"(...) El último Premio Nobel en este campo ha sido otorgado a tres
neurocientíficos que, a través de incontables experimentos en ratas,
lograron identificar las células en el cerebro responsables de que
seamos conscientes de nuestra localización espacial.
La noción sobre cómo percibimos nuestros alrededores y cómo somos
capaces de orientarnos había inquietado a pensadores y científicos desde
siglos atrás ya que sugería funciones cognitivas superiores. Gracias a
John O’Keefe, May-Britt Moser y Edvard I. Moser ya conocemos desde el
año pasado los principios celulares que regulan nuestra conciencia
espacial.
Todos estos excepcionales descubrimientos tienen una cosa en común:
no hubieran sido posibles sin la experimentación con modelos animales.
Parafraseando al profesor O’Keefe en la entrevista emitida en un
programa de radio de la BBC el día después de recibir el premio, “es un
hecho indiscutible que si queremos progresar en áreas centrales de la
medicina o de la biología necesitamos usar modelos animales”.
Un ejemplo reciente del papel clave que los animales de experimentación juegan en el progreso de la medicina es Mosquirix. Es la primera vacuna contra la malaria,
indicada para niños de entre 6 y 17 meses de edad en países con alto
riesgo de malaria y aprobada el pasado 24 de julio por la Agencia
Europea de Medicamentos (EMA, por sus siglas en inglés).
De acuerdo con
los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la
malaria afectó a 198 millones de personas en 2013, causando la muerte a
más de medio millón, mayoritariamente niños del África subsahariana.
Esta nueva vacuna, probada en roedores y primates junto con los
medicamentos profilácticos ya existentes, contribuirá a alcanzar la meta
de la OMS de reducir su incidencia y tasa de mortalidad en un 90% para
el año 2030.
La comercialización con éxito de tan esperada vacuna, o cualquier
otra, requiere años de investigación, innovación y desarrollo. Primero
en laboratorios de universidades y centros públicos donde se identifican
las dianas y los mecanismos celulares que participan en el desarrollo
de la enfermedad.
Después esto se comprueba in vitro, en tubos de ensayo o en cultivos celulares; e in silico,
mediante simulaciones en ordenador para comprobar si un candidato a
medicamento puede revertir el desarrollo de la patología en cuestión.
Una vez conocido el funcionamiento a nivel celular del posible
medicamento, se ha de comprobar su seguridad y efectividad en
condiciones fisiológicas normales mediante pruebas preclínicas en
animales de laboratorio.
Estos estudios se diseñan para confirmar que
los resultados de las pruebas in vitro e in silico
representan a la realidad, para descartar aquellos medicamentos
perjudiciales para la salud y para estimar la dosis de administración.
Una vez que los estudios preclínicos in vivo han confirmado la veracidad de los resultados in vitro,
el medicamento ya puede ser evaluado mediante pruebas clínicas en
humanos. Sólo si después de todas estas pruebas el medicamento es
efectivo y seguro en humanos, las agencias reguladoras evalúan su
autorización para comercializarlo.
Los experimentos con animales suponen sólo una pequeña parte, aunque
fundamental, dentro de esta compleja estrategia de investigación que nos
permite desarrollar medicamentos necesarios que permiten aumentar la
calidad y expectativa de vida de millones de personas.
¿Por qué entonces
hay tanto alboroto cuando se habla de modelos animales? Simplemente por
falta de información certera y rigurosa. En su lugar, encontramos
afirmaciones como que los científicos son personas sin escrúpulos que
sólo persiguen sus propios intereses, o de terceras partes, a base de
torturar otros seres vivos.
A parte de desvirtuar una de las principales motivaciones de
cualquier científico, que es contribuir al desarrollo de la sociedad con
su sapiencia, esta tergiversada afirmación se podría atribuir
igualmente a los médicos cirujanos o veterinarios.
Muchos de los
procedimientos que se llevan a cabo en quirófanos, o tratamientos que
reciben nuestros animales de compañía, también han sido desarrollados y
perfeccionados, además de practicados, en animales (y en cadáveres en el
caso de los cirujanos). Poca gente se prestaría voluntaria en una
operación de no saber que la técnica ya ha sido probada con éxito
previamente en otro organismo vivo.
Al igual que un cirujano necesita ser autorizado para poder operar,
un científico necesita tres licencias o permisos antes de poder llevar a
cabo cualquier experimento con animales.
Primero, la del personal
científico que va a realizar el procedimiento y que se otorga después de
un exhaustivo curso orientado al bienestar animal; segundo, la
específica del proyecto, donde un comité de bioética evalúa los
potenciales beneficios del proyecto en relación con sus costes en
cuestión de número de animales requeridos y gravedad de los
procedimientos; y, por último, la general del centro, donde se evalúa si
las instalaciones son adecuadas para alojar y trabajar con una
determinada especie animal.
