"Nadie, salvo unos pocos compinches corruptos, derramará lágrimas por la marcha del tirano. Pero no debería caber duda de que lo que estamos presenciando hoy en Siria es una enorme derrota, un mini 1967 para el mundo árabe. Mientras escribo, las fuerzas terrestres israelíes han entrado en este maltrecho país. Aún no hay un acuerdo definitivo, pero algunas cosas están claras. Assad es un refugiado en Moscú. Su aparato baasista hizo un trato con el líder oriental de la OTAN, Recep Tayyip Erdoğan (cuyas brutalidades en Idlib son legión), y le ofreció el país en bandeja. Los rebeldes han acordado que el primer ministro de Assad, Mohammed Ghazi al-Jalali, siga supervisando el Estado por el momento. ¿Será ésta una forma de Assadismo sin Assad, incluso si el país está a punto de pivotar geopolíticamente lejos de Rusia y de lo que queda del «Eje de la Resistencia»?
Al igual que Irak y Libia, donde Estados Unidos controla el petróleo, Siria se convertirá ahora en una colonia compartida entre Estados Unidos y Turquía. La política imperial estadounidense, a nivel mundial, consiste en dividir los países que no pueden ser tragados enteros y eliminar toda soberanía significativa con el fin de afirmar la hegemonía económica y política. Esto puede haber comenzado «accidentalmente» en la antigua Yugoslavia, pero desde entonces se ha convertido en un patrón. Los satélites de la UE utilizan métodos similares para garantizar el control de las naciones más pequeñas (Georgia, Rumanía). La democracia y los derechos humanos tienen poco que ver con todo esto. Es una apuesta global.
En 2003, tras la caída de Bagdad en manos de Estados Unidos, el exultante embajador israelí en Washington felicitó a George W. Bush y le aconsejó que no se detuviera ahora, sino que siguiera adelante hacia Damasco y Teherán. Sin embargo, la victoria estadounidense tuvo un efecto secundario imprevisto pero previsible: Irak se convirtió en un Estado chiíta, lo que reforzó enormemente la posición de Irán en la región. La debacle allí, y posteriormente en Libia, significó que Damasco tuvo que esperar más de una década antes de recibir la debida atención imperial. Mientras tanto, el apoyo iraní y ruso a Assad elevó las apuestas del rutinario cambio de régimen.
Ahora, el derrocamiento de Assad ha creado otro tipo de vacío, que probablemente llenarán Turquía, miembro de la OTAN, y Estados Unidos, a través de la «ex Al Qaeda» Hayat Tahrir al Sham (el cambio de imagen de su líder, Abu Mohammad al Yolani, como luchador por la libertad tras su estancia en una prisión estadounidense en Irak es habitual), así como Israel. La contribución de este último ha sido enorme, ya que ha inutilizado a Hezbolá y ha destrozado Beirut con otra ronda de bombardeos masivos. Tras esta victoria, resulta difícil imaginar que Irán vaya a quedarse solo. Aunque el objetivo último tanto de Estados Unidos como de Israel es el cambio de régimen en ese país, degradarlo y desarmarlo es la primera prioridad. Este plan más amplio para remodelar la región ayuda a explicar el apoyo incondicional prestado por Washington y sus representantes europeos al genocidio israelí en Palestina. Tras más de un año de matanzas, el principio kantiano de que las acciones del Estado deben ser tales que puedan convertirse en una ley universalmente respetada parece una broma de mal gusto.
¿Quién sustituirá a Assad? Antes de su huida, algunos informes sugerían que si el dictador daba un giro de 180 grados -rompiendo con Irán y Rusia y restableciendo buenas relaciones con Estados Unidos e Israel, como habían hecho antes él y su padre-, entonces los estadounidenses podrían inclinarse por mantenerlo. Ahora es demasiado tarde, pero el aparato estatal que le abandonó ha declarado su disposición a colaborar con quien sea. ¿Hará Erdoğan lo mismo? El sultán de los burros querrá seguramente que los suyos, criados en Idlib desde que eran niños soldados, estén al mando y bajo el control de Ankara. Si consigue imponer un régimen títere turco, será otra versión de lo ocurrido en Libia. Pero es poco probable que se salga con la suya. Erdoğan es fuerte en demagogia pero débil en acciones, y Estados Unidos e Israel podrían vetar un gobierno limpio de Al Qaeda por sus propias razones, a pesar de haber utilizado a los yihadistas para luchar contra Assad. Sea como fuere, es poco probable que el régimen de reemplazo suprima la Mukhābarāt (policía secreta), ilegalice la tortura u ofrezca un gobierno responsable.
