"Aunque se esperaba, y en parte incluso se había anunciado, la apertura de un segundo frente ofensivo por parte de las fuerzas armadas rusas representa la transición a una nueva fase del conflicto, que probablemente podamos dar por concluida.
Contrariamente a la propaganda occidental, Rusia nunca ha tenido ambiciones territoriales: es la nación más grande del mundo y tiene, si acaso, un déficit de población con respecto al territorio. Tampoco las ha tenido respecto a las regiones rusoparlantes de Ucrania, hasta el punto de que hasta la víspera del inicio de laOperación Militar Especial proponía un acuerdo que otorgara un estatuto especial de autonomía a esas regiones, pero dentro del Estado ucraniano. Y siendo además un país rico en recursos, no tenía especial necesidad de apoderarse de los del Donbass (desde este punto de vista, la zona más rica de Ucrania). Quizá el único aspecto bajo el cual las zonas rusoparlantes resultan atractivas es precisamente el de la contribución demográfica.
Obviamente, una vez iniciada la guerra, pagada con decenas y decenas de miles de bajas, los territorios liberados también se hicieron imprescindibles.
El objetivo estratégico siempre ha sido garantizar una situación de seguridad estable en el lado europeo frente al expansionismo amenazador de la OTAN. Por lo tanto, incluso los objetivos proclamados con respecto a Ucrania (desmilitarización y desnazificación) debían y deben enmarcarse en este contexto.
Ciertamente, estos casi 27 meses de guerra han cambiado muchas cosas, si no en los objetivos sí en la forma de alcanzarlos. Con respecto a Ucrania, está claro que dos objetivos son tan ineludibles ahora como lo eran el 24 de febrero de 2022. La destrucción del potencial bélico de Ucrania -y como corolario la neutralidad del país y su no pertenencia a la OTAN- sigue siendo el primero. La certeza de no tener un gobierno en Kiev controlado por nacionalistas rusófobos -de los que las formaciones nazis siempre han sido el alma negra- sigue siendo el segundo.
Sin embargo, lo que sin duda ha cambiado es el panorama general. Si hace dos años Moscú no ponía objeciones a que Kiev se incorporara a la Unión Europea, que seguía siendo un excelente socio comercial, está claro que ahora esa posibilidad (suponiendo que la UE siguiera queriendo hacerse cargo de un país devastado…) ya no existe, pues Europa ha perdido su condición de tercera parte, y ha entrado de lleno en el conflicto. Al igual que la relación con la OTAN ha cambiado necesariamente; si antes de la OME el objetivo era llegar a un acuerdo duradero y equilibrado sobre la seguridad mutua en Europa, partiendo de una relación igualitaria y amistosa, ahora las cosas son radicalmente distintas, ya no se confía en la posibilidad de un acuerdo, se da por hecho que la perspectiva es la de una larga temporada conflictiva, y en cualquier caso a partir de ahora las relaciones se basarán en relaciones de poder.
Por lo tanto, si éste es el marco estratégico general en el que se sitúa ahora el conflicto, la posición de Moscú -y sus movimientos sobre el terreno- resultan más claros.
Con toda probabilidad, el Kremlin cuenta con poner fin militarmente a la guerra entre finales de 2024 y principios de 2025 -aunque sin duda está preparado, en todos los aspectos, para llevarla a cabo de nuevo hasta por lo menos 2027-28-.
En el mismo plazo se producirá la transición entre la actual administración estadounidense y la próxima, que, independientemente de quién sea el nuevo presidente, marcará sin duda un cambio de ritmo estratégico definitivo para Estados Unidos. Esto podría crear condiciones favorables para que la situación en el campo de batalla se refleje en la mesa de negociaciones.
A Moscú también le interesa avanzar hacia una conclusión de la guerra, antes de que algunos países europeos se dejen seducir por la idea de intervenir ellos mismos en el conflicto, y alcanzar las condiciones mínimas para hacerlo.
Por último, pero no por ello menos importante, Putin acaba de ser reelegido para el que será su último mandato, y sin duda quiere concluirlo sin una guerra en curso
Todo esto significa que la tarea asignada a las fuerzas armadas rusas, para esta nueva fase del conflicto [1], será acelerar la caída del régimen de Kiev, con el objetivo de desarticular la capacidad de combate de las AFU, y la consiguiente capitulación.
