"(...) Al cierre del 2016 y mientras esperábamos el 2017, el brexit
era una realidad y lo más probable es que la Unión Europea seguirá
“funcionando” sin el Reino Unido, así como la zona Euro, si en la
segunda vuelta de las elecciones francesas previstas para mayo de 2017
no gana la extrema derecha que lidera la populista Marina Le-Pen.
De
esta variable depende en muchos sentidos el futuro de la Unión Europea,
que ha tenido como motores principales el eje Berlín-Paris, ahora más
averiado que antes con el surgimiento del brexit.
Por
otra parte, la victoria del republicano, en extremo conservador, Donald
Trump en los Estados Unidos, como representativo de una tendencia global
de auge de las fuerzas de derecha, nacionalistas y de extrema derecha o
neofascistas, constituye un estimulo a sus similares europeas para los
comicios electorales de 2017 en diferentes países de la Unión Europea.
Las posiciones nacionalistas, antiinmigrantes, antiélites y
antiglobalización del discurso de Trump tienen eco en Europa e ilustran
un auge de las corrientes populistas de derecha en las llamadas
democracias occidentales. Y es que a nivel europeo y global hay un
despertar, se despiertan las naciones y llega al paroxismo, al
chovinismo.
El hecho de que esto ocurra en los Estados Unidos tiene un
alcance simbólico muy fuerte por tratarse de la única superpotencia con
un verdadero alcance mediático y cultural en todo el sistema
internacional.
Los líderes de estos movimientos recibieron con
júbilo y sensación de victoria propia, a fines del 2016, el triunfo del
magnate estadounidense, estimando que es un buen augurio para sus
partidos.
En el caso de Francia esta tendencia se incrementa
desde las elecciones regionales celebradas en diciembre de 2015.
Ante el
claro desgaste de la derecha sarkozista y de los socialistas galos, se
visualiza que la extrema derecha francesa es un actor a tener en cuenta
por sus capacidades de proyección a la hora de capitalizar las múltiples
crisis que afectan a Francia y a toda Europa. También existen notables
diferencias entre las fuerzas de extrema derecha estadounidenses y
francesas por razones culturales e históricas que merecerían de un
estudio sociológico específico.
Aunque el llamado voto
republicano pueda impedir su victoria en la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales en mayo de 2017, como ha sucedido en repetidas
ocasiones en la historia reciente, ha sido el auge obtenido por el
Frente Nacional, conducido por Marine Le Pen, en Francia, el corolario
que más impacto tiene para toda la extrema derecha en Europa, siendo
también reforzado, como hemos dicho, por la victoria de Donald Trump en
los Estados Unidos, lo que demuestra la posibilidad de que estas fuerzas
extremas lleguen al poder en distintos países del bloque de países
occidentales.
Por otra parte, en sintonía con los tiempos que
corren, la derecha francesa ha endurecido sus posiciones con respecto a
la inmigración y en la lucha contra la criminalidad para adoptar un
discurso que se acerque más al del Frente Nacional, fortaleciendo así,
en la práctica, al partido de los neofascistas galos.
Sin embargo,
existen pequeñas agrupaciones extremistas y neofascistas que no militan
en el Frente Nacional y actúan en la sociedad francesa con autonomía y
gestionan sus intereses a través de la violencia en las calles y plazas
atemorizando a la sociedad y aprovechando las divisiones que debilitan a
la izquierda francesa.
En Reino Unido, muchos de los votantes
que apoyaron la salida de la Unión Europea, en 2017, seguirán escuchando
los llamados del partido eurófobo UKIP a “recuperar” el control del
país.
En Alemania, el partido populista de extrema derecha
Alternativa para Alemania (AfD), que centra su discurso radical en la
inmigración, intentará nuevas victorias electorales como logró en 2016
en las regiones alemanas.
En Austria, Holanda y en los países
escandinavos la extrema derecha también está en auge y consideran que la
victoria de Trump es histórica para todas las fuerzas en el extremo de
la derecha.
El primer ministro húngaro Viktor Orban y el
presidente checo Milos Zeman, a menudo criticados por su discurso de
derecha populista, también expresaron su apoyo al presidente electo de
los Estados Unidos.
Todos estos partidos de extrema derecha
denigran a las “élites” político-financieras y a la globalización, a la
que consideran burocracias fraudulentas inventadas por los ricos.
