"(...) Fue a partir de las políticas de austeridad tras la crisis financiera
global de 2008. Tanto en lo que tradicionalmente hemos llamado derecha,
como en la posición antes conocida como izquierda, aparecieron partidos
de nuevo cuño con estrategias innovadoras que buscan escapar a esas
etiquetas.
Para ahorrarse un análisis más fino, muchos periodistas los
meten a todos en la categoría de “populismo”, cajón de sastre donde
arrojar tanto a Syriza como al Brexit, a Trump y a Evo Morales, a los Le
Pen junto a los Kirchner. Y claro, en España los corifeos cargan sus
tintas fundamentalmente contra Podemos y sus confluencias. (...)
Mediática y socialmente, populista significa mentiroso o
manipulador, y no se suele ir más allá del insulto. Parece como si la
demagogia no hubiera existido antes de la crisis. (...)
Como si el desprestigio de nociones tan demodé como ‘verdad’ u ‘objetividad’ fuese
algo reciente, como si la conciencia general de la primacía del relato
sobre el dato hubiera llegado con la “nueva política”, y no en la crisis
de la modernidad hace medio siglo.
Pero es exactamente al revés, fue el proceso de globalización pilotado en favor de las élites el que se apoyó en un paradigma posveritario,
en la revolución ideológica thatcheriana y su muy lograda ilusión de
que privatizaciones y desregulaciones masivas (“liberalización”, decían
entonces los gurús) traerían una orgía de libertad, prosperidad y
democracia.
Thatcherismo que, por cierto, incluía según su ministro de
Hacienda Nigel Lawson, “una pizca de populismo”.
Aquella demagogia triunfante inauguraba una era de posverdad, de hecho
los gurús se olvidaron de comprobar si efectivamente la liberalización
del gas, la electricidad, el transporte o la telefonía trajeron la
prometida bajada de precios y mejora del servicio.
Tampoco les ha pasado
factura no hacerlo: lo importante era el relato, no el dato. Es más, lo
realmente importante, que era el pelotazo propio de un capitalismo de
amiguetes y paraísos fiscales, ni siquiera formaba parte del relato. (...)
Aquella religión de la desregulación generó una peligrosa
combinación de opacidad y adicción al riesgo en el sistema financiero, y
la mayor burbuja de la historia, cuya explosión aún se está llevando
por delante el precario estado de bienestar en el sur de Europa.
Pero
tampoco los corifeos ponen hoy mucho énfasis en ver si aquella devoción
se ha corregido con transparencia y rendición de cuentas, o si
simplemente se viene larvando una nueva burbuja en otro sitio. La
objetividad se fundamenta en la comprobación, pero el neoliberalismo no
se hegemonizó a base de verdades.
No, antes no había demagogia, por eso no surgían
términos-trampa como populismo o posverdad, lo que había en el
bipartidismo era “marketing electoral”, un concepto mucho más digno (y
muy bien pagado, por cierto).
Por eso los corifeos se permiten la
licencia de asimilar populismo con demagogia y con posverdad para
arrojárselo a quien desafíe el (des)orden establecido, pero no aplican
estas categorías a los partidos tradicionales. Será que ellos nunca
faltan a la verdad.
Seamos serios, compañeros periodistas. Deberíamos emplear
el término populismo con algo de rigor, también para cuestionar sus
postulados. Quizá entonces veríamos que, como paradigma teórico,
concierne a toda construcción política hegemónica, incluyendo la de
Thatcher o Reagan, la de Felipe González en los años ochenta y la de
Aznar en la década siguiente. El propio Manuel Fraga reivindicó este término
en un sentido más técnico y escrupuloso.
Si vamos a malemplear
‘populismo’ como sinónimo de demagogia, entonces habrán de reconocer
honestamente que PP y PSOE son también populistas de pleno derecho. Lo
llevan siendo desde hace décadas y Rajoy bien podría recibir hoy la
mención de Populista Mayor del Reino. Impertérrito, representa su relato
con una parsimonia que ya quisieran los novatos de Podemos.
Anteayer, sin ir más lejos, Rajoy afirmó que “la única
sombra que se cierne sobre la economía española es la inestabilidad
catalana”. Lo dijo sin tembleque en el párpado pese a tener los
presupuestos sin aprobar, prorrogados por segundo año consecutivo.
¿La única sombra? Hombre, alguna más habrá. España tiene
una deuda que iguala a su producto interior bruto, y en ausencia de
soberanía monetaria. (...)
Por mucha posverdad y corifeo en que se apoye, señor
Rajoy, sombras hay más de una. Seguimos teniendo la peor tasa de
desempleo juvenil de Europa, solo por delante de Grecia. Somos el
segundo país en pobreza infantil, por detrás de Rumanía.
El Instituto
Nacional de Estadística publicó este año que el 20% de las personas
dependientes que necesitan cuidados y el 30% de familias que necesitan
una guardería no tuvieron acceso porque no podían pagarlos. Incluso en
la capital, la mitad de las familias madrileñas no llega a fin de mes
según dato reciente del Ayuntamiento de Madrid. En el 2017 que hemos
despedido,
el Comité de Derechos Económicos de Naciones Unidas dictaminó
que España está violando los derechos habitacionales recogidos en el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales (PIDESC) por falta de recursos ante casos de desahucio.
Y
ello pese a que los centros de acogida lograron atender 16.400 personas
sin hogar cada día, un 20% más que hace dos años.
El dato y el relato.
Este conjunto de datos son un gran nubarrón que ensombrece
nuestra economía y que Rajoy no puede achacar al independentismo. Lo
grave, es que estos datos ni siquiera figuran en su relato. Pretender
que Cataluña es nuestra fuente de dificultades económicas es tomarnos el
pelo, y los medios que amplifican este discurso y ocultan estos datos
cultivan la misma posverdad ―la pérdida general de esperanza en
consensuar datos relevantes― ante la que luego ellos mismos se
horrorizan.
Termino con la última sombra. En 2017, la Fundación Foessa
denuncia que siete de cada diez hogares no han notado ningún final de
la crisis, y sólo uno afirma haber mejorado un poco su situación. Pero
su informe arroja otro dato más preocupante sobre nuestra desesperanza:
el 75% de los encuestados cree que votar no servirá para cambiar la
situación, y el 61% que movilizándose tampoco conseguirá nada.
“Hemos
bajado los brazos, nos hemos acostumbrado a convivir con la pobreza”,
afirmó el secretario de Cáritas al presentar el estudio. Este dato es el
que permite a Rajoy sostener su relato: cree tener derrotada no sólo a
su oposición política, sino también la moral de un pueblo.
Y esa es la
tarea fundamental de la oposición: devolver la autoestima a este país
que asombró al mundo con su 15M, y hacerlo en un clima ideológico e
informativo fragmentado en burbujas y empantanado de verdades
contrapuestas.
De nada le servirá a la izquierda recitar sus “hechos
alternativos” desde fuera del sentido común mayoritario. Da igual que
sean o no verdad, da igual que el sentido común sea contradictorio e
inasible (siempre lo es).
Ha de empaparse de él, disputar sus símbolos
compartidos y movilizar sus sentidos sanos para llevarlo hacia nuevos
horizontes, o bien resignarse a su vieja costumbre de enfadarse con el
electorado porque vive alienado y vota mal.
Le guste a la izquierda o
no, sus datos no valdrán de nada si no los articula en un relato común
con su pueblo, ese al que a menudo desprecia políticamente, del que
trata de distinguirse estéticamente, el mismo que le está dando la
espalda." (Miguel Álvarez-Peralta, CTXT, 03/01/18)
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