Por lo tanto, la ofensiva abierta en la región de Kharkiv debe leerse desde esta perspectiva. Aunque todavía nos encontramos en la fase inicial de la maniobra, y operan sobre el terreno principalmente unidades del DRG, sondeando las defensas enemigas y preparando el terreno para el avance de las brigadas posteriores, los objetivos de este segundo frente son bastante obvios. En primer lugar, se trata de proteger la región fronteriza de Belgorod, que ha sido durante mucho tiempo el objetivo de los ataques ucranianos, tanto en forma de bombardeos como de incursiones de pequeñas unidades móviles. La necesidad de crear una zona tampón (hay más de 340 km de frontera directa entre Ucrania y la Federación Rusa) es evidente desde hace tiempo y, en todo caso, la iniciativa rusa va a la zaga en este sentido.
La toma de Kharkiv, capital del oblast del mismo nombre y ciudad de habla rusa, es sin duda otro objetivo táctico, pero la lógica estratégica consiste en aprovechar al máximo la mayor dificultad de las fuerzas armadas ucranianas, a saber, la escasez de personal militar (especialmente de personal suficientemente entrenado). Con más de un sector del frente invertido por la acción dinámica de las fuerzas rusas, la escasez de reservas (y la dificultad de trasladarlas de uno a otro) es evidente que afectará significativamente a la capacidad de resistencia ucraniana en cada uno de los puntos de la línea de batalla. Esto significa que la probabilidad de fracaso se multiplicará. Los dirigentes de las AFU ya hablan abiertamente de la ciudad fortificada de Chasov Yar como si fuera irrelevante (cuando en realidad es muy importante para todo el sector de Donetsk), señal de que -como ocurrió con Bajmut y Avdeevka- se están preparando para abandonarla.
El objetivo estratégico siempre ha sido garantizar una situación de seguridad estable en el lado europeo frente al expansionismo amenazador de la OTAN. Por lo tanto, incluso los objetivos proclamados con respecto a Ucrania (desmilitarización y desnazificación) debían y deben enmarcarse en este contexto.
Ciertamente, estos casi 27 meses de guerra han cambiado muchas cosas, si no en los objetivos sí en la forma de alcanzarlos. Con respecto a Ucrania, está claro que dos objetivos son tan ineludibles ahora como lo eran el 24 de febrero de 2022. La destrucción del potencial bélico de Ucrania -y como corolario la neutralidad del país y su no pertenencia a la OTAN- sigue siendo el primero. La certeza de no tener un gobierno en Kiev controlado por nacionalistas rusófobos -de los que las formaciones nazis siempre han sido el alma negra- sigue siendo el segundo.
Sin embargo, lo que sin duda ha cambiado es el panorama general. Si hace dos años Moscú no ponía objeciones a que Kiev se incorporara a la Unión Europea, que seguía siendo un excelente socio comercial, está claro que ahora esa posibilidad (suponiendo que la UE siguiera queriendo hacerse cargo de un país devastado…) ya no existe, pues Europa ha perdido su condición de tercera parte, y ha entrado de lleno en el conflicto. Al igual que la relación con la OTAN ha cambiado necesariamente; si antes de la OME el objetivo era llegar a un acuerdo duradero y equilibrado sobre la seguridad mutua en Europa, partiendo de una relación igualitaria y amistosa, ahora las cosas son radicalmente distintas, ya no se confía en la posibilidad de un acuerdo, se da por hecho que la perspectiva es la de una larga temporada conflictiva, y en cualquier caso a partir de ahora las relaciones se basarán en relaciones de poder.
Por lo tanto, si éste es el marco estratégico general en el que se sitúa ahora el conflicto, la posición de Moscú -y sus movimientos sobre el terreno- resultan más claros.
Con toda probabilidad, el Kremlin cuenta con poner fin militarmente a la guerra entre finales de 2024 y principios de 2025 -aunque sin duda está preparado, en todos los aspectos, para llevarla a cabo de nuevo hasta por lo menos 2027-28-.
En el mismo plazo se producirá la transición entre la actual administración estadounidense y la próxima, que, independientemente de quién sea el nuevo presidente, marcará sin duda un cambio de ritmo estratégico definitivo para Estados Unidos. Esto podría crear condiciones favorables para que la situación en el campo de batalla se refleje en la mesa de negociaciones.
A Moscú también le interesa avanzar hacia una conclusión de la guerra, antes de que algunos países europeos se dejen seducir por la idea de intervenir ellos mismos en el conflicto, y alcanzar las condiciones mínimas para hacerlo.
