11.9.24

Por qué el mundo político se ha movido hacia la derecha... Alemania del Este ha sido tratada como si fuera la Europa del sur interior. Ha ocurrido igual con otras muchas regiones occidentales, y sin esa brecha geográfica no sería posible comprender las derivas políticas de los últimos años en EEUU, Francia, Países Bajos, Reino Unido o España... Es normal que los ciudadanos de estas regiones noten en su vida cotidiana el declive, deseen cambios y reaccionen políticamente. En ese malestar se ancla AfD: es su punto de partida, su condición de posibilidad... las cuestiones culturales en las que se centran tienen un obvio anclaje en el agravio... Ese es el mensaje de las nuevas derechas: las clases progresistas se olvidan de su país, de sus ciudadanos y favorecen al inmigrante; nos ignoran, nos desprecian, les benefician a los otros y les dan las ayudas que nosotros no recibimos, y así sucesivamente... esas poblaciones deterioradas, que no han reaccionado políticamente a sus malas condiciones materiales, sí lo hacen contra el desprecio. En ese anclaje, que es muy importante comunicativamente, está el fuego que aviva el crecimiento de nuevas fuerzas políticas... La opción alemana que ha crecido, BSW, es muy diferente de la izquierda de los pasados tiempos... y por eso su líder, Wagenknecht, cuya inteligencia política es notable, tituló su libro como "Los engreídos", al hablar de la izquierda tradicional (Esteban Hernández)

 "En la política los ejes importan mucho, y lo que Alemania subraya, en primer lugar, es que el eje político occidental se está desplazando hacia la derecha. En la antigua RFA, la CDU, el partido conservador sistémico, domina las encuestas, y en la RDA el auge del partido antisistémico de derechas, Alianza por Alemania, es muy notable. En los territorios con más recursos, ganan los conservadores y en los que sienten el declive con mayor preocupación, también. Las formaciones que están en el Gobierno, los socialdemócratas, los verdes y los liberales, caen en todas partes. Alemania está en crisis y el resultado es que los partidos en el poder caen en aprecio público, el principal partido de la oposición se dispara y el principal partido antisistema sube. Nada inesperado, por otra parte, salvo por el hecho de que los puntos de conexión ideológicos entre ambos partidos existen.

Esta realidad queda distorsionada en la lectura pública por el cortafuegos que se ha hecho a la AfD. Comunicativamente tiene fuerza, en el sentido de que se transmite a la sociedad que no se pactará con una formación rupturista, y por lo tanto esta no gobernará ni entrará en coaliciones de Gobierno. Sin embargo, es una posición que obvia el hecho de que ese partido tiene presencia en los parlamentos, vota leyes y promueve acciones. Lo explica con carga de profundidad Sahra Wagenknecht, líder de BSW, la otra formación en auge en Alemania, en su libro Los engreídos (Lola Books): "De la triada compuesta por el liberalismo económico, los recortes sociales y la globalización (que ha caracterizado la política de los últimos años) muchos partidos de extrema derecha sólo cuestionan la globalización y sobre todo lo hacen por el aspecto migratorio". Sin embargo, "es habitual que en el Bundestag, la AfD vote en contra de aumentar el Hartz IV, en contra de aumentar el salario mínimo o en contra de poner un tope efectivo a los alquileres, bajo el argumento de que sería un ataque contra la libertad de empresa". En ese sentido, ninguna diferencia con los partidos conservadores tradicionales.

Mientras se negaba legitimidad a las extremas derechas, se acogían por parte de los gobiernos conservadores algunas de sus propuestas

Incluso en el asunto inmigratorio, las divergencias son menores de las que parecen. El control de la inmigración, y por tanto la adopción de medidas más duras contra la misma, son ya comunes en toda Europa, desde Bruselas hasta Alemania pasando por Italia o España. Hay obvias diferencias en cuanto al tipo de medidas que promueven la extrema derecha y el resto de partidos, pero también debe reconocerse que la influencia de la primera se está asentando. El cambio en la UE respecto de la inmigración empieza a ser claramente perceptible en sus políticas.

En última instancia, los partidos de la derecha populista y extrema son competidores de los de la derecha tradicional en el plano electoral. De modo que no es extraño que, para captar votantes o evitar su fuga, las formaciones conservadoras más cercanas al establishment promuevan medidas y argumentos que eviten su caída en voto. Es una tendencia que ha estado presente en la política europea de los últimos años, de modo que mientras se negaba legitimidad a las extremas derechas, se acogían por parte de los gobiernos conservadores algunas de sus propuestas. No sería extraño, pues, que en 2025 ganase la CDU/CSU las elecciones germanas, y la AfD, incluso sin gobernar, apoyase en el parlamento algunas de sus políticas económicas, de inmigración o de energía.

