21.1.19

El mejor aliado del poder frente a los chalecos amarillos es la extrema derecha, cuya acción antisemita y racista echa por tierra las exigencias democráticas y sociales del movimiento. La responsabilidad de las izquierdas es, por tanto, decisiva para evitar ese enfrentamiento mortífero.

Las mujeres 'Marianne' durante su desfile por las calles de París (Benoit Tessier / Reuters)


"Toda complacencia con las tentativas de la extrema derecha antisemita, racista y xenófoba de rentabilizar y desviar el movimiento de los chalecos amarillos preludia el fracaso de sus exigencias democráticas y sociales iniciales.  (...)

La extrema derecha es el enemigo de aquello que es el motor inicial de la furia de las rotondas francesas: un planteamiento radical de igualdad frente a la injusticia fiscal y contra la alienación política.  (...)

Algunos incidentes -en particular la violenta expresión antisemita del sábado 22 de diciembre en Montmartre, perpetuada por un grupo de chalecos amarillos de extrema derecha- contribuyen a que este interrogante, lejos de ser puramente teórico, sea eminentemente práctico para el futuro de un movimiento que se encuentra al mismo tiempo en movimiento y en suspenso. Ya lo dijimos: su historia no está escrita de antemano y su traducción política menos aún.  (...)

El poder ha sido sacudido por el miedo de los posesores frente a la ira incontrolable. De ello da prueba el mantenimiento del orden con una violencia nunca vista desde 1968. El poder apuesta al agotamiento del movimiento y convierte a la extrema derecha en su mejor aliado. 

Mientras que los reportajes muestran una realidad de los chalecos amarillos muy diferente y mucho más compleja y diversa, más cercana de las causas de la emancipación que de la caza al chivo expiatorio (1), todo está orquestado mediática y políticamente para aprovechar el más ínfimo incidente racista con el objetivo de desacreditar al movimiento.(...)

 La cantinela de "las clases laboriosas, clases peligrosas" (3) que unía a los burgueses del siglo XIX, que se emancipaban de los escombros del Antiguo Régimen, aparece de nuevo. 

Desde este punto de vista, los chalecos amarillos son catalogados en la misma categoría que los jóvenes de los barrios populares, si nos acordamos de los epítetos contra esos nuevos “bárbaros", que acompañaron el "estado de excepción" decretado –por primera vez después la guerra de Argelia- en ocasión de las revueltas juveniles de 2005.  (...)

La actitud de las principales organizaciones implicadas oscila entre la pasividad y el seguidismo. 

Pasividad por parte de quienes, en lugar de salir a enfrentarse a la extrema derecha en el terreno, se mantienen a una distancia prudente de un movimiento que no dirigen ni controlan. 

Seguidismo de quienes, en lugar de asumir una pedagogía antifascista clara y firme, relativizan con cierta complacencia ciertos errores que no deberían merecer ninguna excusa.

 En el mismo momento en que muchos militantes sindicales o políticos se unen espontáneamente al levantamiento de los chalecos amarillos –como ha informado el Club participativo de Mediapart- sus organizaciones respectivas, sus dirigentes, quedan sumidos en la confusión.

Si la situación actual persiste, el riesgo de que la extrema derecha sea la principal rentabilizadora de esta crisis es grande.(...)

 Lo que está en juego concretamente y de manera urgente es lo que ocurre, lo que se juega en el terreno, en las rotondas y en los otros lugares que ocupa el movimiento.

Como la convergencia ecológica y social que se consiguió en la manifestación contra el cambio climático, con la consigna “¡Fin del mundo, fin de mes, un mismo combate!”, las izquierdas deberían inventar localmente sus propias rotondas para agrupar sus fuerzas y participar en el movimiento actual respetando su autonomía. 

 Tienen mucho que aprender del movimiento de los chalecos amarillos, movimiento que recuerda a los partidos de izquierda su pérdida de base popular y su aislamiento en su confort institucional, y mucho que aportar acompañando su inventiva democrática y su radicalidad social.  (...)

¿Por qué no imaginar que a las banderas azul blanco y rojo -cuyo símbolo puede ser tanto un regreso bienvenido  de la memoria republicana como un repliegue desgraciado sobre el terreno de la identidad- se unan otros colores tricolores, una unión de chalecos amarillos, verdes y rojos? 

En todo caso, es deseable que así sea pues entre urgencia climática, retroceso democrático e injusticia social, el tiempo corre en contra tanto en Francia como en el resto del mundo.  (...)

Cuando solo la movilización de la sociedad, popular y unitaria, puede conjurar una catástrofe cuyos contornos conocemos de antemano: poderes autoritarios al servicio de grupos e intereses económicos socialmente minoritarios, capaces de arrastrar a sus pueblos a guerras identitarias al tiempo que destruyen de paso toda vida en el planeta.  (...)

Los chalecos amarillos son una oportunidad que se abre a las izquierdas y que estas deben aprovechar.   (...)

El hecho creador, imprevisible e imparable. Sí, acontecimientos cuyo desarrollo, nunca escrito de antemano, depende siempre de la acción o de la parálisis de aquellas y de aquellos que los convocan. Por eso, la responsabilidad de las izquierdas es hoy inmensa."                  (Edwy Plenel  , Sin Permiso, 30/12/2018)

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