Por último, pero no por ello menos importante, Putin acaba de ser reelegido para el que será su último mandato, y sin duda quiere concluirlo sin una guerra en curso
Todo esto significa que la tarea asignada a las fuerzas armadas rusas, para esta nueva fase del conflicto [1], será acelerar la caída del régimen de Kiev, con el objetivo de desarticular la capacidad de combate de las AFU, y la consiguiente capitulación.
Por lo tanto, la ofensiva abierta en la región de Kharkiv debe leerse desde esta perspectiva. Aunque todavía nos encontramos en la fase inicial de la maniobra, y operan sobre el terreno principalmente unidades del DRG, sondeando las defensas enemigas y preparando el terreno para el avance de las brigadas posteriores, los objetivos de este segundo frente son bastante obvios. En primer lugar, se trata de proteger la región fronteriza de Belgorod, que ha sido durante mucho tiempo el objetivo de los ataques ucranianos, tanto en forma de bombardeos como de incursiones de pequeñas unidades móviles. La necesidad de crear una zona tampón (hay más de 340 km de frontera directa entre Ucrania y la Federación Rusa) es evidente desde hace tiempo y, en todo caso, la iniciativa rusa va a la zaga en este sentido.
La toma de Kharkiv, capital del oblast del mismo nombre y ciudad de habla rusa, es sin duda otro objetivo táctico, pero la lógica estratégica consiste en aprovechar al máximo la mayor dificultad de las fuerzas armadas ucranianas, a saber, la escasez de personal militar (especialmente de personal suficientemente entrenado). Con más de un sector del frente invertido por la acción dinámica de las fuerzas rusas, la escasez de reservas (y la dificultad de trasladarlas de uno a otro) es evidente que afectará significativamente a la capacidad de resistencia ucraniana en cada uno de los puntos de la línea de batalla. Esto significa que la probabilidad de fracaso se multiplicará. Los dirigentes de las AFU ya hablan abiertamente de la ciudad fortificada de Chasov Yar como si fuera irrelevante (cuando en realidad es muy importante para todo el sector de Donetsk), señal de que -como ocurrió con Bajmut y Avdeevka- se están preparando para abandonarla.
Y hay indicios de que los rusos se están preparando para cruzar el Dniepr, probablemente en el sector de Kherson, y probablemente durante el verano, abriendo un nuevo frente ofensivo.
Dada la ya abrumadora superioridad de la potencia de fuego, la multiplicación de los puntos de presión ofensiva multiplica a su vez la probabilidad de que se produzcan averías significativas. Esto podría desencadenar una reacción en cadena, asestando un golpe fatal a la moral de las (ya cansadas y desanimadas) tropas ucranianas, que a su vez afectaría a todo el país.
Desde un punto de vista estratégico, es bien sabido que las fuerzas armadas rusas intentan evitar en la medida de lo posible el asalto frontal a las ciudades -ya que ello conlleva un alto coste en pérdidas humanas y destrucción-, prefiriendo en la medida de lo posible rodearlas y empujar a las fuerzas ucranianas a la retirada. Es probable que hagan lo mismo en Kharkiv, Sumy (si deciden apuntar también en esa dirección) y Kherson.
A menos que sea necesario, no es probable que invadan Odessa, ya que existen demasiadas complicaciones políticas y logísticas para una operación de este tipo. Presumiblemente, si Moscú considera necesario liberar la ciudad [2], intentarán en la medida de lo posible conseguirlo sin lucha, ya sea mediante un colapso de las defensas ucranianas o incluso en la mesa de negociaciones.
Lo que está claro es que los próximos cuatro o cinco meses serán muy importantes, y a las fuerzas armadas rusas se les encomendará la tarea de hacer avanzar aún más el equilibrio de fuerzas, a fin de determinar las perspectivas de una mesa de negociaciones. Que en cualquier caso no podrá, siendo realistas, ver la luz antes del nuevo año. El paso crucial, desde esta perspectiva, siguen siendo las elecciones presidenciales estadounidenses. Si un demócrata vuelve a la Casa Blanca, es probable que la retirada del frente ucraniano sea más lenta y suave, e irá acompañada de una mayor presión sobre los europeos para que apoyen a Kiev hasta las últimas consecuencias. Si, por el contrario, gana Trump, es más probable que ambas cosas sucedan de forma más rápida y brutal.
Pero por ahora, el terreno sigue abierto.
