"Algo importante está ocurriendo en China, y debería preocupar a los dirigentes políticos del país. Cada vez más, los chinos más jóvenes muestran una actitud de resignación pasiva, plasmada en la nueva palabra de moda bai lan (“que se pudra”). Nacido de la desilusión económica y la frustración generalizada ante unas normas culturales asfixiantes, el término bai lan rechaza la carrera de la rata e insta a hacer lo mínimo en materia de trabajo. El bienestar personal tiene prioridad sobre la carrera profesional.
La misma tendencia se refleja en otra palabra de moda reciente: tang ping (“tumbado”), un neologismo de la jerga que denota una sensación de resignación ante la incesante competencia social y profesional. Ambos términos manifiestan un rechazo de las presiones de la sociedad para que se superen las expectativas, y de la participación social como un juego de tontos cada vez con menos beneficios.
El pasado mes de julio, la CNN informó que muchos trabajadores chinos estaban cambiando los trabajos de oficina de alta presión por trabajos manuales flexibles. Una joven de 27 años de Wuhan explicaba: “Me gusta limpiar. A medida que mejora el nivel de vida (en todo el país), también aumenta la demanda de servicios de limpieza… El cambio que me representa es que ya no me siento mareada. Siento menos presión mental. Y estoy llena de energía todos los días”.
Estas actitudes se presentan como apolíticas, y manifiestan un rechazo tanto de la resistencia violenta al poder como de cualquier tipo de diálogo con quienes lo detentan. Ahora bien, ¿estas son las únicas opciones para los alienados?
Las protestas masivas que se están produciendo en Serbia sugieren otras posibilidades. Los manifestantes no sólo reconocen que hay algo podrido en el estado serbio; también insisten en no dejar que las cosas sigan pudriéndose.
Las protestas comenzaron el pasado noviembre en Novi Sad, tras el derrumbe de un techo que causó 15 muertos y dos heridos graves en una estación de ferrocarril recientemente renovada. Las manifestaciones se han extendido desde entonces a 200 ciudades y pueblos serbios, atrayendo a cientos de miles de personas y convirtiendo este activismo en el mayor movimiento liderado por estudiantes en Europa desde 1968.
Obviamente, el derrumbe del techo no fue más que la chispa que encendió la mecha del descontento reprimido. Las preocupaciones de los manifestantes abarcan muchos temas, desde la corrupción desenfrenada y la destrucción ecológica (el gobierno planea dedicarse de lleno a la extracción de litio) hasta el desprecio general que el presidente serbio, Aleksandar Vučić, ha mostrado hacia la población. Lo que el gobierno presenta como un plan para acceder a los mercados mundiales, los jóvenes serbios lo ven como una artimaña para encubrir la corrupción, vender los recursos nacionales a inversores extranjeros en condiciones turbias y eliminar gradualmente a los medios de comunicación opositores al gobierno.
¿Pero qué hace únicas a estas manifestaciones? La consigna de los manifestantes es: “No tenemos exigencias políticas y mantenemos distancia de los partidos de la oposición. Simplemente pedimos que las instituciones serbias trabajen en interés de los ciudadanos”. Con ese fin, insisten, en sentido estricto, en la transparencia sobre la renovación de la estación de tren de Novi Sad, el acceso a todos los documentos sobre el accidente, la desestimación de los cargos contra los detenidos durante la primera protesta de noviembre contra el gobierno y el procesamiento penal de quienes atacaron a los manifestantes estudiantiles en Belgrado.
Así, los manifestantes quieren provocar un cortocircuito en el proceso que ha permitido al partido gobernante mantener al estado como rehén controlando todas las instituciones. Por su parte, el gobierno de Vučić ha reaccionado de manera violenta, pero también con una técnica conocida en boxeo como “clinching”: cuando un boxeador rodea con los brazos a un oponente para impedirle golpear libremente.
Cuanto mayor es el pánico de Vučić, más desesperado está por intentar llegar a algún acuerdo con los manifestantes. Pero los manifestantes rechazan cualquier diálogo. Han especificado sus demandas e insisten en ellas de manera incondicional.
Tradicionalmente, las protestas masivas se basan, al menos implícitamente, en la amenaza de violencia, combinada con una apertura a la negociación. Sin embargo, en este caso ocurre lo contrario: los manifestantes serbios no amenazan con violencia, pero también han rechazado el diálogo. Esa simplicidad causa confusión, al igual que la aparente ausencia de líderes obvios. En este sentido, las protestas tienen algunas similitudes con el bai lan.
En algún momento, por supuesto, la política organizada tendrá que entrar en juego. Pero, por ahora, la postura “apolítica” de los manifestantes crea las condiciones para una nueva política, en lugar de otra versión del mismo juego de siempre. Para lograr la ley y el orden, hay que despejar la mesa.
Esta es razón suficiente para que el resto del mundo apoye incondicionalmente las protestas. Demuestran que un llamamiento simple y directo a la ley y al orden puede ser más subversivo que la violencia anárquica. Los serbios quieren el estado de derecho sin todas las reglas no escritas que dejan la puerta abierta a la corrupción y al autoritarismo.
Los manifestantes están muy lejos de la vieja izquierda anárquica que dominó las manifestaciones de 1968 en París y en todo Occidente. Después de bloquear durante 24 horas un puente sobre el Danubio en Novi Sad, los jóvenes manifestantes decidieron prolongar su concentración tres horas más para poder limpiar la zona. ¿Se imaginan a los parisinos de 1968 haciendo lo mismo después de lanzar piedras?
Aunque algunos podrían considerar como hipócrita el apoliticismo político de los manifestantes serbios, se entiende mejor como un signo de su radicalismo. Se niegan a hacer política según las reglas existentes (en su mayoría no escritas). Aspiran a cambios fundamentales en el funcionamiento de las instituciones básicas.
El mayor hipócrita de esta historia es la Unión Europea, que se abstiene de presionar a Vučić por miedo a que gravite hacia Rusia. Mientras que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha expresado su apoyo al pueblo de Georgia “que lucha por la democracia”, ha guardado un notable silencio sobre el levantamiento en Serbia -un país que oficialmente es candidato a la adhesión a la UE desde 2012-. La UE deja que Vučić se salga con la suya porque prometió estabilidad y exportaciones de litio, un insumo clave para los vehículos eléctricos.
La falta de críticas de la UE, incluso ante las acusaciones de fraude electoral, ha dejado en la estacada, en repetidas ocasiones, a la sociedad civil serbia. ¿Debería sorprendernos que los manifestantes agiten tan pocas banderas de la UE? La idea de una “revolución de colores” como la que se inició en Ucrania hace 20 años para “unirse al Occidente democrático” ya no cuela. La UE ha vuelto a caer políticamente bajo."
(evista de prensa, 15/02/25, fuente Project Syndicate)
, R
No hay comentarios:
Publicar un comentario