5.9.24

Las lecciones imprescindibles para Europa que revela la crisis de Volkswagen... El anuncio ha causado una enorme preocupación en Alemania... El país que ha ejercido de motor europeo durante las últimas décadas parece estar frenando de golpe... porque llega la segunda ola china, que perjudica en especial a Países Bajos y Alemania, ya que se apoya en la fabricación de automóviles, maquinaria y productos químicos, sectores en los que ambos países destacaban... la percepción de crisis existencial en Alemania es un asunto debatido dentro y fuera de sus fronteras... se apoya en argumentos bien conocidos que los alemanes aplicaron a otros países, incluida España, no hace tanto tiempo... el auge de la industria alemana está directamente relacionado con las políticas de “empobrecer al vecino” que han sido dominantes en la Europa del euro... pero no han sabido anticipar las transformaciones, tampoco adaptarse a ellas, y ni siquiera han sido capaces de prever los cambios en la demanda global... pero Volkswagen es un síntoma inequívoco de dilemas más amplios... La empresa alemana podría destinar capital, porque lo posee, a mejorar sus productos, a la investigación y la innovación, pero prioriza reducir costes laborales... No es una solución, y menos a medio plazo. En una situación como esta, limitarse a reducir costes no es más que dar una patada al bote. Algo así le puede ocurrir a Alemania, pero también al conjunto de Europa. Si el intento de manejarse en esta crisis existencial finaliza en una obsesión con el control del gasto, pero sin inversión para relanzar partes de la economía germana (y de la UE), el resultado será quedar aprisionado entre la potencia estadounidense y la china... la crisis refleja señales de la indecisión y la inercia con que los dirigentes de la firma, de Alemania y de la UE están actuando... Las guerras comerciales, el papel de la innovación, la vinculación de la producción a la seguridad, y la búsqueda de fórmulas económicas distintas de las precedentes son elementos muy relevantes a la hora de salir de esta encrucijada (Esteban Hernández)

 "Volkswagen anunció el pasado lunes un programa de reducción de costes que llevaría a cerrar, por primera vez en su historia, una fábrica del grupo en Alemania. También aseguró que las condiciones de empleo de sus trabajadores podrían variar. El anuncio, que ha causado una enorme preocupación en Alemania, se suma a otras señales muy negativas, como las tensiones dentro de ThyssenKrupp. El país que ha ejercido de motor europeo durante las últimas décadas parece estar frenando de golpe.

Estas sacudidas eran esperables. Las crisis y sus efectos no siempre van acompasados y los segundos tardan en ocasiones en manifestarse. Alemania y su industria los están percibiendo ya. Era cuestión de tiempo. Alemania ocupó en las últimas décadas una posición mediadora muy provechosa, ya que compatibilizó el vínculo militar y financiero con EEUU, la conexión china en el comercio y el lazo con Rusia con la energía. Pero la posibilidad de seguir haciendo equilibrios desapareció con la guerra de Ucrania y el giro de EEUU para cortar el crecimiento tecnológico chino. EEUU ha presionado para que Berlín aumente su gasto militar, se posicione de manera inequívoca con Ucrania (a pesar de la voladura del Nordstream) y corte todo tipo de lazos con Rusia, al mismo tiempo que aplica medidas proteccionistas que resultan perjudiciales para Alemania y para la UE. Además, insiste en que reduzca sus vínculos con China.

Pekín tampoco pone las cosas fáciles. Tras su desarrollo en el ámbito textil, en la electrónica y en bienes baratos, que afectó negativamente a países como Francia, Gran Bretaña, España o Italia, llegó la segunda ola, que perjudica en especial a Países Bajos y Alemania, ya que se ha apoyado en la fabricación de automóviles, maquinaria y productos químicos, sectores en los que ambos países destacaban. Las intensas políticas exportadoras han generado superávits chinos todavía mayores.

Hay mucho de sanción moral en esas conclusiones: Alemania se equivocó, tomó el camino erróneo y ahora está pagando el precio

La suma de todos estos factores lleva a que la percepción de crisis existencial en Alemania sea un asunto debatido dentro y fuera de sus fronteras. Las explicaciones del mal momento germano no dejan de ser paradójicas, porque se apoyan en argumentos bien conocidos que los alemanes aplicaron a otros países, incluida España, no hace tanto tiempo. El diagnóstico central señala un cambio tecnológico, con el paso de la economía analógica a la digital, para el que las empresas alemanas no han estado preparándose. No han sabido anticipar las transformaciones, tampoco adaptarse a ellas, y ni siquiera han sido capaces de prever los cambios en la demanda global. Berlín insiste en su industria, pero está sobrepasada por actores más audaces o más potentes. Alemania debe cambiar su modelo, prestar más atención a los servicios y a la tecnología y abandonar formas ya obsoletas de producción, ya que China es capaz de proporcionar esos bienes a precios más competitivos.

