10.3.25

Carta a una mujer de clase obrera... Nuestras madres no son nuestras madres, son el sostén de la vida de la clase obrera... Una de las mujeres que hacen posible que el capitalismo sea eficiente porque son las encargadas de que el mundo funcione con una masa ingente de trabajo no remunerado imprescindible para que el sistema tenga la más mínima oportunidad de ser efectivo. No se llama trabajo esclavo, pero se le parece... Nadie en mi familia podría haber sido lo que es sin el trabajo de mi madre, de cualquier mujer de clase obrera de cualquier familia española, de cualquier mujer de clase obrera que tuvo como apellido ser madre, pero que ha sido más que ese apellido, que son mucho más y cuya identidad es más valiosa que la que se les reconoce socialmente por haber parido y criado a unos hijos... Somos lo que somos, hemos estudiado lo que hemos estudiado, hemos trabajado lo que hemos trabajado, porque teníamos a una trabajadora a tiempo completo esperando en casa haciendo todo aquello que creíamos que no llevaba tiempo, que no era un trabajo, que era simplemente su obligación como madre, esposa y mujer... nunca nos paramos a reflexionar sobre el enorme esfuerzo que supone el trabajo doméstico... No nos hemos disculpado por no haber sabido ver, hasta que ha sido muy tarde, el enorme sacrificio que han hecho para hacernos a los demás la vida más fácil... El esfuerzo y carga mental que ha tenido que soportar durante toda su vida le ha provocado un desgaste en salud psicológica que nunca pudo aliviar con terapias porque ni había dinero, ni se consideraba que esa tristeza y pesadumbre de la monotonía, de la falta de motivación y de que nadie valorara el ingente trabajo que hacía era consustancial a su condición de madre... Esta es una carta de agradecimiento a mi madre por el trabajo de toda una vida. Pero también al trabajo de todas las mujeres de clase trabajadora, que, madres o no, han cuidado de cualquier persona a su cargo (o al de sus vecinas o al de sus compañeras de trabajo) y han posibilitado que si este sistema funciona un poco, por poco que sea, es gracias a haberlas explotado de manera inmisericorde (Antonio Maestre)

 "Mi madre no es mi madre, mi madre, y la tuya, son las mujeres sobre las que hemos levantado nuestro futuro, la economía y la prosperidad. Su identidad no se define por haber parido. Nuestras madres no son nuestras madres, son el sostén de la vida de la clase obrera

Mi madre tiene las palmas suaves con los pliegues ajados. Las huellas dactilares se le han borrado. Siempre he creído que se le han quedado lijadas por la abrasión de la lejía y el salfumán que usó toda su vida como trabajadora del hogar, a veces, pocas, remuneradas en casas ajenas, las más, casi todas, como cuidadora de sus hijos y de su marido en la casa propia. Ahora la cuida él a ella, con mucho cariño y abnegación, porque la abrasión que le ha dejado las palmas sin fricción le ha quemado también un pulmón y lleva dentro de sí una enfermedad laboral que jamás será reconocida. Ella no ha fumado en la vida, su nódulo le brotó de aspirar durante cincuenta años productos de limpieza y mierda ajena. Ha trabajado toda la vida sin siquiera tener derecho a una pensión no contributiva y encima ese trabajo no remunerado la ha enfermado con severa gravedad. La pensión es de mi padre, pero sin el trabajo de mi madre nunca hubiera tenido la posibilidad de ganar esa pensión. Mi madre, antes que mi madre, es una mujer de clase obrera, una mujer trabajadora. Una de las mujeres que hacen posible que el capitalismo sea eficiente porque son las encargadas de que el mundo funcione con una masa ingente de trabajo no remunerado imprescindible para que el sistema tenga la más mínima oportunidad de ser efectivo. No se llama trabajo esclavo, pero se le parece.

