incluir otras prestaciones sociales (subsidios familiares, renta de solidaridad activa, etc.). Esto plantea un problema conceptual: a una persona que sólo percibiera el salario mínimo se le asignaría un tipo impositivo infinito, ya que pagaría el IVA sobre una renta nula.

Los economistas que se han pronunciado al respecto claman al escándalo: para ellos, esto demuestra que las cifras están sesgadas.

Parecen ignorar que muchos investigadores se han ocupado antes que ellos del tema y han dado respuestas claras. El INSEE, por ejemplo, añade las prestaciones sociales a los ingresos para calcular los tipos impositivos y concluye que todos los quintiles de la distribución pagan entre el 40% y el 55% de sus ingresos en impuestos y cotizaciones (véase de nuevo la figura reproducida más arriba). Existen otros enfoques posibles —el método ideal resta de las prestaciones sociales la fracción que es absorbida por el IVA 11— que conducen a resultados similares.

¿Cómo se calcula el tipo impositivo de los mil millonarios?

Por último, queda la controversia sobre el tipo del 26% que pagan los ultra ricos, obtenido por el Instituto de Políticas Públicas en su estudio «¿Qué impuestos pagan los mil millonarios?» 12.

Como indica el título, el objetivo de este trabajo era estimar los tipos impositivos efectivos de las mayores fortunas; por lo tanto, sus autores se centraron lógicamente en los impuestos pagados por estas últimas: impuesto sobre la renta, CSG/CRDS, impuesto de sociedades, Impuesto de solidaridad a la fortuna [ISF] (el estudio se refiere a 2016, antes de su abolición) y cotizaciones sociales no contributivas. El IVA, las cotizaciones a la jubilación, el impuesto sobre la vivienda y el impuesto sobre la propiedad están excluidos del análisis, ya que estos impuestos son insignificantes en relación con los ingresos de los mil millonarios, incluso el IVA, ya que los mil millonarios sólo consumen una pequeña fracción de sus ingresos. Esto explica que el tipo impositivo medio en el estudio del IPP sea inferior al 52%. Una vez reintegrados los demás gravámenes, el tipo medio vuelve a situarse en torno al 52%, sin que por ello aumente significativamente el de los mil millonarios.

Si se tienen en cuenta todos los gravámenes obligatorios, siguiendo las definiciones estándar y universalmente aceptadas de estos términos, existe una enorme diferencia de impuestos entre los ultra-ricos y el francés medio.

Gabriel Zucman

En definitiva, el tipo del 26% estimado por el IPP es en realidad demasiado elevado, ya que se refiere al año 2016. Sin embargo, la mayor parte del 26% procede del impuesto de sociedades, y desde 2016 el tipo nominal de este último ha pasado en Francia del 33% al 25%. Además, gran parte del impuesto de sociedades que pagan los mil millonarios franceses —a través de las empresas que poseen, como L’Oréal, LVMH, etc.— no se paga en Francia, sino en el extranjero, especialmente en Estados Unidos. Sin embargo, estos últimos también han visto cómo se reducía su impuesto de sociedades, que pasó del 35% al 21% en 2018.

Todo parece indicar, por tanto, que una actualización de las cifras del IPP daría lugar a un tipo más bajo.

La pertinencia de una comparación: sí, los mil millonarios pagan mucho menos

Si los mil millonarios franceses no pagan muchos impuestos hoy, ¿quizás los pagarán en el futuro, por ejemplo, cuando se distribuyan los dividendos?

Sería un pequeño consuelo, pero, lamentablemente, este argumento también es erróneo.

En primer lugar, porque si algunos mil millonarios pagaran realmente impuestos elevados en algún momento de su ciclo de vida, esto debería reflejarse en el plan de recortes estudiado por el IPP. En segundo lugar, porque no hay ninguna razón para pensar que los mil millonarios vayan a desembolsar grandes sumas en ningún momento.

Su principal técnica de optimización consiste, en efecto, en percibir dividendos a través de sociedades holding familiares, donde estos dividendos no están sujetos a impuestos. Las sumas así percibidas se ahorran y se reinvierten en su mayor parte: no es necesario sacarlas de las estructuras, ya que son considerablemente superiores a las necesidades de consumo individual de las personas afectadas. Por supuesto, los ahorros así realizados en los holdings aumentan en la misma medida el valor de estos, creando así una plusvalía latente. Pero esta plusvalía se elimina en el momento de la transmisión intergeneracional, lo que garantiza que ni los propios mil millonarios ni sus descendientes tengan que pagar impuestos sobre la renta por las cantidades correspondientes.  

La conclusión es clara: cuando se tienen en cuenta todos los impuestos obligatorios, siguiendo las definiciones estándar y universalmente aceptadas de estos términos, existe una enorme diferencia de impuestos entre los ultra-ricos y el francés medio.

Por supuesto, si se excluyen del análisis los impuestos más elevados que pagan los hogares modestos (IVA, cotizaciones sociales), la diferencia se reduce. Lo mismo ocurre si se añaden a los impuestos que pagan hoy los mil millonarios los que pagarán (o más bien no pagarán) en el futuro.

Pero si nos limitamos más rigurosamente a cuantificar lo que realmente pagan las diferentes categorías sociales —todo lo que se paga, pero sólo lo que se paga—, volvemos a la misma verdad simple y clara: independientemente de cómo se aborde el tema, los ultra ricos pagan muchos menos impuestos que el resto de la población francesa en su conjunto."

 (Gabriel Zucman , El Grand Continent, 02/07/25, notas en el original)

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