En definitiva, las mismas razones que se emplearon para vaciar otros países europeos de industria ahora les son aplicadas a los germanos. Es mucho más sencillo explicarlo así que analizar los factores reales que inciden en el debilitamiento alemán, porque al poner el acento en la falta de previsión, de innovación y de anticipación, se puede hacer recaer la responsabilidad sobre los perjudicados. Hay mucho de sanción moral en esas conclusiones: se equivocaron, tomaron el camino erróneo y ahora están pagando el precio. Sin embargo, la causa de este mal momento no puede ceñirse a explicaciones moralistas, y más aún cuando el futuro europeo se comienza a jugar en Alemania.

Lo que Volkswagen refleja

Volkswagen es un síntoma inequívoco de dilemas más amplios que los de una firma de automoción, y no son muy distintos de los que debe encarar Alemania y la misma UE. VW, ante unos resultados poco satisfactorios, ha decidido reducir costes. No porque los beneficios hayan desaparecido, al igual que no han desaparecido los superávits alemanes, sino porque no son suficientes. La empresa alemana podría destinar capital, porque lo posee, a mejorar sus productos, a la investigación y la innovación, y a abrir caminos competitivos. Sin embargo, esa es una senda que no parece tener en cuenta y, en su lugar, prioriza el enfoque de pasadas épocas, el del realismo económico: si aparece un problema, la solución es reducir costes laborales.

No es una solución, y menos a medio plazo. El coche eléctrico es un ejemplo evidente: el mercado se está repartiendo entre los Tesla, más caros y prestigiosos, y los coches chinos, bastante más baratos y con unas prestaciones similares a los Tesla, lo que deja sin demasiado espacio a unos coches eléctricos germanos que no pueden competir por arriba ni por abajo, por mucho que recorten costes. Hace tiempo se vivió algo similar en el sector de los teléfonos móviles: los iPhone ofrecían marca y distinción, mientras que los productos chinos eran más baratos y proporcionaban unas prestaciones semejantes. Además, los chinos no solo fabricaban sus propias marcas, sino que producían los componentes para las europeas y para Apple. Lo mismo está ocurriendo con los automóviles: Tesla tiene en lugares como Shangái una parte importante de su producción; Alemania quiere llevarse las fábricas a China para aprovechar el mercado asiático. En una situación como esta, limitarse a reducir costes no es más que dar una patada al bote.

Algo así le puede ocurrir a Alemania, pero también al conjunto de Europa. Si el intento de manejarse en esta crisis existencial finaliza en una obsesión con el control del gasto, pero sin inversión para relanzar partes de la economía germana (y de la UE), el resultado será quedar aprisionado entre la potencia estadounidense y la china.

Las reglas que no funcionan

La segunda cuestión relevante al hilo de Volkswagen tiene que ver con un reproche que el comité de empresa de la firma, a través de su presidenta, Daniela Cavallo, formuló a la dirección. Acusa a los directivos de haberse focalizado en la burocracia y en las reglas, en lugar de desarrollar los productos y la tecnología precisos para competir. “Necesitamos reducir nuestra complejidad, tenemos que abordar nuestra obsesión con las reglas, tenemos que poner fin a nuestra locura por la documentación”.

Todo esto resuena de manera especial en nuestra época, y no solo porque las empresas se hayan preocupado sobremanera por el control y hayan relegado cuestiones cualitativas y de innovación, sino porque cuando hablamos de Alemania y de la UE, el énfasis en la regulación es un asunto prioritario. En la división internacional del trabajo que se forjó en la globalización, EEUU lideraba la tecnología, China la producción y Europa regulaba. Esa época ha pasado y de una manera definitiva. Sander Tordoir, economista jefe del Centre for European Reform, asegura en una entrevista publicada en ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ que “Europa es el único actor importante que todavía respeta las reglas. Es muy difícil ganar en el póquer si eres el único jugador que no hace trampa”. Estamos en medio de una guerra comercial dictada por el nacionalismo económico, asegura, que nosotros no empezamos. “Comenzó China y EEUU la continuó. No somos los agresores, y debemos reaccionar”.

