"Levantarse y encontrar el desayuno
servido; comerlo y que, después, sea un asistente quien recoja el plato;
quizás, darse una ducha; luego a la calle. A la hora de comer,
desplazarse a alguno de los centros donde dan algo caliente y más tarde,
cuando anochece, volver al albergue para cenar- o quizás dirigirse a
determinada parroquia o comedor donde se sabe que la comida es mejor, lo
que, eso sí, implica un nuevo desplazamiento, un nuevo deambular por la
ciudad.
Esa es la realidad que se encuentran cientos de las personas
sin vivienda en la ciudad de Barcelona; una rutina que les mantiene a
cubierto pero en la que se integran, en muchos casos, como sujetos
pasivos; una rutina de la caridad que deja al margen a su beneficiario.
Claro que la alternativa es peor: en la calle uno apenas puede dormir, a
uno le pueden robar o le puede agredir, uno pasa frío y se empapa. En
2018, 46 personas sin techo han muerto en Barcelona.
El circuito de la pobreza, como lo llama Lagarder Danciu,
consiste en hacer que el sin techo vaya de un lado a otro de la ciudad
para recibir asistencia sin incidir en sus necesidades de fondo.
Activista de la causa desde hace años, Lagarder considera que este
circuito acaba por volver aún más vulnerables a estas personas.
Las hace
sentir incapaces de valerse por si mismas ya que las aleja de la
posibilidad de ejercer una tarea, de adquirir una responsabilidad, lo
que a la postre, señala, las lleva a desvincularse aún más de sí mismas.
Después de años intentándolo, al fin ha conseguido poner en práctica un
proyecto, Welcome Sense Sostre (Bienvenidos, sin techo), el primer centro de acogida de Barcelona gestionado íntegramente por personas sin techo.
La iniciativa se puso en marcha el
pasado 1 de noviembre. Ubicada en la planta baja de un espacio que
actualmente pertenece a Aura Social, un centro social autogestionado
situado junto a Sagrada Familia, ha adoptado como
política no recibir ningún fondo público.
Lagarder denuncia que el
ayuntamiento destina más de 35 millones de euros anuales a combatir el
problema de los sin techo (el doble de lo que se destinaba en la
legislatura anterior) pero que este dinero no ha servido para aliviar el
problema. Con la ayuda de los vecinos, que han aportado alimentos así
como kilos y kilos de ropa, Welcome Sense Sostre quiere demostrar que la
solución no solo pasa por el cuánto sino también por el cómo.
Son las 8 pasadas y a esta hora la
recepción está a rebosar: en ella se juntan algunos de los habitantes
del centro de acogida, 27 en total, vecinos que se han acercado a ver
cómo puede ayudar y voluntarios, cuya labor, básicamente, es acompañar a
los sin techo, generar vínculos personales con ellos.
Porque en lo que
respecta al funcionamiento del centro, todo depende exclusivamente de
sus inquilinos, algunos de los cuales, en este momento, ultiman los
preparativos para la cena.
“Habitar en el circuito de la pobreza
termina por esterilizar al individuo. Nuestro objetivo es darle
herramientas, involucrarle en su propia salida de la calle empezando por
hacerle asumir el cuidado y el mantenimiento de lo que ahora mismo es
su hogar”, explica Lagarder.
Limpiar el suelo y lavar las sábanas,
ordenar el ropero, preparar la cena y el desayuno, recoger y fregar los
platos...en cada uno de los espacios que componen Welcome Sense Sostre
(dos salas para pernoctar, una de hombres y otra de mujeres, baños, un
trastero y un comedor) figura una lista de tareas a llevar a cabo y el
nombre de las personas encargadas de hacerlo cada día.
Cerca de las 9, los inquilinos y
algunos voluntarios se sientan a la mesa y comienzan a servirse. La cena
se interrumpe alguna que otra vez cuando llega un sin techo para
solicitar plaza. Desde hace unos días, aquellos que llegan a Welcome
sense sostre se han encontrado con la misma respuesta: no quedan sitios.
El espacio está lleno y la lista de espera es ahora mismo de más de 100
personas. Se les invita a sentarse en la mesa, a compartir la cena,
aunque después deberán marcharse. Si la convivencia entre un grupo tan
numeroso de personas es de por sí frágil, más lo es cuando estas
personas vienen de la calle, donde han aprendido la necesidad de
defenderse, de desconfiar.
Son varias las medidas que el proyecto ha tomado con el fin de mantener este difícil equilibrio: El alcohol y las drogas están prohibidas;
tampoco se ha admitido a personas que sufren algún tipo de adicción o
cuya salud mental está altamente deteriorada- en algunos casos se les ha
dado cobijo temporalmente pero siempre a la espera de derivarlas a
otros centros adecuados para tratar estas problemáticas.
Señala Lagarder
que la intención es crear un grupo cohesionado pero que los fines van
más allá: “Queremos llevar nuestro proyecto al exterior, hacernos
visibles, movilizarnos. Las personas que estamos aquí tenemos la
obligación moral de luchar por los que están fuera”. (...)" (Jorge García, Público, 12/11/18)
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