22.2.25

Trump va a arrinconar todo aquello que provenga de las élites demócratas... y ve en Europa una mera extensión de los demócratas de su país... De modo que Trump trata a Europa como trata a sus rivales internos: la está despidiendo... es lo que J.D.Vance vino a decir... Europa va a continuar con el mismo marco que la candidatura de Harris utilizó contra Trump durante las elecciones estadounidenses: la defensa de la democracia contra el autoritarismo, de los valores contra la fuerza, de un mundo integrado, inclusivo y que fomenta el progreso contra las ideas reaccionarias. Fue la posición que perdió en los comicios de noviembre... esa es justo la posición que está defendiendo Pedro Sánchez como centro de su programa político, tanto a nivel interno como en el plano internacional. Su conexión con Bruselas parte de este marco, que le conviene, además, ya que es el único líder socialdemócrata (ante el mal resultado esperado de la SPD en las elecciones alemanas) que tiene peso político en un país grande de la Unión... pero el problema europeo es el de cómo construir un espacio que tenga poder de decisión en la esfera internacional. Es decir, debería apostar por convertirse en un territorio con poder: con capital propio, un mercado interno poderoso, fuentes de abastecimiento propias o que dependan de Estados confiables, cohesión social, un proyecto compartido y legitimado y estructuras de seguridad y defensa sólidas. Pero esto es justo lo que se ha estado evitando durante décadas... Se continúa con ese proyecto que mezcla la superioridad moral con la ineficacia estratégica, lo que es un camino seguro para adentrarse en el siglo de la humillación europea... Europa no termina de creer que nada será igual después de Trump... Continúa ignorando que los valores solo pueden ser eficaces cuando se posee el poder suficiente. Y Europa no quiere hablar el lenguaje del poder, lo que es un sinónimo de vasallaje (Esteban Hernández)

 "La administración Trump está deshaciéndose de todo aquello (las ideas, las personas y las estructuras) que había formado parte del mandato de Biden. Ha cambiado la posición frente a Ucrania, ha apostado por los aranceles y está apostando por un reposicionamiento geopolítico. Bajo el paraguas del DOGE está liquidando mecanismos de política exterior como USAID, ha despedido a fiscales que no le eran afines y está reformando las organizaciones administrativas para que encajen en sus propósitos y que no se conviertan, como en su anterior legislatura, en una piedra en su zapato.

La administración conservadora entiende que el escenario mundial exige cambios radicales y cree que los demócratas, presos de su ideología, continúan anclados en un pasado que ya no existe. Quiere asegurarse de que el nuevo rumbo se cumplirá y, por tanto, pretenden arrinconar todo aquello que provenga de las élites tecnocráticas precedentes.

Europa es el partido demócrata

Lo relevante para nuestro país y para la UE, es que el nuevo partido republicano ve en Europa una mera extensión de los demócratas de su país: tienen la misma visión del mundo, abogan por actuar de manera muy parecida y están ideológicamente alineados. De modo que Trump trata a Europa como trata a sus rivales internos: la está despidiendo.

Eso es, en esencia, lo que J.D.Vance vino a decir durante su conferencia en Múnich y lo que Trump ha dejado claro con las conversaciones de paz para Ucrania: el programa de los demócratas estaba profundamente equivocado, y el de los europeos también. Hay una pelea ideológica en marcha, y la batalla contra Europa forma parte de ella. Los trumpistas van ganando.

Lo peor de todo esto es que la administración Trump tiene razón en cuanto a su premisa: la Unión Europea está actuando como si fuera la rama exterior del establishment demócrata. Si los EEUU de Biden no querían la paz en Ucrania, sino la derrota rusa, Europa va a continuar por ese camino a través de una nueva arquitectura de defensa y más inversión en la OTAN. Si el giro hacia el petróleo y el gas es expreso en Washington, el Ejecutivo comunitario impulsará las energías limpias y la descarbonización a través de los incentivos fiscales y las bajadas de impuestos; si la inmigración se convierte en la bandera de los conservadores, la Unión continuará defiendo su necesidad; si EEUU adopta políticas arancelarias, Bruselas continuará defendiendo el libre comercio y solo actuará contra él como respuesta a las acciones del gobierno Trump; si los republicanos manifiestan que la libertad de expresión está siendo amenazada, Europa contraatacará luchando contra la desinformación.

