"Se me ocurrió decir que una política francesa, comunista de cierto
prestigio y casada con un célebre escritor, tras visitar la ciudad con
mucha curiosidad se había quedado perlática al ver los botellones
de Madrid y Barcelona.
“Están ustedes elevando la peor juventud de
Europa”, dijo con un claro galicismo. Se alzaron aquella noche muchas
voces para tacharla de reaccionaria, de francesa reprimida, de
menopáusica, de estar casada con el mayor imbécil que había luchado con
el Che y otras grandezas.
El más furioso era un señor delgadito de
aspecto insignificante que aullaba sobre los derechos de la juventud a
“pasárselo bien” y a rechazar a sus padres, todos ellos reaccionarios y
franquistas.
Luego supe que era el marido de una concejala de la parte más
elegante del partido, que controlaba los bares clandestinos de la zona
baja. Gracias a él las discotecas atronaban sin que nadie pudiera hacer
nada contra ellas. Se había enriquecido alquilando con hombres de paja
gigantescos alpendres del extrarradio que abrían para macrofiestas sin
permiso municipal ni el menor sistema de seguridad.
Fue entonces cuando
por primera vez me percaté de la enorme cantidad de dinero que las
hienas de la noche iban a recaudar en estrecha relación con las mafias
locales. Luego he ido viendo que esa gigantesca escupidera de oro se
sostiene sobre tres patas: las mafias que trafican con alcohol y drogas
(suelen, además, adjudicarse la “seguridad”), los así llamados
empresarios de la noche (dueños de locales que en su mayor parte no son
suyos) y la conexión municipal. Si falla una de estas tres patas, el
negocio no funciona. Se necesitan entre sí como líquenes parasitarios.
No estoy diciendo que la muerte de cinco pobres muchachas hace una
semana sea debida a las tres patas antes mencionadas ni a la rampante
criminalidad madrileña, pero que las tres patas andaban metidas en el
negocio de las dieciséis mil criaturas encerradas en aquella ratonera,
no puede dudarse.
Equipos de seguridad que no actúan o que se van a
tomar un café cuando se produce la avalancha. Un segundo cuerpo de
seguridad (igualmente pagado a alguien por alguien) que sólo se ocupa
del exterior, pero que en realidad no se ocupa de nada. Venta de
entradas sin control alguno. Edificio municipal sin las menores
garantías de evacuación. Inspectores inexistentes. Médicos zarzueleros
que vienen a salir a uno por cada ocho mil personas.
En fin, el conjunto
de chapuzas que acabó con la vida de esas cinco muchachas habría sido
imposible si alguien hubiese creído que podía tener alguna
responsabilidad. Pero no. Todos eran irresponsables, sea porque estaban
protegidos, sea porque les importaba una higa, ya que sabían que no iba a
pasarles nada. Y lo cierto es que seguramente no les pasará nada. Los
jóvenes tienen derecho a divertirse y los mayores a ganar dinero
chupándoles la sangre. Luego dejan el cadáver tirado en una cuneta. (...)
Muchas veces, cuando cruzas la ciudad y observas los grupos, nutridos
y jaraneros, de borrachos vociferantes, los portales convertidos en
urinarios, las peleas y vomitorios que en algún momento llegarán hasta
los informativos de la tele, pero sólo como ilustración de lo bien que
se lo pasan los chavales, uno se pregunta cuánto dinero debe de estar
haciendo alguien para quien la vida de las gentes (las que arman bulla y
las que no pueden dormir) es como la vida de las gallinas para el
granjero. Un inconveniente con el que hay que contar. A veces se mueren,
y no es bueno para el negocio, pero tampoco nos vamos a arruinar
cuidándolas, ¿verdad? Dos bombillas y a vivir.
Quizás algún día, cuando vuelva a existir el periodismo, a alguien se
le ocurra seguir la senda (por otra parte facilísima de trazar) que
lleva del mafioso al munícipe y de éste al “emprendedor”.
Porque los
tres se necesitan, los tres se protegen, los tres se encubren, tienen el
mismo despacho de abogados y sólo alguien externo puede señalarlos
cuando pasean por la calle. De los tres, el que más repugnancia produce
es el topo introducido en el ayuntamiento. No tiene que hacer
absolutamente nada.
Sólo controlar los papeles: que entren los que han
de entrar, que no salgan los que no han de salir. Y vigilar el
matasellos cubierto de telarañas junto a los dos mil expedientes
amontonados.
Me pregunto cuánto dinero, qué cantidad exacta, habrán dejado como
beneficio estas cinco vidas. Y a quién corresponde cada parte." (
Félix de Azúa
, El País, 9 DIC 2012)
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