"(...) La idea de que
España va a crecer rápidamente en los próximos meses, y en una
proporción muy significativa, es defendida no solo por el Gobierno, sino
por una parte muy importante del empresariado español más relevante,
comenzando por Ana Botín o José María Álvarez-Pallete.
Es muy
probable que ocurra de esa manera, ya que la desescalada, el verano, la
recuperación de la plena normalidad en un tiempo razonable (si no hay
sorpresas desagradables) y la llegada de los fondos
darán un gran impulso al consumo, al empleo y al crecimiento. (...)
Y así parece, al menos a vista de pájaro. Sin embargo, si reparamos
en las transformaciones que se están produciendo en nuestro tiempo, y en
sus consecuencias, la imagen es algo menos alentadora. El tipo de
sociedad que estamos creando es otra, justo la consecuencia de la aceleración que el coronavirus ha producido.
Nada de lo que está sucediendo, en ese plano, es diferente de lo que había sido previsto antes del covid-19: los procesos de reorganización
de la economía hacia el ámbito digital, la necesidad de una
reorganización verde, la adaptación de las empresas a los nuevos
tiempos, las cadenas de mercado cada vez más concentradas. El giro
digital, por ejemplo, no supone un inevitable proceso de adaptación a
nuevas costumbres, sino un elemento de reconversión del mercado hacia
otro tipo de estructura.
1. El sospechoso espíritu digital
Muchas
de las quejas referidas al auge de las grandes tecnológicas han sido
articuladas desde un elemento ideológico. En última instancia, desde la
defensa de una democracia amenazada
por empresas con enorme poder que habrían favorecido opciones políticas
muy concretas.(...) El otro
aspecto contra el que la reacción está en marcha es el de los impuestos,
ya que la estructura internacional permitía que los pagaran allí donde
más rentable les resultaba.
Sin
embargo, en este mundo demasiado preocupado por las perturbaciones
políticas, pero mucho menos por la forma de organizar la economía,
conviene recordar lo que significan las tecnológicas: una manera de concentrar el poder del lado de un nuevo mediador, que está desplazando por completo a los anteriores, y que se configura como un poder monopolista.
(...) La pandemia los ha hecho más
grandes todavía, con las perturbaciones que esto supone del lado de la
competencia, de la configuración de los canales y de la distribución de los ingresos dentro de los mismos. Ese modelo, el de la economía del contenedor, el de los monopolios y oligopolios, es el que está asentándose de una manera definitiva tras el coronavirus.
Pero el giro digital es mucho más amplio, en la medida en que
reconstruye muchísimos procesos de prestación de servicios o de
provisión de bienes: desde los bancarios, la administración, los
energéticos o la organización de la fabricación, hasta el transporte
o la relación con los consumidores.
Hasta ahora, la digitalización ha
sido mucho más un camino para elevar los beneficios a través del recorte
de gastos que un mecanismo de generación de mayor eficiencia en las
empresas. (...)
Un
ejemplo lo tenemos en España: las empresas estrella, nuestros
unicornios, como Glovo o Cabify, no son más que traducciones nacionales
de la reducción intensiva de salarios y del empeoramiento en las
condiciones de realización del trabajo, que es la base que permite que
esas firmas puedan tener éxito. Ese ha sido el espíritu de la
digitalización hasta la fecha. Podría desarrollarse de otra manera, pero
no ha sido el caso. Y recordemos que la digitalización es uno de los
pilares de los fondos europeos.
2. Cuando todo sea verde
(...) Los planes de
recuperación deben ser utilizados para cambiar el tipo de economía, pero con efectos duraderos.
Utilizar capital, que finalmente es deuda, para crear empleos
ocasionales es poco más que cavar zanjas y volver a meter la arena en el
hoyo; coyunturalmente útil, pero poco eficaz si los estímulos no se
mantienen durante mucho tiempo.
Y la mayor parte de los fondos verdes son exactamente eso:
la rehabilitación de edificios o la implantación de determinadas
energías renovables supone que, una vez que la tarea se ha realizado, el
empleo desaparece. Ese movimiento no crea empresas, no es más que un
Plan E a escala verde y europea, sobre todo si la austeridad regresa en
un par de años. Cuando las tareas finalicen, tendremos que pagar la
deuda y los empleos habrán desaparecido.
Los planes deben
utilizarse, también en el terreno ecológico, para otros propósitos.
Deben generar actividad con posibilidades de permanencia, apoyar las
empresas que puedan tener recorrido en el futuro y que necesiten
trabajadores en una dimensión razonable. Se trata de elevar el nivel de
vida, de impulsar el consumo, de generar recursos para las poblaciones. (...)
3. La destrucción no creativa
El impulso digital y ecológico tendrá lugar sobre un nuevo suelo,
en la medida en que el covid-19 ha contribuido a destruir muchos
empleos y al cierre de muchas pymes, y en tanto la carga adicional de
pymes y trabajadores será importante. Las pequeñas empresas que han
logrado sobrevivir tendrán complicado competir, ya que los sectores
donde pueden operar con éxito son muy limitados, así como por su mayor
endeudamiento.
