15.11.24

Boaventura de Sousa Santos: Trump ¿Frenar el declive o caer en el abismo? La victoria de Trump es un gesto desesperado e históricamente comprensible de la sociedad estadounidense para frenar el declive de la prosperidad imperial que experimentó a lo largo del siglo XX... Es un gesto desesperado, porque la sociedad tiene que recurrir a un presidente que afirma abiertamente estar dispuesto a eliminar la esencia misma de la democracia estadounidense a cambio de la promesa de que todo volverá a ser como antes. también es un gesto históricamente comprensible porque todos los imperios anteriores decayeron y murieron debido a la degradación interna de su vida social, económica, política y cultural... La polarización social, la concentración de la riqueza, el aumento de las desigualdades sociales, la degradación de la calidad de las élites políticas y de la convivencia democrática, el dominio del capital financiero sobre el capital productivo son signos de declive... Bloomberg anunció que la victoria de Trump había contribuido, de la noche a la mañana, a aumentar las fortunas de las 10 personas más ricas del mundo en 64.000 millones de dólares sólo el miércoles... Si estos individuos fueran nacionales de un país hostil a Estados Unidos, serían calificados inmediatamente de oligarcas. Si esto es prueba de un freno al declive o de una profundización del mismo es una cuestión abierta por ahora ¿Democracia o un nuevo tipo de oligarquía? Parece cada vez más claro que la mayoría de la población estadounidense ya no tiene ninguna influencia en la conducción de la vida política... en Estados Unidos se está produciendo una transición de un gobierno constitucional elegido democráticamente a un gobierno de una oligarquía no elegida que prácticamente no rinde cuentas a nadie. Se trata de un nuevo tipo de oligarquía... manipulan el poder político para distorsionar los mercados o impedir que el Estado los reforme. La inmensa mayoría de los senadores y congresistas estadounidenses pertenecen al 1% más rico de EEUU y son compensados por defender políticas que favorecen a la nueva oligarquía. En vista de ello, el voto a Trump bien puede haber sido un voto de protesta. Un voto de protesta destinado a fracasar

 "La victoria de Trump es un gesto desesperado e históricamente comprensible de la sociedad estadounidense para frenar el declive de la prosperidad imperial que experimentó a lo largo del siglo XX y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial. Es un gesto desesperado, porque la sociedad tiene que recurrir a un presidente que ha sido condenado por la justicia penal estadounidense, que ha actuado muy mal durante la pandemia del Covid-19 (1,2 millones de muertos, muchos de ellos evitables), que ha incitado el asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021 y que afirma abiertamente estar dispuesto a eliminar la esencia misma de la democracia estadounidense -los poderes limitados de cada órgano soberano (checks and balances)- a cambio de la promesa de que todo volverá a ser como antes.

Pero también es un gesto históricamente comprensible porque todos los imperios anteriores decayeron y murieron debido a la degradación interna de su vida social, económica, política y cultural. En todo caso, los enemigos externos dieron el golpe de gracia final. Es difícil definir en qué consiste el declive de un imperio, cuándo comienza y cuándo termina. Por ejemplo, el Imperio Romano empezó a declinar tras la muerte de Marco Aurelio (180 d.C.), pero no se derrumbaría hasta trescientos años después. Hay que evitar las grandes generalizaciones en este tema, propenso a un determinismo insensible a las contingencias históricas. Me imagino a los historiadores del futuro preocupándose menos por el declive del imperio americano que por cuánto tiempo sobrevivió el imperio a las predicciones de su decadencia.

Cuando hablo de decadencia, hablo del discurso de la decadencia como arma política para acceder al poder. El principal eslogan de Trump -MAGA (Make America Great Again)- es claro en este sentido. Hay declive, pero se puede detener, incluso revertir. El voto popular a Trump demuestra que este discurso convence hoy en EEUU.

¿Detener el declive o caer en el abismo?

La polarización social, la concentración de la riqueza, el aumento de las desigualdades sociales, la degradación de la calidad de las élites políticas y de la convivencia democrática, el dominio del capital financiero sobre el capital productivo son signos de declive. El declive es un proceso estructural pero discontinuo. A veces puede ser detenido por las mismas fuerzas que son responsables de su declive.

