"Las epidemias, como las grandes crisis y las guerras, son elementos
aceleradores de la historia que redefinen la jerarquía de personas,
empresas y naciones.
La covid-19 ha puesto de relieve la degradación de
Francia, que acumula tres crisis. El fracaso de la sanidad pública, con
30.000 fallecidos y la incapacidad, todavía hoy, de hacer pruebas,
aislar y curar, lo que deja el país a merced de una segunda ola (...)
A la recesión más profunda del mundo desarrollado, con
previsiones de una caída del PIB del 12,5%, un paro masivo de casi el
12% de la población activa y una deuda pública del 121% del PIB a
finales de 2020, hay que añadir la quiebra de las libertades públicas y
la suspensión de facto de la justicia durante el estado de emergencia sanitaria.
Los
franceses se consideraban protegidos por un Estado que absorbe el 56%
del PIB y han pasado del pasmo ante el confinamiento, que creían
reservado a China o Italia, a la cólera. Se han desvanecido cuatro ideas
engañosas: la convicción de que el sistema de salud francés era uno de
los mejores del mundo; la certeza de ser un país desarrollado que
dominaba las tecnologías avanzadas; la fe en el Estado a la hora de
gestionar las crisis y tranquilizar a la nación, y la existencia de un
equilibrio de poder con Alemania.
El resultado es una desconfianza en
las instituciones y los dirigentes, que se refleja en la multiplicación
de querellas criminales contra ellos.
Francia no es, en
absoluto, la única democracia occidental que ha negado la evidencia ante
las derivas de la globalización, la dependencia cada vez mayor del
capitalismo totalitario chino, el capitalismo de burbujas y el ascenso
de amenazas como las que suponen el yihadismo y las democracias
iliberales. (...)
La situación de Francia tiene características concretas
porque combina la incapacidad de responder a las conmociones y los
riesgos del siglo XXI con las consecuencias de cuatro décadas de
abandono. Las expectativas de crecimiento y los incrementos de
productividad son ya casi inexistentes. El pleno empleo no se ha
recuperado desde mediados de los setenta, mientras que la deuda pública
ha pasado del 20% a más del 120% del PIB en 40 años. El Estado está
hipertrofiado e incapacitado, con sus funciones soberanas devoradas por
las transferencias sociales.
El país está hecho jirones, socavado por el
comunitarismo, el odio de clase y el aumento de la violencia, que
estalló con el movimiento de los chalecos amarillos y las huelgas
contra el proyecto de reforma de las jubilaciones. El legítimo
compromiso con una Europa poderosa pierde credibilidad por la deriva del
país, lo que proporciona un amplio margen y grandes esperanzas a los
demagogos.La epidemia de la covid-19 se inscribe en una
larga serie de crisis que, desde las conmociones relacionadas con el
petróleo, han hecho que Francia no solo no se haya restablecido, sino
que haya bajado un peldaño más con cada golpe: durante las recesiones de
los años ochenta y noventa (...)
Francia se encuentra hoy en la situación que vivía Italia en
vísperas de la epidemia de coronavirus. Corre peligro de perder
definitivamente las riendas de su destino, con una población envejecida,
un estancamiento prolongado, un paro estructural masivo y una deuda
pública descontrolada que se acercará rápidamente al 180% del PIB. Y
constituye, aún más que Italia, un riesgo sistémico para la UE y la
eurozona.
El país no tiene más remedio que pedir
prestado, por segunda vez en 12 años, el 20% del PIB, para intentar
modernizar su economía y su sociedad. También podrá beneficiarse del
plan de recuperación de la UE, que refleja una saludable
con cien ciación y movilización de Europa. Pero es su última
oportunidad.
(...) la solidaridad de los países del norte de la Unión solo tiene sentido si
sirve para el desarrollo de los países del sur, y no para que prosigan
su caída; es decir, que estos deben abordar sus males estructurales. En
el caso de Francia, eso implica la transformación de su modelo económico
y social y la recon fi gu ración del Estado, que se ha convertido en un
multiplicador de riesgos.
En definitiva, Francia, como en 1945, se encuentra frente a una elección crucial (...)
La catástrofe sanitaria y económica debe servir de sacudida que obligue a
tomar conciencia tanto a los dirigentes como a los ciu da danos. Los
primeros tienen la res pon sabi li dad de contar la verdad sobre la
inestabilidad del mundo del siglo XXI, la vulnerabilidad del país y los
requisitos de la recuperación, que incluyen dar prioridad a la
producción, la seguridad y la integración. Los segundos tienen la
obligación de movilizarse y unirse en defensa de los cambios
imprescindibles para la recuperación de Francia, que, a su vez,
condicionará el futuro de Europa frente a los imperios que se disputan
el poder en el siglo XXI." (Nicolas Baverez, historiador, El País, 29/06/20)
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