"El análisis del mercado laboral en España se restringe a elucubraciones mensuales sobre las cifras trucadas que publica el SEPE y que cada vez esconden a más trabajadores que están fuera del circuito laboral.
Un buen ejemplo es el espectáculo circense que montan las cadenas de
televisión los sábados por la noche, enfrentando a supuestos economistas
con una corte de periodistas, en muchos casos enviados por los partidos
políticos, para escenificar un vodevil de perogrulladas trufadas de
ideología rancia y anticuada.
(...) lo que hoy tenemos es fruto de una concienzuda apuesta por
desmantelar al trabajador/a de la mayor parte de sus derechos, y alejar
el carácter de ser humano de las decisiones sobre el factor trabajo.
Este posicionamiento, que es denostado como radical por los miopes
del sistema, es ya objeto de análisis en países serios e incluso
profundamente capitalistas como EEUU o Suecia, en los que se han dado
cuenta del daño que se estaba haciendo a la población, con la
organización del tiempo de trabajo, la caída de la productividad y el
deterioro de las relaciones familiares, y por ende de la natalidad y
asistencia a los mayores.
La máxima del núcleo duro de la economía
capitalista y desregulada, con ciertos tintes ácratas, nos sacuden
sistemáticamente con la falsa idea de que hay que trabajar más horas
para ser más competitivo.
En aras a cumplir esta máxima, la reforma
laboral en España otorgó una discrecionalidad a la empresa, vía
descuelgue de convenio, a fijar la jornada laboral que la empresa decida
en cada momento, por supuesto sin remunerar. Por ello, no es difícil
encontrar, como pasa en EEUU, a miles de trabajadores y trabajadoras que
llevan a cabo jornadas de 12 y 16 horas sin parar, para jolgorio de la
ortodoxia liberal. (...)
Las consecuencias de este absurdo mercado laboral, es que siguen
creciendo los casos de enfermedades profesionales ligadas al estrés, ya
que lo que no acaban de entender los economistas austriacos y afines, es
que los ciclos circadianos empeoran significativamente el rendimiento
laboral a partir de las seis horas de trabajo continuado.
Pero su
estrechez de miras y su negacionismo, les hace despreciar la estrecha
relación que tiene la economía con la psicología o la física, por no
hablar de la sociología o la política. Si son capaces de negar
el cambio climático, cómo no van a negar la correlación negativa entre
rendimiento o productividad y jornada laboral.
Este tipo de jornada laboral, además, entorpece el desarrollo
profesional de colectivos enteros de personas, como las mujeres, pero
también de aquellos, hombres y mujeres, que tienen que cuidar de
ancianos o discapacitados.
¿Quién se hace cargo de ellos?, ¿cómo se
conjuga esta jornada laboral con la educación de hijos, y/o cuidado de
ancianos? Estas preguntas ya se las están haciendo en EEUU, pero
obviamente no en España, donde estamos mucho más preocupados por la
propaganda que irradian esos maravillosos seriales de los sábados noche.
En EEUU han notado que, en este mundo anormalmente competitivo, sólo
jóvenes con dinero suficiente para no tener que cuidar familiares son
los que acaban triunfando, algo que comparten las compañías de seguros.
El resultado de esta cultura del éxito y de la competitividad infernal,
es que la sociedad se va vaciando de talento y se reduce el crecimiento
potencial.
Jornadas infernales de trabajo, abandono de la educación de los hijos
(niños llave), salarios depauperados, mayores sin cuidados suficientes y
desprecio por los discapacitados, hacen una selección muy cuidada de
quién puede triunfar en el mundo laboral de corte anglosajón.
Con la
reducción y abandono de los salarios de los cuidadores, la ausencia
absoluta de programas de conciliación personal y laboral, y el desprecio
de las empresas a atender las necesidades médicas y asistenciales de
sus trabajadores, cada vez seremos más pobres y más enfermos.
Los experimentos de las jornadas reducidas de 6 horas en Suecia, por
ejemplo, han demostrado que mejoran la competitividad y productividad,
pero especialmente han devuelto la alegría a los trabajadores en sus
respectivas empresas. Aquí se intentó algo en la Administración con
programas pilotos de teletrabajo y funcionó, hasta que llegó la ministra
Salgado y lo abortó. (...)
Hay otra forma de esclavitud, por ejemplo, las grandes consultoras y
auditoras, que reclutan trabajadores sin vida propia para explotarles
con el señuelo de llegar a ser socios de la firma. Esta esclavitud VIP
–solo llegan a estos puestos la elite del país– es aceptada y subsumida
por ellos, alejando la posibilidad de un cambio de paradigma en el
factor trabajo.
Pero el gran problema es que cuidar a los mayores o a los hijos es
considerado por las empresas como una rémora y responde a un deseo de
escaquearse del trabajo. Si diéramos prestigio a la asistencia, no
pensaríamos que cuidar a un padre o a una madre, o a un discapacitado es
un agujero negro en nuestra vida profesional, como lo hacen millones de
mujeres en el mundo. La vieja idea de que la mujer cuida y el hombre
trabaja se debería acabar, pero nadie tiene intención en cambiarlo de
verdad. " (Alejandro Inurrieta, Vox Populi, 04/10/2015)
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