Debido a su naturaleza rentista, el capital financiero fue el primero en señalar la detención del declive. Al día siguiente de la victoria de Trump, el Índice de Multimillonarios de Bloomberg anunció que la victoria de Donald Trump había contribuido, de la noche a la mañana, a aumentar las fortunas de las 10 personas más ricas del mundo. Según el índice, estas fortunas ganaron casi 64.000 millones de dólares sólo el miércoles. Fue el mayor incremento diario registrado desde que el índice comenzó a elaborarse en 2012. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, también fue el que más vio crecer su fortuna. Su patrimonio neto aumentó un 10%, el equivalente a 26.500 millones de dólares. Fue uno de los mayores apoyos de la campaña de Trump y se le prometió un puesto en el próximo Gobierno; la fortuna de Jeff Bezos, dueño de Amazon, aumentó más de un 3%, lo que supone un incremento de 7.000 millones de dólares; Bill Gates, dueño de Microsoft, vio aumentar su patrimonio un 1,2%, hasta los 159.500 millones; Larry Page y Sergey Brin, cofundadores de Google, vieron aumentar su patrimonio un 3,6%, alcanzando cada uno una fortuna cercana a los 150.000 millones. La euforia en el mundo de las bitcoins fue otra manifestación de optimismo financiero. Si estos individuos fueran nacionales de un país hostil a Estados Unidos, serían calificados inmediatamente de oligarcas. Si esto es prueba de un freno al declive o de una profundización del mismo es una cuestión abierta por ahora. En realidad, significa un nuevo impulso a la concentración de la riqueza, un nuevo proteccionismo económico de consecuencias imprevisibles y una profundización de la crisis de la convivencia democrática. Si el peligro de fascismo era real si Trump era elegido, como decía y repetía la campaña de Kamala Harris, ¿por qué Joe Biden hace ahora declaraciones garantizando la transición pacífica de su gobierno a la administración Trump? ¿Es esto un gesto democrático en una democracia al borde del abismo?

 

¿Democracia o un nuevo tipo de oligarquía?

Por supuesto, Trump no ganó las elecciones con el voto de los magnates. Ganó las elecciones con el voto del pueblo estadounidense, especialmente de los más vulnerables que han visto cómo su nivel de vida se deterioraba en los últimos cuatro años, sobre todo después de que la agenda social del presidente Biden fuera bloqueada en el Congreso y la guerra de Ucrania se convirtiera en la gran inversión de la administración Biden. El Partido Demócrata ha abandonado durante mucho tiempo a las clases trabajadoras, exponiéndolas al deterioro de su nivel de vida, a la inflación en el precio de los bienes esenciales y a una mayor explotación. No es de extrañar que estas clases lo abandonen ahora. En relación con las elecciones de 2020, el Partido Demócrata perdió 10 millones de votos y sólo ganó votos entre las clases altas. Perdió clamorosamente el voto de los jóvenes, indignados por la complicidad estadounidense en el genocidio de Gaza.

¿Cómo es posible que los grupos sociales que más sufrirán finalmente el agravamiento de la concentración de la riqueza hayan votado a Trump? Una de las condiciones esenciales para que la democracia liberal funcione es que los ciudadanos estén bien informados. Esta condición se está deteriorando en todo el mundo en tiempos de fakenews y discursos de odio, y el público estadounidense es considerado uno de los más mal informados del mundo.

Pero ésta puede ser sólo una de las razones. Las encuestas de opinión pública muestran sistemáticamente que los ciudadanos estadounidenses están a favor de políticas sociales progresistas: ampliar los servicios médicos accesibles, el derecho a la vivienda, controlar la inflación de los bienes esenciales y aumentar los impuestos que pagan los más ricos. Sin embargo, el Partido Demócrata centró su campaña electoral en el peligro del fascismo y las críticas de Trump contra las políticas de identidad racial y de género. Parecía una táctica sensata dado el racismo y la misoginia de Trump durante toda su campaña. Lo cierto es que todo esto parecía demasiado abstracto para el 75% de la población votante que, encuestada a pie de urna, dijo estar atravesando dificultades económicas. El argumento de la política identitaria sólo ganó votos entre las clases sociales más altas.

Esto recuerda a los análisis realizados por politólogos estadounidenses en los años setenta y ochenta sobre el escaso valor que los países latinoamericanos concedían a la democracia, cambiándola fácilmente por cualquier dictador que prometiera mejorar sus condiciones de vida. Tal vez habría que revisar estos análisis, pero ahora aplicados al pueblo estadounidense.

Parece cada vez más claro que la mayoría de la población estadounidense ya no tiene ninguna influencia en la conducción de la vida política. En un libro reciente, el profesor de Oxford Joe Foweraker (Oligarchy in the Americas, 2021) sostiene que en Estados Unidos se está produciendo una transición de un gobierno constitucional elegido democráticamente a un gobierno de una oligarquía no elegida que prácticamente no rinde cuentas a nadie. Se trata de un nuevo tipo de oligarquía. A diferencia de los “barones ladrones” de la “Gilded Age” de finales del siglo XIX, los oligarcas de hoy no utilizan la corrupción, las subvenciones estatales o los préstamos del Estado; simplemente controlan el poder político para que el sistema fiscal y el marco regulador económico favorezcan sus intereses. En otras palabras, manipulan el poder político para distorsionar los mercados o impedir que el Estado los reforme. La inmensa mayoría de los senadores y congresistas estadounidenses pertenecen al 1% más rico de EEUU y son compensados por defender políticas que favorecen a la nueva oligarquía. En vista de ello, el voto a Trump bien puede haber sido un voto de protesta. Un voto de protesta destinado a fracasar porque Trump ya ha anunciado más recortes de impuestos, más desregulación de la economía y un aumento de la producción de combustibles fósiles. (...)"

(Boaventura de Sousa Santos, Sociólogo. Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal).Other News, 14/11/24)

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