Cómo se ha llegado a esta guerra comercial es un asunto crucial, porque se suele aludir a los subsidios chinos a su industria como el elemento esencial que rompió el equilibrio de las reglas globales, pero la realidad se aparta de esa versión más de lo admitido. EEUU creció en el ámbito tecnológico. y sus empresas se desarrollaron enormemente, gracias a los subsidios en forma de inversiones a pérdida de las que gozaron en sus etapas iniciales gracias a su cercanía con el entorno financiero. Dado que el dólar era la moneda de reserva global y EEUU la potencia hegemónica, Washington canalizó hacia su país enormes cantidades de capital global. Parte de ese dinero acabó impulsando el desarrollo de tecnológicas de bandera estadounidense.

China, como es conocido, se apoyó sustancialmente en el dinero público para que sus empresas fueran mundialmente competitivas, y continúa haciéndolo. Pero Alemania fue subsidiada de manera recurrente por la existencia del euro, que le permitía gozar de superávits permanentes sin que su moneda incrementara su valor y, por tanto, sin que se redujera la competitividad de sus empresas. El auge de la industria alemana está directamente relacionado con las políticas de “empobrecer al vecino” que han sido dominantes en la Europa del euro.

Todo ello sigue funcionando hoy, solo que EEUU ha decidido proteger su mercado y China acelerar sus exportaciones. Alemania continúa sin reaccionar a la guerra comercial que las dos potencias le han declarado y confía en poder hacer valer, en alguna medida, ese poder regulatorio en el que se apoyaba la UE. Pero las reglas ya no funcionan, y esa es una razón de su declive, y dado que el euro sigue funcionando en el mismo sentido, del declive europeo. Los países vinculados a los servicios, como el nuestro, se están recuperando mejor, pero quizá el escenario sea distinto cuando regresen las políticas de ajuste y reducción del déficit.

La sacudida en el centro político

La tercera cuestión es política, porque esta debilidad de la industria alemana golpea en el corazón del país. Hasta ahora, el discurso electoral alemán se articulaba a través de asuntos como la inmigración o la reconversión energética, pero la pérdida de industria conduce a un escenario distinto. Y no solo por lo que pueden implicar las anunciadas luchas laborales dentro de las grandes empresas como BMW, sino por la repercusión que puede tener el cierre de compañías y el paro en el pulmón del país, el Mittelstand. Se trata de un conjunto de pequeñas y medianas firmas industriales que sostienen el poder adquisitivo alemán. Se sitúan fundamentalmente en el Gran Múnich, en Baden-Württemberg y en el Ruhr, y se han especializado, sobre todo, en máquina herramienta, piezas de automóviles y equipos eléctricos. Son compañías familiares, normalmente gestionadas por sus propietarios y que no cotizan en bolsa. Proporcionan una parte relevante del empleo del país, en general en mejores condiciones que en el sector servicios, y son una pieza muy relevante del vigor económico alemán.

Si este sector entra definitivamente en declive, y su caída ya ha empezado, el mapa político sería otro. En Alemania del Este crecen notablemente AfD y el partido de Sahra Wagenknecht, BSW, pero Alemania del Oeste apuesta todavía por formaciones sistémicas, como la CSU y lo que queda de esa entente entre socialdemócratas, verdes y liberales. Sin embargo, la pérdida de empleos y el cierre de empresas afectaría sobre todo a esa parte de Alemania, lo que generaría tensiones profundas en la zona más estable y prosistema. No es difícil anticipar, si se deja caer a la industria y al Mittelstand, sacudidas políticas significativas, sean del signo que sean.

La crisis de BMW, por tanto, es mucho más que un mal momento de una empresa automovilística, porque refleja señales de la indecisión y la inercia con que los dirigentes de la firma, de Alemania y de la UE están actuando, y de las contradicciones que deberían resolver, pero que están evitando. Las guerras comerciales, el papel de la innovación, la vinculación de la producción a la seguridad, y la búsqueda de fórmulas económicas distintas de las precedentes son elementos muy relevantes a la hora de salir de esta encrucijada. No bastará con la anunciada reconversión verde y digital, porque es la arquitectura internacional del comercio la que está puesta en cuestión, y con ella el precedente orden basado en reglas. La política también está notando esas sacudidas, y no parece que los movimientos tectónicos vayan a detenerse."              (Esteban Hernández, El Confidencial, 04/09/24)

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