1 – Interesante desde este punto de vista será ver, en los próximos días, cuáles serán los nombramientos presidenciales en el nuevo gobierno ruso, en particular el del ministro de Defensa (y, en consecuencia, el del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas). La probable sustitución de Shoigu (y de Gerasimov) será un indicador importante, en innumerables aspectos, de la posición que Moscú pretende adoptar.
2 – Odessa es claramente una ciudad clave en muchos aspectos. No sólo porque sigue siendo el último punto significativo de acceso ucraniano al mar, sino porque para la OTAN significa mantener un puerto en el Mar Negro, impidiendo que Rusia lo convierta -de hecho- en un lago ruso. Los británicos en particular son sensibles a esto. Por tanto, la decisión sobre qué hacer con Odessa no puede pasar por alto este aspecto. Por otra parte, liberar el óblast de Odesa sería necesario si se quiere resolver el problema del enclave de Transnistria. El de Kaliningrado constituye ya un problema estratégico de no poca importancia, para Moscú, y tener otro casi en el corazón de la OTAN no sería poca cosa. Pero sigue siendo una cuestión compleja, que debe tener en cuenta innumerables factores, y sólo en el Kremlin saben cómo piensan abordarlos."
Dada la ya abrumadora superioridad de la potencia de fuego, la multiplicación de los puntos de presión ofensiva multiplica a su vez la probabilidad de que se produzcan averías significativas. Esto podría desencadenar una reacción en cadena, asestando un golpe fatal a la moral de las (ya cansadas y desanimadas) tropas ucranianas, que a su vez afectaría a todo el país.
Desde un punto de vista estratégico, es bien sabido que las fuerzas armadas rusas intentan evitar en la medida de lo posible el asalto frontal a las ciudades -ya que ello conlleva un alto coste en pérdidas humanas y destrucción-, prefiriendo en la medida de lo posible rodearlas y empujar a las fuerzas ucranianas a la retirada. Es probable que hagan lo mismo en Kharkiv, Sumy (si deciden apuntar también en esa dirección) y Kherson.
A menos que sea necesario, no es probable que invadan Odessa, ya que existen demasiadas complicaciones políticas y logísticas para una operación de este tipo. Presumiblemente, si Moscú considera necesario liberar la ciudad [2], intentarán en la medida de lo posible conseguirlo sin lucha, ya sea mediante un colapso de las defensas ucranianas o incluso en la mesa de negociaciones.
Lo que está claro es que los próximos cuatro o cinco meses serán muy importantes, y a las fuerzas armadas rusas se les encomendará la tarea de hacer avanzar aún más el equilibrio de fuerzas, a fin de determinar las perspectivas de una mesa de negociaciones. Que en cualquier caso no podrá, siendo realistas, ver la luz antes del nuevo año. El paso crucial, desde esta perspectiva, siguen siendo las elecciones presidenciales estadounidenses. Si un demócrata vuelve a la Casa Blanca, es probable que la retirada del frente ucraniano sea más lenta y suave, e irá acompañada de una mayor presión sobre los europeos para que apoyen a Kiev hasta las últimas consecuencias. Si, por el contrario, gana Trump, es más probable que ambas cosas sucedan de forma más rápida y brutal.
Pero por ahora, el terreno sigue abierto.
1 – Interesante desde este punto de vista será ver, en los próximos días, cuáles serán los nombramientos presidenciales en el nuevo gobierno ruso, en particular el del ministro de Defensa (y, en consecuencia, el del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas). La probable sustitución de Shoigu (y de Gerasimov) será un indicador importante, en innumerables aspectos, de la posición que Moscú pretende adoptar.
2 – Odessa es claramente una ciudad clave en muchos aspectos. No sólo porque sigue siendo el último punto significativo de acceso ucraniano al mar, sino porque para la OTAN significa mantener un puerto en el Mar Negro, impidiendo que Rusia lo convierta -de hecho- en un lago ruso. Los británicos en particular son sensibles a esto. Por tanto, la decisión sobre qué hacer con Odessa no puede pasar por alto este aspecto. Por otra parte, liberar el óblast de Odesa sería necesario si se quiere resolver el problema del enclave de Transnistria. El de Kaliningrado constituye ya un problema estratégico de no poca importancia, para Moscú, y tener otro casi en el corazón de la OTAN no sería poca cosa. Pero sigue siendo una cuestión compleja, que debe tener en cuenta innumerables factores, y sólo en el Kremlin saben cómo piensan abordarlos."
No hay comentarios:
Publicar un comentario