La suma de todos estos factores señala algunas de las causas por las que eje político se ha desplazado hacia la derecha, pero dice menos de la situación en las izquierdas, donde los movimientos son significativos.

El giro en la izquierda

El problema último de los partidos de izquierda no es tanto el crecimiento de fuerzas extrasistémicas como su propio declive. El desplazamiento de eje no solo implica que la suma de los partidos conservadores tradicionales y las nuevos derechas sea superior en muchos lugares al resto de fuerzas políticas, sino la desaparición del discurso público, salvo en espacios porcentualmente marginales, de las fuerzas políticas que estaban más allá de la socialdemocracia tradicional. La excepción es Francia con LFI, el partido de Mélenchon, y se le ha hecho un cortafuegos para impedir que nombre a un primer ministro. Pero, fuera de París, donde se está intentando que el partido socialista encabece la izquierda y relegue a La Francia Insumisa, en el resto de territorios occidentales la izquierda pierde peso de manera notable.

La gran opción ideológica de la izquierda es impedir que la extrema derecha llegue al poder: ese es el núcleo de la campaña de Kamala Harris

EEUU es un ejemplo: las fuerzas de Occupy Wall Street y Bernie Sanders, que tan potentes fueron durante la década pasada, están sorprendentemente desaparecidas en estas elecciones, mientras que Harris concurre a las elecciones con un programa con muchas incógnitas, pero más conservador que el de Biden. En España, el ámbito de Podemos y Sumar está en evidente declive, mientras se consolida el PSOE. Syriza ya no es influyente y Die Linke está claramente a la baja, como lo están los verdes. La opción alemana que ha crecido, BSW, es muy diferente de la izquierda de los pasados tiempos, pero también es, hasta ahora, una opción únicamente germana. Los partidos socialdemócratas, como el SPD germano, los laboristas de Keir Starmer, o los socialistas franceses, traten de adoptar posturas más centristas. Es decir, el desplazamiento del eje alcanza a todo el espectro político: la derecha gira más hacia la derecha y la izquierda más hacia el centro.

Este último movimiento es lógico en la medida en que la gran opción discursiva de la izquierda es impedir que la extrema derecha llegue al poder. En consecuencia, precisa de caracteres sistémicos que aglutinen a quienes defienden la democracia frente a las posturas autoritarias. La campaña de Kamala Harris se basa exactamente en esto, como lo fue la de Sánchez en las últimas elecciones generales: su propuesta central consistía en evitar que la extrema derecha llegase al poder. La campaña antiautoritaria es dirigida y liderada por la izquierda sistémica prácticamente en todas partes. Y eso cuando no es aprovechada por un liberal como Macron.

Una pelea cultural y moral

En este escenario, las noticias que han llegado de Turingia y Sajonia han sido interpretadas desde la lectura estándar. La AfD y BSW están creciendo gracias a tres tipos de mensajes: los xenófobos, que engañan a los alemanes diciéndoles que los inmigrantes les roban los trabajos y las ayudas; los conspiranoicos, ya que se trata de gente que rechazó los encierros por la Covid y son a menudo antivacunas; y los prorrusos, que coquetean sin ambages con Putin. Esos mensajes, además, están anclados en falsedades de partida, tergiversan la realidad para impulsar el odio, y se aprovechan de situaciones difíciles para canalizar el malestar contra los inmigrantes. Y, a pesar de que en el día a día los habitantes de esas regiones no se ven perjudicados por la inmigración, porque allí es mucho menor que en otras zonas de Alemania, se dejan engañar por estos mensajes.

Una versión de esta dinámica guerracivilista en el discurso está claramente presente en nuestro día a día comunicativo

Hay una versión más atrevida, ya que hay quienes, dentro de la izquierda, señalan que estos votantes no son manipulados, simplemente han visto legitimadas sus tendencias fascistas latentes y las han dejado salir. Es una versión todavía más dudosa que la anterior; y si fuera cierta, dejaría a las democracias sin otra opción que ir a la guerra civil. Una versión de esto, en el terreno discursivo, está claramente presente en nuestro día a día comunicativo. La campaña estadounidense, sin ir más lejos, está recorrida por esta clase de tensión.

Sin embargo, se acoja la versión que se acoja, siempre la primera la dominante, ofrece una lectura sorprendentemente moralista de los resultados electorales y del auge de la extrema derecha: sus votantes son gente poco ilustrada (por eso las derechas tienen mejores resultados entre los sectores sin estudios universitarios), fácil de manipular, que se recuesta en los hombros del rencor y la nostalgia y que ha encontrado en los varones jóvenes y machistas una posibilidad de crecimiento.