A pesar de todos esos criterios de las fuerzas populistas y demagogas
en el contexto de la crisis sistémica del capitalismo, no debemos
olvidar que una vez la extrema derecha llega al poder sirve a los ricos y
a los intereses del gran capital transnacional.
Todos los
extremos al aproximarse se tocan, la extrema izquierda europea ha
adoptado también un discurso “antisistema” o contra la construcción de
la Unión Europea pero, al ser ella minoritaria en términos de
intenciones de votos y contar con pobre influencia política sobre la
población, sus posiciones terminan favoreciendo a la extrema derecha
europea.
Asociado a lo anterior, se encuentra el auge de la
inmigración procedente de África del norte y la subsahariana y del Medio
Oriente, que con frecuencia se estigmatiza como «culpable» —especie de
«chivo expiatorio»— de una crisis económica que tiene sus causas más
profundas en la naturaleza del capitalismo globalizado contemporáneo.
Esta situación ha llegado a un punto en el que el Consejo de Europa
reconoció la existencia de un populismo y un extremismo en ascenso que
afecta a casi toda la geografía europea, con su carga de racismo,
intolerancia, violencia contra los extranjeros —en particular los
gitanos y musulmanes—, el crecimiento de agrupaciones políticas
xenófobas, que no aceptan una identidad europea cada vez más
multicultural.
Las tendencias autoritarias – o potencialmente
autoritarias – instaladas en los gobiernos comunitarios y la ineficiente
gestión por parte de muchos países en la cuestión de los refugiados
solo sirvió para promover el antieuropeismo y la “Fortaleza Europa”.
Las
acciones emprendidas por Hungría o Eslovenia que blindaron sus
fronteras, al tiempo que algunos estados, como Polonia, endurecieron su
postura respecto a los valores “humanistas” que se creyeron arraigados
en el continente, constituyendo un serio reto para la Comisión Europea y
la cohesión comunitaria en general.
La resurrección de esas
fuerzas populistas y de extrema derecha ha sido el resultado de la
crisis económica, de la descomposición y pérdida de los beneficios
sociales que, durante décadas, había garantizado el llamado «Estado de
bienestar» impulsado por los socialdemócratas, la indiferencia de la
clase política hacia los reclamos de los ciudadanos y la ausencia de una
estrategia humanista que enfrente el empuje de la inmigración en el
contexto de la crisis económica sistémica del capitalismo globalizado. (...)
El conjunto de los factores enumerados advierten que una
construcción europea irreversible constituye una percepción falsa, pues
la historia ha demostrado que cualquier proceso social puede ser
revertido, y debe reconocerse que los partidos políticos no han sabido
ofrecer respuestas creíbles a las problemáticas mencionadas, ni a los
temores de los ciudadanos por la pérdida de riqueza material y, como
consecuencia, de las libertades individuales relacionadas con el consumo
y el nivel de vida, la igualdad de género, laicidad o, al menos,
preeminencia del Estado sobre la religión, entre otros temas no menos
importantes.
En este panorama, es la socialdemocracia la que
más ha perdido en la batalla electoral, al practicar una política casi
idéntica a la de sus rivales de derecha o conservadores, los que, a su
vez, se han aproximado al populismo y a la demagogia política típica del
discurso y la práctica de las fuerzas de extrema derecha o
neofascistas.
Todas estas son condiciones peligrosas y
desafiantes para el futuro de la construcción europea, ya que tales
fuerzas buscan ascender al poder en cada país y a nivel de las
instituciones europeas, con su rechazo al proceso de integración y a la
moneda única (euro).
Existen justificados temores sobre las
posibilidades de que las posiciones xenófobas y ultranacionalistas
continúen propagándose. (...)
El auge nacionalista y de la extrema derecha será en el 2017, en el
contexto electoral de Holanda, Francia y Alemania, un verdadero desafío
para la Unión Europea y a las instituciones internacionales en general.
El populismo es una señal de alerta para que los políticos europeos
presten más atención a las demandas de una parte de la población
desconcertada y pesimista acerca de su futuro. ¿No será demasiado tarde?
Lo cierto es que, desde el 2008, la reticencia a hacer frente a
asuntos difíciles, la incapacidad para aceptar los costes del ajuste
necesario y la falta de liderazgo ha resultado en un estancamiento. No
es probable que esto vaya a cambiar en el 2017.(...)" (Leyde E. Rodríguez Hernández , Rebelión, 01/02/17)
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