Muchos expertos ven con buenos ojos esta destrucción
porque la entienden creativa: los menos preparados, los menos adaptados,
los que no han sabido adecuarse a los tiempos han tenido que cerrar, lo
que produce una situación idónea para la recuperación. Lo malo es que
esa lectura contiene una pequeña parte de la realidad.
Mucho más que su escasa modernización, lo que pone en dificultades a
muchas pequeñas empresas supervivientes son las condiciones de
funcionamiento de un mercado concentrado que sobrecarga de costes a las
pequeñas firmas al mismo tiempo que las hace sentir especialmente su
posición. (...)
4. El empleo no será el que fue
Fruto
de este conjunto de circunstancias, el empleo se verá presionado por
distintos lugares. De una parte, su escasez; de otra, es más que
probable que las empresas paguen peor, en la medida en que muchas
estarán presionadas para obtener más beneficios, y porque en época de
paro elevado los salarios tienden a disminuir. Además, los trabajos en
nuevos sectores, los de la 'gig economy', nacen desde la degradación
retributiva de los antiguos. Y la tendencia de fondo,
como vemos en las grandes empresas, y más en las fusionadas, es que,
tras los ERE, las contrataciones regresarán, pero en menor proporción y
en condiciones peores, ya que los trabajos serán menos cualificados como
producto de los procesos automatizados.
Por si fuera poco, está aumentando el precio
de bienes esenciales. La inflación va a llegar, reflejen lo que
reflejen las cifras oficiales, en forma de presión a las clases medias y
a las populares: suben la electricidad y el combustible, así como los
alimentos, producto de la especulación. Subirán los alquileres de
locales y viviendas, mientras que los salarios apenas se recuperarán.
Además, veremos nuevos impuestos, que no irán exactamente en la
dirección de cobrar más a los más ricos. Y todo esto no supone solo un
problema para las economías personales, sino que resta muchas
posibilidades a los pequeños negocios: electricidad y combustible más
caros, alquileres más caros, más impuestos: sobrevivir no va a ser fácil.
5. ¿Otro 'efecto Mateo' más?
Retratado
de esta manera, podría pensarse en un escenario futuro muy preocupante
para el conjunto de la sociedad. Pero si regresamos al inicio, al hecho
de que la recuperación va a ser vigorosa, es fácil comprobar que no se
trata más que de un fenómeno muy habitual en estos años: la salida está
tomando la dirección en que se movía antes de la pandemia, la de un
mundo dual, al menos en España. (...)
Esta sociedad de dos velocidades se hará más palpable en
parte gracias a los fondos, que servirán a medio plazo para profundizar
todavía más en este modelo. Puede que las grandes palabras de esta
época traigan a escena la recuperación inclusiva, la resiliencia, la
necesidad de asentar las sociedades y de no dejar a nadie atrás, y
cierto impulso socialdemócrata.
Pero en su traducción a hechos, hay
muchas cosas que se terminan perdiendo, como ha ocurrido con las últimas
décadas de nuestro sistema, que ha frenado para establecer un paréntesis keynesiano cuando lo ha necesitado, pero nunca ha cambiado de dirección.
Los
fondos no pueden ser lo mismo una vez más, no pueden convertirse en
inversiones masivas que provoquen una economia con menos empleo, sino
con más. Y lo cierto es que todo este dinero apunta hacia una aplicación
poco inteligente, y no porque falten las reformas que se solicitan
desde Bruselas, que tendrán lugar, sino porque no son las necesarias. No
puede ser una expresión más de lo que Robert Merton
denominaba 'efecto Mateo', por la cita bíblica: "Al que tiene se le dará
y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso se le quitará lo
que tenga".
Esto no va de meter dinero en la economía, sino de utilizarlo con un propósito, de potenciar y de crear opciones,
de poner en pie iniciativas que puedan perdurar, que generen un buen
número de empleos y que desarrollen el país. No se trata de hacernos más
digitales y tecnológicos, sino de que nos vaya mejor, como sociedad y como Estado.
Lo primero puede ser útil para lo segundo, pero nunca el propósito
final.
El problema es que el ámbito digital, el verde y la destrucción
de pymes, con la excusa de que no son eficientes, suponen una reducción
del número de trabajos disponibles. Hace falta otra perspectiva: no se
trata de reorientar lo existente, que resultará necesario en algunos
casos, sino de tener un plan para el crecimiento que pase por una
sociedad con mucho más empleo, y no solo coyuntural.
Las bases de la
economía dominante nos conducen hacia lo contrario, hacia un mundo en el
que habrá mucha mano de obra prescindible, y si eso no cambia, el
dinero que llegue será un bálsamo bienvenido, pero la reacción que se
genere cuando el impulso económico termine será muy hostil. Al tiempo." (Esteban Hernández, El Confidencial, 18/06/21)