Estas licencias son requeridas por ley según
lo establecido en el Real Decreto 53/2013 del Boletín Oficial del
Estado.
La falta de información rigurosa y de fácil acceso por parte de
universidades y centros de investigación tanto públicos como privados,
junto con la abundante información disponible procedente de fuentes
ajenas a la investigación, es una amenaza al progreso en biomedicina que
la sociedad no se puede permitir.
De igual manera que existen grupos
que se oponen al uso de vacunas, los grupos que se oponen al uso de
modelos animales en investigación usan tácticas similares que pueden
llegar a causar un gran daño si a día de hoy alcanzaran su objetivo de
abolir la investigación con animales.
Es alarmante que progresivamente estos grupos vayan ganado terreno
con su oscura narrativa de que la investigación con animales es nociva
para el ser humano. Así lo hemos comprobado durante los pasados meses
con la petición Stop Vivisection, la cual por medio de un millón de
firmas de ciudadanos europeos solicitó a la Comisión Europea que
derogara la Directiva 2010/63 y propusiera un nuevo marco legal que
prescindiera del uso de animales. La respuesta de la Comisión en junio fue rotunda:
“La experimentación con animales sigue siendo a día de hoy fundamental
para proteger la salud de los humanos y de los animales. Los científicos
y legisladores trabajan duro para conseguir el objetivo final de
reemplazar el uso de animales. Hasta entonces, la Directiva 2010/63/EU
es una herramienta indispensable para proteger aquellos animales que aún
se necesitan”. (...)
Es crucial que la comunidad científica y nuestros representantes
políticos defiendan con autoridad el papel fundamental de estas
investigaciones, como lo hizo en su comunicado la Comisión Europea, y
repudien públicamente ciertas acciones al borde de la legalidad.
De no
ser así, la creciente oratoria procedente de círculos ajenos a la
investigación conseguirá progresivamente la decadencia de importantes
investigaciones en biología y medicina. Desafortunadamente, esto no es
ciencia ficción y ya está sucediendo en algunos países en Europa.
Nikos
Logothetis, director del Centro de Investigaciones Cibernéticas de
Tubinga en Alemania y que investigaba en monos acerca de interfaces
cerebro-ordenador para el control de prótesis, anunció hace poco su
intención de interrumpir esta línea de investigación por la desmesurada
presión mediática resultado de un vídeo encubierto por parte de
activistas alemanes.
Durante la transposición de la Directiva Europea 2010/63 a las leyes
nacionales italianas, ciertos sectores con marcadas opiniones sobre este
debate introdujeron medidas extraordinarias tan restrictivas que
actualmente impiden el desarrollo de importantes investigaciones sobre
cáncer o el desarrollo de tratamientos contra adicciones.
La Fundación
Holandesa del Corazón ha tenido que detener un proyecto de investigación
internacional en Maastricht debido a la mala cobertura mediática como
resultado de la presión por parte de grupos en contra de la
investigación con animales.
El proyecto estaba dirigido a mejorar el
funcionamiento de los marcapasos convencionales y se requerían pruebas
en perros por el similar tamaño y conectividad de su corazón con el de
humanos.
Llegados a este punto hay que preguntarse: ¿cuánto más vamos a
ceder a presiones antes de que causemos un daño irreparable al avance en
biomedicina que repercuta directamente en el cuidado de la salud tanto
de humanos como de animales?
Invito a ser cautelosos si queremos conservar nuestros estándares y
calidad de vida, si queremos avanzar en encontrar curas para problemas
médicos aún sin tratamiento como el alzhéimer o el párkinson o
enfermedades infecciosas actuales como el ébola.
Los grupos que se
oponen a este tipo de prácticas científicas consiguen adeptos a base de
explotar su derecho a manifestarse pacíficamente —aunque sea boicoteando
directamente centros de investigación e investigadores—, a expresar
públicamente cualquier opinión —aunque estén exentas de justificación
científica—, o a través de publicitar y manipular datos científicos de
carácter restringido refugiándose en el derecho civil a la libertad de
información.
Es el deber y derecho de los ciudadanos y los representantes públicos
informarse con rigurosidad sobre aquellos temas que puedan afectar
nuestra salud y calidad de vida, la de personas queridas y conciudadanos
o la de nuestros animales de compañía.
Desde la Asociación Europea para la Investigación Animal
(EARA, por sus siglas en inglés) ayudamos a centros de investigación a
proporcionar información precisa y de calidad que responda a las
preguntas de los ciudadanos, de los medios de comunicación y de
representantes políticos acerca de cómo y por qué se usan animales en
investigación y cuáles son los potenciales beneficios que se esperan de
estos estudios." (
Emma Martínez Sánchez
, El País, 4 DIC 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario