"(...) Recuerdo, recién licenciado, mis primeros años en el Servicio de
Estudios del Banco de España, años setenta, coincidiendo con las
llamadas crisis del petróleo que provocaron una enorme subida de precios
de este producto y numerosos desequilibrios en las balanzas de pagos,
con la excepcional acumulación de recursos en manos de los países
productores.
El profesor Rojo, entonces director general del Servicio de
Estudios, veía el fenómeno con gran preocupación, anunciaba la
parálisis del sistema financiero internacional y el colapso de los
medios de pago, ya que parecía imposible reciclar toda esa ingente
cantidad acumulada de dólares (petrodólares).
La solución que el ínclito profesor no era capaz de vislumbrar,
parece que los agentes financieros no tardaron mucho en intuirla. Los
países productores colocaron los recursos en la banca internacional y
esta encontró pronto acomodo para ellos, prestándolos a los países
subdesarrollados, principalmente de América Latina, con la complicidad
de sus gobiernos en su mayoría corruptos.
Desde ese momento, y puesto que los créditos estaban nominados en
dólares, los países quedaron a expensas de sus acreedores y de su máximo
representante, el FMI, que les suministraba fondos de los que las
sociedades no veían ni un dólar porque iban directamente a los bancos
acreedores, aunque, eso sí, sufrían las graves consecuencias de las
políticas que se les imponían siguiendo lo que se llamaba “el consenso
de Washington”, en la línea más dura del neoliberalismo económico,
incluida por supuesto la libre circulación de capitales. El resultado
era la depresión económica, la huida de recursos y la necesidad de más y
más endeudamiento.
El círculo vicioso se rompió tan solo cuando los acreedores llegaron
al convencimiento de que era imposible que los deudores hiciesen frente a
sus compromisos y que se precisaba un nuevo acuerdo que reorganizase la
deuda, ya que mejor era cobrar algo que nada.
La década perdida de
América Latina es un claro ejemplo de cómo el endeudamiento exterior
nominado en una moneda extranjera deteriora la soberanía de los Estados y
los deja en manos de los acreedores internacionales o de aquellos
poderes que ocupan su lugar. (...)" (Juan Francisco Martín Seco, República.com, 26/07/2015)
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