"Los últimos días diversos acontecimientos y anécdotas muestran algo
meridianamente claro. España no sólo ha ido perdiendo paulatinamente
peso e influencia en la esfera internacional.
Sí, es cierto, lo ha extraviado a raudales. Pero hay algo más. El
problema de fondo es mucho más sutil y estructural. Para poder defender
los intereses de una nación debes hacerte respetar.
Obviamente aquellos
países relevantes en el ámbito diplomático lo son en razón de su
economía, población, posición geográfica, historia, o influencia en
otras áreas geográficas. España curiosamente, antes del inicio de la Gran Recesión,
tenía en todos y cada uno de estos aspectos una posición privilegiada.
Pero algo falló. El problema de fondo venía de muy atrás.
La cuestión, quizás, y esta es mi hipótesis de partida, es que carecemos de unas élites,
no sólo políticas, medianamente preparadas para defender con uñas y
dientes el bienestar y el futuro de sus conciudadanos. Nuestro problema,
en definitiva, es la mediocridad de quienes nos dirigen. Cuando se es
mezquino, la sensación que se traslada es doble.
Por un lado, en el
mejor de los casos, ello supone ser completamente irrelevante, pasar
desapercibido. En el peor de los casos se puede transformar en un
absoluto complejo de inferioridad, ideal para que te devoren sin
miramientos. Pero hay todavía una sensación más descorazonadora, la
falta de un relato de pasión e ilusión en la defensa de los intereses de
tus conciudadanos.
El momento actual es profundamente descorazonador. No es culpa sólo de una clase política ramplona. También tiene que ver una sociedad acrítica,
adormilada, llena de complejos, donde se trata de sobrevivir
manteniendo posiciones de genuflexión y privilegios.
Lo vemos en unos
medios de comunicación aduladores con el poder; unos intelectuales
apoltronados y bien alimentados; unas élites extractivas
que devoran sin miramientos rentas conseguidas por el mero hecho de
disponer o acceder a información cuasi-privilegiada. Pero ¿por qué hemos
llegado hasta aquí?
Si analizamos la evolución de nuestra frágil democracia podemos destacar
dos rasgos genéricos. En primer lugar, con el paso de los años, en
términos generales, y salvo muy honrosas excepciones, da la sensación de
que la formación intelectual y moral de nuestros políticos se ha ido
diluyendo con el paso del tiempo. Se percibe en la oratoria, en la
retórica, en la ausencia de una posición crítica ante lo que les rodea
como ciudadanos.
Pero sobretodo se percibe en la falta de libertad
para defender posiciones que puedan chocar en un momento determinado
con aquellas que defiende su partido político. El ascenso de muchos de
nuestros diputados en sus respectivos partidos se fundamentó en la
lealtad al jefe, no en su valía, algo, por cierto, muy español.
En segundo lugar, España, es un ejemplo de manual del
término acuñado en 2003 por el profesor emérito de filosofía política de
la Universidad de Princeton Sheldon Wolin,
“Inverted Totalitarianism”, es decir, Totalitarismo Invertido.
En
nuestro país ha funcionado perfectamente la maquinaria mediante la cual
los distintos grupos de interés -antiguos monopolios naturales, sector financiero, lobbies
de distinto pelaje- han colocado con éxito, tanto en los órganos
derivados de la soberanía popular, como en los diferentes puestos de
responsabilidad de la administración pública, a aquellos que mejor
defienden sus intereses.
A su vez, los partidos políticos han ido
apuntalando en los cargos de distintos organismos, salvo muy honrosas
excepciones, a auténticos iletrados respecto a los conocimientos o valía
que se requería para acceder a los mismos. De esta manera en realidad
se beneficia a los susodichos grupos de presión que campan a sus anchas
por los distintos ministerios y centros de poder.
Para todo ello ha sido necesaria la colaboración activa de un aparato mediático
dispuesto a devorar el disidente, a todos aquellos que simplemente
tengan una voz propia, en definitiva, a todos los ciudadanos que son
libres. Y cuando esas élites castizas no tienen por donde agarrar a
determinados personajes públicos, empiezan a desacreditarlos.
Me
pueden ustedes preguntar, ¿qué tiene que ver el relato del
Totalitarismo Invertido patrio con nuestra irrelevancia exterior?
Muchísimo. La manera en que se ha afianzado el Totalitarismo Invertido
en nuestro país es promocionando la mediocridad y la obtención de rentas
de manera no competitiva. Y de esos barros, estos lodos. Ahora no se
extrañen ustedes que seamos irrelevantes en la esfera internacional.
Permítanme refrescar dos momentos históricos claves para nuestra
irrelevancia actual. La primera, el Tratado de Adhesión a la Unión
Europea. Nuestras élites hicieron un pacto tácito con las hegemónicas
del centro y norte de Europa sobre cuál sería nuestro papel en la Unión Europea y en el mundo. España debía abandonar una política industrial
activa y acometer un intenso proceso de desindustrialización. De
aquellos barros, estos lodos.
Las élites patrias rápidamente asumieron
negocios de donde obtener pingües beneficios: privatización de antiguos
monopolios naturales, promoción de servicios de bajo valor añadido, y
una bancarización excesiva.
Y de esa
dinámica, la mayor burbuja inmobiliaria de la historia; una deuda
impagable; un sistema bancario inservible, más sistémico; y un
hundimiento de la productividad total de los factores. Recuerden la
tercera ley de Kaldor, los empleos industriales son muy productivos y su
escasez limita su potencial como motores de crecimiento.
La segunda fecha fue mayo de 2010, donde el gobierno de Zapatero
se plegó a los designios de Alemania sin tan si quiera defender los
intereses de nuestro país. El mal denominado “problema de
competitividad” de los países del sur de Europa fue consecuencia de una
política monetaria excesivamente expansiva del BCE
tras el pinchazo de la burbuja tecnológica a principios de los 2000.
El
objetivo no era otro que evitar que Alemania cayera de nuevo en
recesión. El impacto sobre la demanda interna de Alemania fue nulo, pero
aceleró e infló hasta límites insospechados las burbujas en la
periferia, especialmente la inmobiliaria. Dicha burbuja se financió con
deuda privada, gran parte de ella proveniente del ahorro de los
alemanes.
Pues bien, nuestros políticos, tanto aquellos como los
actuales, fueron incapaces de defender lo obvio: los errores de cálculo y
de control de riesgo de sectores privados lo tenían que asumir sus
acreedores. Al no hacer esto, nuestra deuda pública se disparó más allá
de los estabilizadores económicos.
Ahora, sin soberanía monetaria, nos
tienen cogidos por donde más duele. Simplemente nos hemos convertido en
unos pedigüeños incapaces de ejercer presión alguna, y cada día más
propensos a adoptar dolorosas posturas de genuflexión. En definitiva,
somos irrelevantes." (Juan Laborda, Vox Populi, 23/11/17)
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