Nadie en mi familia podría haber sido lo que es sin el trabajo de mi madre, de cualquier mujer de clase obrera de cualquier familia española, de cualquier mujer de clase obrera que tuvo como apellido ser madre, pero que ha sido más que ese apellido, que son mucho más y cuya identidad es más valiosa que la que se les reconoce socialmente por haber parido y criado a unos hijos. El bienestar de la sociedad descansa sobre los hombros de millones de mujeres de clase obrera que habiendo sido madres o no han dedicado su existencia al cuidado del prójimo. Somos lo que somos, hemos estudiado lo que hemos estudiado, hemos trabajado lo que hemos trabajado, porque teníamos a una trabajadora a tiempo completo esperando en casa haciendo todo aquello que creíamos que no llevaba tiempo, que no era un trabajo, que era simplemente su obligación como madre, esposa y mujer. O un regalo, porque nos querían mucho. Puede que ahora no pienses así, algunos todavía lo hacen, pero todos hemos pasado por esos momentos en que nunca nos paramos a reflexionar sobre el enorme esfuerzo que supone el trabajo doméstico. Seguramente porque no lo hacemos nunca.

Las mujeres de clase obrera que han desempeñado su trabajo como cuidadoras no solo han tenido que soportar el desdén y la invisibilización, sino que se han visto sometidas a la violencia patriarcal, a la sexual y a la simbólica. Pregunten a sus madres, a sus hermanas, a sus abuelas, a sus parejas o a sus compañeras de trabajo o militancia, todas ellas tienen una historia de violencia que narrar de mayor o menor intensidad, todas han tenido que cuidar, ninguna ha tenido el reconocimiento social, personal o familiar que merecen. No nos hemos disculpado por no haber sabido ver, hasta que ha sido muy tarde, el enorme sacrificio que han hecho para hacernos a los demás la vida más fácil.

Mi madre es la mía, pero la tuya no es diferente. Las madres de clase obrera son el pilar fundamental de la clase trabajadora y el sistema de producción capitalista hasta el punto de sostener nuestro bienestar emocional y psicológico. Su vinculación con nuestro cuidado es de tal dimensión que he llegado a subrogar mis recuerdos de infancia a sus relatos, todo lo que creo recordar de cuando era niño está basado en lo que mi madre me contaba que hacía. Se sabe mejor mi vida que yo mismo, de manera literal. El esfuerzo y carga mental que ha tenido que soportar durante toda su vida le ha provocado un desgaste en salud psicológica que nunca pudo aliviar con terapias porque ni había dinero, ni se consideraba que esa tristeza y pesadumbre de la monotonía, de la falta de motivación y de que nadie valorara el ingente trabajo que hacía era consustancial a su condición de madre. Ese “indefinible malestar”, del que hablaba Martín Gaite en Desde la ventana recogiendo las palabras de Betty Friedan. Que ser ama de casa era una suerte, que estar siempre en el hogar era cómodo, que cuidar, limpiar y cocinar era su papel y desde luego no un trabajo digno de tal consideración. Ahora tampoco hay dinero para terapia para las mujeres trabajadoras que cuidan y trabajan en casa. Ahora tampoco hay dinero ni tiempo para las obreras que cuidan y trabajan fuera de casa y dentro de ella. La terapia se sustituye por ansiolíticos y antidepresivos cuando hay cita en el centro de salud. Es la manera de tener a ese ejército laboral anestesiado y callado.

Esta es una carta de agradecimiento a mi madre por el trabajo de toda una vida. Pero también al trabajo de todas las mujeres de clase trabajadora, que, madres o no, han cuidado de cualquier persona a su cargo (o al de sus vecinas o al de sus compañeras de trabajo) y han posibilitado que si este sistema funciona un poco, por poco que sea, es gracias a haberlas explotado de manera inmisericorde. Nunca jamás se podrá devolver todo lo que las mujeres de clase obrera que se han matado, a veces de manera literal, haciendo su trabajo no remunerado han hecho. Lo mínimo es el reconocimiento, pero eso no basta. El trabajo se paga. Mi madre no es mi madre, mi madre, y la tuya, son las mujeres sobre las que hemos levantado nuestro futuro, la economía y la prosperidad. Su identidad no se define por haber parido. Nuestras madres no son nuestras madres, son el sostén de la vida de la clase obrera."           (Antonio Maestre, eldiario.es, 09/03/25)

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