16.5.24

Joseph Stiglitz proclama las bondades del «capitalismo progresista»... para él, el enemigo de la libertad humana no es el capitalismo como tal, sino el «neoliberalismo» que ha engendrado la desigualdad creciente, la degradación medioambiental y el afianzamiento de los monopolios corporativos... y quiere regularlo para que funcione para muchos (ovejas) y no para unos pocos (lobos). «Necesitamos regulaciones medioambientales, de tráfico, de zonificación, financieras, necesitamos regulaciones en todos los componentes de nuestra economía», escribe... Pero Stiglitz es un ingenuo o un sofista. La historia de la regulación es una historia de fracasos a la hora de controlar el capitalismo o de hacer que los bancos y las empresas apliquen políticas e inversiones en interés de las personas por encima del beneficio. ¿Cómo puede alguien no darse cuenta de ello, después del colapso financiero mundial de 2008, o los posteriores escándalos financieros en abundancia; o la incapacidad para detener o regular la producción de combustibles fósiles y las finanzas? ¿Cómo podrían la regulación y una mayor igualdad hacer frente al desastre inminente que supone el calentamiento global a medida que el capitalismo acumula rapazmente sin ninguna consideración por los recursos y la viabilidad del planeta? El capitalismo progresista es un oxímoron en el siglo XXI (Michael Roberts, economista de la City)

 "El economista liberal de izquierdas y premio Nobel (Riksbank) Joseph Stiglitz ha sacado otro libro para proclamar las bondades de lo que él llama «capitalismo progresista».  El camino hacia la libertad es un juego de palabras con el título del infame libro de Friedrich Hayek, El camino hacia la servidumbre, publicado en 1944, que afirmaba que la intervención del gobierno en la «libertad de los mercados» provocaría escasez y mala distribución de los recursos y, finalmente, el fin de la democracia y la libertad en una dictadura a la manera de la Unión Soviética estalinista.  John Maynard Keynes expresó su acuerdo con Hayek tras leer su libro. Escribió a Hayek que: «moral y filosóficamente me encuentro de acuerdo con prácticamente la totalidad del mismo; y no sólo de acuerdo con él, sino profundamente conmovido».

 Pero Stiglitz ciertamente no.  Para él, la afirmación de Hayek de que el «libre mercado» significa libertad para el individuo significa en realidad «libertad para los lobos y muerte para las ovejas» (Isaiah Berlin). Los mercados libres están diseñados para obtener beneficios, no para satisfacer las necesidades sociales de muchos. «Las externalidades están por todas partes», escribe Stiglitz. «Las mayores y más famosas externalidades negativas son la contaminación atmosférica y el cambio climático, que se derivan de la libertad de las empresas y los individuos para emprender acciones que crean emisiones nocivas». El argumento para restringir esta libertad, señala Stiglitz, es que hacerlo «ampliará la libertad de las personas de generaciones posteriores para existir en un planeta habitable sin tener que gastar una enorme cantidad de dinero para adaptarse a cambios masivos en el clima y el nivel del mar».

Para Stiglitz, el enemigo de la libertad humana no es el capitalismo como tal, sino el «neoliberalismo» que ha engendrado la desigualdad creciente, la degradación medioambiental, el afianzamiento de los monopolios corporativos, la crisis financiera de 2008 y el ascenso de peligrosos populistas de derechas como Donald Trump. Estos resultados nefastos no fueron ordenados por ninguna ley natural o económica, afirma. Más bien, fueron «una cuestión de elección, un resultado de las normas y reglamentos que habían regido nuestra economía. Habían sido moldeadas por décadas de neoliberalismo, y fue el neoliberalismo el culpable».

 Stiglitz ya ha argumentado en libros anteriores que la culpa no es del capitalismo, sino de las decisiones de los gobiernos y sus patrocinadores corporativos de «cambiar las reglas del juego» que habían existido en el periodo de posguerra del capitalismo dirigido.  Se cambiaron las reglas para desregular, privatizar, aplastar a los sindicatos, etc.  Pero Stiglitz nunca explica por qué la élite gobernante consideró necesario cambiar las reglas del juego.  ¿Qué ocurrió para que las reglas de la posguerra se convirtieran en las neoliberales?

De todos modos, Stigliz reitera su llamamiento a la creación de un «capitalismo progresista».  Bajo las reglas de esta forma de capitalismo, el gobierno emplearía toda una gama de políticas fiscales, de gasto y regulatorias para reducir la desigualdad, frenar el poder corporativo y desarrollar los tipos de capital para las necesidades sociales no lucrativas como el «capital humano» (educación), el «capital social» (cooperativas) y el «capital natural» (recursos medioambientales).

Stiglitz no quiere deshacerse del capitalismo, sino regularlo para que funcione para muchos (ovejas) y no para unos pocos (lobos). «Necesitamos regulaciones medioambientales, de tráfico, de zonificación, financieras, necesitamos regulaciones en todos los componentes de nuestra economía», escribe. Pero Stiglitz es un ingenuo o un sofista.  La historia de la regulación es una historia de fracasos a la hora de controlar el capitalismo o de hacer que los bancos y las empresas apliquen políticas e inversiones en interés de las personas por encima del beneficio.

 ¿Cómo puede alguien no darse cuenta de ello, después del colapso financiero mundial de 2008, o los posteriores escándalos financieros en abundancia; o la incapacidad para detener o regular la producción de combustibles fósiles y las finanzas?  La regulación no ha detenido las crisis regulares y recurrentes de la producción bajo el capitalismo, ya sea en la imaginaria «era progresista» de 1945-75 o en la era neoliberal desde entonces.  Stiglitz no tiene nada que decir al respecto.

De hecho, casi reconoce que sus propuestas políticas de gravar a los ricos, regular las finanzas y el medio ambiente y aumentar el gasto público para lograr un capitalismo progresista probablemente no sean adoptadas por los gobiernos y las grandes empresas.  Pero cuando se le preguntó que, tal vez, la única alternativa real para lograr la libertad humana es una transformación revolucionaria de la economía y la sociedad, respondió en una presentación de su libro en la LSE, que las revoluciones son violentas y arriesgadas, por lo que deben evitarse en favor de un cambio gradualista.

Su respuesta me recuerda el comentario de John Mann en su excelente libro In the Long Run We are all Dead, «la izquierda quiere democracia sin populismo, quiere política transformadora sin los riesgos de la transformación; quiere revolución sin revolucionarios». (p21).  Stiglitz realmente se hace eco de Keynes, quien una vez dijo: «En su mayor parte, creo que el capitalismo, sabiamente gestionado, probablemente puede ser más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo aún a la vista, pero que en sí mismo es en muchos aspectos extremadamente objetable. Nuestro problema es elaborar una organización social que sea lo más eficiente posible sin ofender nuestras nociones de un modo de vida satisfactorio».

¿Cómo podrían la regulación y una mayor igualdad hacer frente al desastre inminente que supone el calentamiento global a medida que el capitalismo acumula rapazmente sin ninguna consideración por los recursos y la viabilidad del planeta?  Los programas de redistribución no servirán de mucho.  Y si una economía se hace más igualitaria, ¿detendría futuras caídas bajo el capitalismo o futuras Grandes Recesiones?  Las economías más igualitarias del pasado no evitaron estas caídas. El capitalismo progresista es un oxímoron en el siglo XXI.  E incluso Stiglitz duda de que sea posible lograrlo."

(

No hay comentarios:

Publicar un comentario