Antes de la Guerra de los Seis Días, uno de los componentes centrales del nacionalismo y la unidad árabes era el partido Baath, que gobernaba Siria y tenía una fuerte base en Irak; el otro, más poderoso, era el gobierno de Nasser en Egipto. El baazismo sirio durante el periodo anterior a Assad era relativamente ilustrado y radical. Cuando conocí al primer ministro Yusuf Zuayyin en Damasco en 1967, me explicó que la única forma de avanzar era flanquear el nacionalismo conservador convirtiendo a Siria en «la Cuba de Oriente Próximo». Sin embargo, el asalto israelí de ese año condujo a la rápida destrucción de los ejércitos egipcio y sirio, lo que allanó el camino para la muerte del nacionalismo árabe nasserita. Zuayyin fue derrocado y Hafez-al Assad llegó al poder con el apoyo tácito de Estados Unidos, al igual que Saddam Hussein en Irak, a quien la CIA proporcionó una lista de los principales cuadros del Partido Comunista Iraquí. Los radicales baasistas de ambos países fueron descartados, y el fundador del partido, Michel Aflaq, dimitió disgustado cuando vio hacia dónde se dirigía.
Sin embargo, estas nuevas dictaduras baasistas recibieron el apoyo de ciertos sectores de la población, siempre y cuando proporcionaran una red de seguridad básica. Irak bajo Saddam y Siria bajo Assad padre e hijos fueron dictaduras brutales pero sociales. Assad padre procedía del estrato medio del campesinado y aprobó varias reformas progresistas para mantener contenta a su clase, reduciendo la presión fiscal y aboliendo la usura. En 1970, la inmensa mayoría de las aldeas sirias sólo tenían luz natural; los campesinos se levantaban y se iban a dormir con el sol. Un par de décadas después, la construcción de la presa del Éufrates permitió la electrificación del 95% de ellos, con energía fuertemente subvencionada por el Estado.
Fueron estas políticas, y no sólo la represión, las que garantizaron la estabilidad del régimen. La mayoría de la población hizo la vista gorda ante la tortura y el encarcelamiento de ciudadanos en las ciudades. Assad y su camarilla creían firmemente que el hombre era poco más que una criatura económica, y que si las necesidades de este tipo podían satisfacerse, sólo una pequeña minoría se rebelaría («uno o doscientos como mucho», comentó Assad, «eran los tipos para los que estaba pensada originalmente la prisión de Mezzeh»). El levantamiento final contra el joven Assad en 2011 fue provocado por su giro hacia el neoliberalismo y la exclusión del campesinado. Cuando se convirtió en una amarga guerra civil, una opción habría sido un acuerdo de compromiso y reparto del poder, pero los apparatchiks que actualmente negocian con Erdoğan desaconsejaron tal acuerdo.
Durante una de mis visitas a Damasco, el intelectual palestino Faisal Darraj me confió que el agente de Mukhābarāt que le daba permiso para salir del país para asistir a conferencias en el extranjero siempre ponía una condición: «Trae lo último de Baudrillard y Virilio». Siempre es bueno tener torturadores educados, como podría haber dicho el gran novelista árabe Abdelrahman Munif, saudí de nacimiento y destacado intelectual del partido Baath. La novela de Munif Sharq al-Mutawassit (Al este del Mediterráneo), de 1975, es un relato devastador de la tortura y el encarcelamiento políticos, que el crítico literario egipcio Sabry Hafez describió como un libro de «poder y ambición excepcionales, que aspira a escribir la prisión política definitiva en todas sus variantes». Cuando hablé con Munif en los años noventa, me dijo, con una mirada triste, que esos eran los temas que dominaban la literatura y la poesía árabes: un comentario trágico sobre el estado de la nación árabe. Hoy en día, esto no tiene visos de cambiar. Aunque los rebeldes han liberado a algunos de los prisioneros de Assad, pronto los sustituirán por los suyos.
Estados Unidos y la mayor parte de la UE han pasado el último año
sosteniendo y defendiendo con éxito un genocidio en Gaza. Todos los
Estados clientes de EEUU en la región permanecen intactos, mientras que
tres no clientes -Irak, Libia y Siria- han sido decapitados. La caída de
este último elimina una línea de suministro crucial que une a varias
facciones antisionistas. Geoestratégicamente, es un triunfo para
Washington e Israel. Hay que reconocerlo, pero de nada sirve la
desesperación. Cómo se reconstituirá una resistencia eficaz depende del
próximo choque entre Israel y un Irán asediado, que mantiene
conversaciones clandestinas directas con Estados Unidos y ciertos
miembros del entorno de Trump, al tiempo que acelera el desarrollo de
sus planes nucleares. La situación está plagada de peligros." (Tariq Ali , New Left Review, 09/12/24)
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