Las mujeres 'Marianne' durante su desfile por las calles de París
(Benoit Tessier / Reuters)
"Toda complacencia con las tentativas de la extrema derecha antisemita, racista y xenófoba de rentabilizar y desviar el movimiento de los chalecos amarillos preludia el fracaso de sus exigencias democráticas y sociales iniciales. (...)
La extrema derecha es el enemigo de aquello que es el motor inicial de
la furia de las rotondas francesas: un planteamiento radical de igualdad
frente a la injusticia fiscal y contra la alienación política. (...)
Algunos incidentes -en particular la violenta expresión antisemita del
sábado 22 de diciembre en Montmartre, perpetuada por un grupo de
chalecos amarillos de extrema derecha- contribuyen a que este
interrogante, lejos de ser puramente teórico, sea eminentemente práctico
para el futuro de un movimiento que se encuentra al mismo tiempo en
movimiento y en suspenso. Ya lo dijimos: su historia no está escrita de
antemano y su traducción política menos aún. (...)
El poder ha sido sacudido por el miedo de los posesores frente a la ira
incontrolable. De ello da prueba el mantenimiento del orden con una
violencia nunca vista desde 1968. El poder apuesta al agotamiento del
movimiento y convierte a la extrema derecha en su mejor aliado.
Mientras
que los reportajes muestran una realidad de los chalecos amarillos muy
diferente y mucho más compleja y diversa, más cercana de las causas de
la emancipación que de la caza al chivo expiatorio (1), todo está
orquestado mediática y políticamente para aprovechar el más ínfimo
incidente racista con el objetivo de desacreditar al movimiento.(...)
La cantinela de "las clases laboriosas, clases peligrosas" (3) que unía a
los burgueses del siglo XIX, que se emancipaban de los escombros del
Antiguo Régimen, aparece de nuevo.
Desde este punto de vista, los
chalecos amarillos son catalogados en la misma categoría que los jóvenes
de los barrios populares, si nos acordamos de los epítetos contra esos
nuevos “bárbaros", que acompañaron el "estado de excepción" decretado
–por primera vez después la guerra de Argelia- en ocasión de las
revueltas juveniles de 2005. (...)
La actitud de las principales organizaciones
implicadas oscila entre la pasividad y el seguidismo.
Pasividad por
parte de quienes, en lugar de salir a enfrentarse a la extrema derecha
en el terreno, se mantienen a una distancia prudente de un movimiento
que no dirigen ni controlan.
Seguidismo de quienes, en lugar de asumir
una pedagogía antifascista clara y firme, relativizan con cierta
complacencia ciertos errores que no deberían merecer ninguna excusa.
En
el mismo momento en que muchos militantes sindicales o políticos se unen
espontáneamente al levantamiento de los chalecos amarillos –como ha
informado el Club participativo de Mediapart- sus organizaciones
respectivas, sus dirigentes, quedan sumidos en la confusión.
Si la situación actual persiste, el riesgo de que la extrema derecha sea la principal rentabilizadora de esta crisis es grande.(...)
Lo que está en juego concretamente y de manera urgente
es lo que ocurre, lo que se juega en el terreno, en las rotondas y en
los otros lugares que ocupa el movimiento.
Como la convergencia ecológica y social que se
consiguió en la manifestación contra el cambio climático, con la
consigna “¡Fin del mundo, fin de mes, un mismo combate!”, las izquierdas
deberían inventar localmente sus propias rotondas para agrupar sus
fuerzas y participar en el movimiento actual respetando su autonomía.
Tienen mucho que aprender del movimiento de los chalecos amarillos,
movimiento que recuerda a los partidos de izquierda su pérdida de base
popular y su aislamiento en su confort institucional, y mucho que
aportar acompañando su inventiva democrática y su radicalidad social. (...)
¿Por qué no imaginar que a las banderas azul blanco y
rojo -cuyo símbolo puede ser tanto un regreso bienvenido de la memoria
republicana como un repliegue desgraciado sobre el terreno de la
identidad- se unan otros colores tricolores, una unión de chalecos
amarillos, verdes y rojos?
En todo caso, es deseable que así sea pues entre
urgencia climática, retroceso democrático e injusticia social, el tiempo
corre en contra tanto en Francia como en el resto del mundo. (...)
Cuando solo la movilización de la sociedad, popular y unitaria, puede
conjurar una catástrofe cuyos contornos conocemos de antemano: poderes
autoritarios al servicio de grupos e intereses económicos socialmente
minoritarios, capaces de arrastrar a sus pueblos a guerras identitarias
al tiempo que destruyen de paso toda vida en el planeta. (...)
Los chalecos amarillos son una oportunidad que se abre a las izquierdas y que estas deben aprovechar. (...)
El hecho creador, imprevisible e imparable. Sí, acontecimientos cuyo
desarrollo, nunca escrito de antemano, depende siempre de la acción o de
la parálisis de aquellas y de aquellos que los convocan. Por eso, la
responsabilidad de las izquierdas es hoy inmensa." (Edwy Plenel
, Sin Permiso, 30/12/2018)
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