"(...) Como consecuencia del calentamiento global, el aumento de las sequías
-sobre todo en las zonas más áridas-, así como de las lluvias
torrenciales y las inundaciones -sobre todo en las zonas más húmedas-
está modificando de forma irreversible la calidad de los respectivos
suelos, y está provocando migraciones, o incluso la desaparición, de la
flora y fauna preexistente, así como cambios notables en las condiciones
de los correspondientes cultivos. (...)
Los cambios tienen carácter acumulativo, y acentúan
tendencias (a la desertificación, a la inestabilidad de los suelos, a la
pérdida de biodiversidad...) cuya velocidad está superando las
previsiones de la comunidad científica, incorporadas al último informe
realizado por el Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC).
Lo anterior se refiere al agua dulce, es decir, apenas al
1% del total del agua existente en nuestro planeta. Pero una de las
cuestiones que centran hoy la atención de los expertos es la relación
bidireccional entre el cambio climático y las aguas saladas de los
océanos, que cubren el 70% de la Tierra.
Los océanos constituyen
inmensos sumideros de calor y de CO2, pero están perdiendo dicha
capacidad de almacenamiento precisamente a causa del calentamiento de
sus aguas y el consecuente proceso de acidificación, que afecta
gravemente a los ecosistemas marinos. La elevación de la temperatura del
océano, tanto en superficie como en sus profundidades, está
contribuyendo a la intensificación y aumento de la frecuencia de
fenómenos meteorológicos muy extremos: huracanes, tornados,
inundaciones, aumento del nivel del mar...
España se encuentra, de
acuerdo con el último informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente,
en la zona de la Unión Europea más vulnerable ante el cambio climático.
Destaca en nuestro país el riesgo asociado a la mayor frecuencia e
intensidad de las sequías, que, de hecho, comienzan a ser percibidas por
un segmento amplio de la población, hasta ahora instalado en la
percepción de la sequía como un fenómeno recurrente, pero no cada vez
más grave. (...)
La sequía actual, que afecta a las cuencas del Ebro, del Duero y del
Tajo, tradicionalmente consideradas "excedentarias", obliga a
reflexionar sobre la sostenibilidad de soluciones basadas casi en
exclusiva en embalses y trasvases.
En la perspectiva del cambio
climático, la política del agua -como sucede también en la política de
la energía- debe plantearse prioritariamente desde un enfoque de
gestión de la demanda, combinado con la optimización de las
infraestructuras existentes, ya que la oferta de agua dulce se está
reduciendo a gran velocidad y, además, a escala mundial existe, como se
señalaba al principio, un inmenso segmento de la población todavía
privado del derecho al agua, cuya demanda debe ser satisfecha. Por lo
tanto, son precisas, ante todo, medidas que incentiven -con mucha mayor
eficacia que las existentes- el ahorro y la eficiencia en el consumo de
agua.
Ello implica, en primer lugar, el establecimiento de un sistema de
precios adecuado que facilite la correcta asignación de los diferentes
tipos de agua (superficial, subterránea, desalada, depurada...) a las
distintas modalidades de consumo.
A ello hay que añadir un mayor
esfuerzo inversor en las actuaciones convencionales para evitar pérdidas
y para reducir la necesidad de agua en cualquier tipo de consumo. Y,
sin duda, es necesario un replanteamiento del modelo agrícola y, sobre
todo, del modelo alimentario (este último explica el 20% del
calentamiento global).
La " huella hídrica" de los diferentes alimentos,
unida a los efectos de la producción de cada uno de ellos sobre el
cambio climático (un kilo de carne necesita 15 litros de agua; un kilo
de cereal tan solo un litro), así como sobre la salud, son razones
contundentes para abordar, también aquí, una transición consensuada con
los sectores afectados, para no provocar efectos no deseables en el
empleo o en la ocupación del territorio.
En segundo lugar, la reducción generalizada de la
contaminación de las aguas residuales favorecerá su reutilización, ya
perfectamente segura, con las técnicas existentes, para todo tipo de
consumo salvo el consumo humano, incrementando así los recursos hídricos
efectivamente disponibles.
En tercer lugar, hay que superar los fallos en el
conocimiento y en la gestión de las aguas subterráneas, integrándolas de
manera eficiente en la gestión de las aguas superficiales y de las
resultantes de la depuración y de la desalación.
En cuarto lugar, es preciso desarrollar el binomio energías
renovables/obtención y tratamiento del agua, de forma que se reduzca su
correspondiente consumo de energía y por tanto su impacto climático;
muy en particular para poder aumentar el uso de agua desalada en el
litoral y en los archipiélagos, donde se concentra más del 50% de la
población española, el 90% del turismo, y más de un 40% de la producción
de alimentos.
El cambio climático constituye una oportunidad para
reconducir políticas que resultan hoy completamente inadecuadas para
garantizar, llueva o no llueva, el acceso a suficiente agua potable." (Cristina Narbona, CTXT, 27/09/17)
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