Esta lectura puede ser consoladora para quien la emite, pero trasluce una mirada de superioridad evidente, en especial cuando es difundida por expertos, clases con recursos, periodistas con visibilidad mediática o sectores pertenecientes a clases formadas urbanas. Tiende a producir un efecto en sentido contrario, porque se desarrolla justo en el plano en el que las derechas están llevando a cabo su pelea ideológica, en el cultural y moral.

El agravio

Alemania del Este ha sido una zona que ha crecido mucho menos que el resto del país. Llegó a la reunificación con grandes esperanzas que han sido defraudadas de manera sistemática, ya que ha sido tratada como si fuera la Europa del sur interior. Ha ocurrido igual con otras muchas regiones occidentales, y sin esa brecha geográfica no sería posible comprender las derivas políticas de los últimos años en EEUU, Francia, Países Bajos, Reino Unido o España. Uno de los efectos de la globalización ha sido la distancia enorme que ha provocado entre las grandes urbes y las ciudades pequeñas e intermedias, lo que ha generado brechas ideológicas profundas. Es normal que los ciudadanos de estas regiones noten en su vida cotidiana el declive, deseen cambios y reaccionen políticamente. En ese malestar se ancla AfD: es su punto de partida, su condición de posibilidad. Las temáticas que eligen pueden ofrecer una explicación o canalizar un descontento, pero con eso no bastaría, porque tampoco resolverían sus problemas. Lo que ofrecen es algo más: las cuestiones culturales en las que se centran tienen un obvio anclaje en el agravio.

Los grandes temas de fondo progresistas, como la simpatía por la inmigración, la reconversión verde, el desarrollo digital y el incremento de derechos ligados a cuestiones identitarias, que son los asuntos a los que se ha vinculado el desarrollo europeo, y con ellos a una mejora en las condiciones de vida, pueden resultar más atractivos o menos para las poblaciones occidentales, pero la partida política no se juega en el plano de las ideas, sino en el de sus difusores.

Ese fuego es avivado por los nuevos partidos. Por algo Wagenknecht, cuya inteligencia política es notable, tituló su libro 'Los engreídos'

Lo que está de fondo no es tanto la creencia, que es evidente para parte de la población, de que ese programa no logrará revertir su mala situación, sino el revestimiento de esas políticas desde el sentimiento de agravio. Ese es el mensaje de las nuevas derechas: las clases progresistas se olvidan de su país, de sus ciudadanos y favorecen al inmigrante; nos ignoran, nos desprecian, les benefician a los otros y les dan las ayudas que nosotros no recibimos; llevan a cabo políticas para proteger el clima que nos perjudican, mientras ellos viajan en aviones a menudo; en la pandemia se iban a vivir a casas muy espaciosas en lugares poco poblados, y nosotros no podíamos salir de una vivienda pequeña; nos insultan llamándonos violadores en potencia, mientras que permiten que hombres compitan contra mujeres en las Olimpiadas y les roben las medallas; y así sucesivamente.

Son discursos que están permanentemente presentes en el suelo público, a veces funcionan y otras funcionan muy bien, no por su mayor o menor correspondencia con la realidad, sino por la sensación de suficiencia, cuando no superioridad moral, con la que los progresistas transmiten sus ideas. Y más aún cuando la respuesta progresista al crecimiento de la extrema derecha ha consistido en actuar, en el discurso (la práctica es otra cosa), doblando la apuesta. El remedio contra la xenofobia es traer más inmigración; contra la conspiranoia, insistir en la ciencia; contra el fascismo, más derechos; contra las mentiras, difundir la verdad; contra el machismo, más feminismo.

El problema de todo esto es que facilita que la lucha política se lleve a cabo en términos todavía más moralistas, que se revista como un choque entre clases ilustradas y clases ignorantes que se dejan engañar y que se describa como la lucha entre gente que mira por encima del hombro a los demás: antes los consideraban deplorables y ahora los señalan como raros (weird). De modo que esas poblaciones deterioradas, que no han reaccionado políticamente a sus malas condiciones materiales, sí lo hacen contra el desprecio. En ese anclaje, que es muy importante comunicativamente, está el fuego que aviva el crecimiento de nuevas fuerzas políticas. Wagenknecht, cuya inteligencia política es notable, no tituló su libro Los engreídos en vano."                         (Esteban Hernández, El Confidencial,  07/09/24)

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