Sánchez podrá lanzar en Kiev un mensaje ideológico claro, con España y la UE como destinatarios

Esa posición, además, permite continuar con el mismo marco que la candidatura de Harris utilizó contra Trump durante las elecciones estadounidenses: la defensa de la democracia contra el autoritarismo, de los valores contra la fuerza, de un mundo integrado, inclusivo y que fomenta el progreso contra las ideas reaccionarias. Fue la posición que perdió en los comicios de noviembre.

En fin, esa es justo la posición que está defendiendo Pedro Sánchez como centro de su programa político, tanto a nivel interno como en el plano internacional. Su conexión con Bruselas parte de este marco, que le conviene, además, ya que es el único líder socialdemócrata (ante el mal resultado esperado de la SPD en las elecciones alemanas) que tiene peso político en un país grande de la Unión. La lucha contra las extremas derechas, la defensa de los valores europeos y del enfrentamiento con las autocracias son lo que le llevan a visitar Kiev. Más allá de la utilidad concreta que pueda tener su presencia en la capital ucraniana como parte de la respuesta europea, podrá lanzar un mensaje ideológico claro, para España y para la UE, respecto de la defensa de ese ideario.

La confusión europea

Sin embargo, esta posición, que no es solo la de Sánchez, sino de la del establishment europeo, no deja de resultar contraproducente. Este es un momento mucho más territorial que ideológico, y es un problema confundir ambos planos, en especial después de que Europa haya ignorado sus intereses durante mucho tiempo.

El desafío europeo ahora no es el de afirmarse como una entidad moral superior, una tarea que parece satisfacer a buena parte de las élites continentales, y por eso las respuestas a las acciones de Trump conservan ese tono altivo (está loco, no sabe lo que hace, es un fascista, lleva el mundo a la ruina, miente y desinforma) con el que siempre lo trataron. Actúan como predicadores sin ejércitos; son más orgullosos comentaristas de la realidad que un motor de esta.

El problema europeo es el de cómo construir un espacio que tenga poder de decisión en la esfera internacional. Es decir, debería apostar por convertirse en un territorio con poder: con capital propio, un mercado interno poderoso, fuentes de abastecimiento propias o que dependan de Estados confiables, cohesión social, un proyecto compartido y legitimado y estructuras de seguridad y defensa sólidas. Pero esto es justo lo que se ha estado evitando durante décadas: éramos el entorno que creía en el fin de la historia, en la globalización feliz, en la eficacia de las interconexiones y en que los trabajos industriales era para los países que nos ofrecerían bienes baratos. Al actuar de ese modo, se olvidó todo aquello que daba fortaleza, y, por tanto, influencia a los territorios. Ni siquiera hubo preocupación por la debilidad organizativa europea: la UE se podía construir mediante un Banco Central, una moneda y un cuerpo de tecnócratas liberales, y que no hacían falta estructuras políticas sólidas.

Nada de esto aparece contemplado en el contexto europeo presente. Se continúa con ese proyecto que mezcla la superioridad moral con la ineficacia estratégica, lo que es un camino seguro para adentrarse en el siglo de la humillación europeo. No es buena idea ni siquiera a la hora de conservar el poder interno: los demócratas fueron claramente derrotados en las elecciones estadounidenses, probablemente porque el programa que ofrecieron a su población distaba mucho del que necesitaban. Los demócratas tienen que recomponerse ahora, y no parece que lo estén haciendo. Sus propuestas recientes, como la del Comité Nacional Demócrata para luchar contra la influencia de Trump en la clase trabajadora, demuestra que siguen perdidos.

A Europa le ocurre igual, porque no termina de creer que nada será igual después de Trump, incluso si su partido perdiera las siguientes elecciones. Y en lugar de trabajar para el futuro, mira hacia el pasado. Continúa ignorando que los valores solo pueden ser eficaces cuando se posee el poder suficiente. Y Europa no quiere hablar el lenguaje del poder, lo que es un sinónimo de vasallaje."                      (Esteban Hernández , El Confidencial, 22/02/25)

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