15.6.21

Carlo Formenti: España e Italia. La ofensiva de las oligarquías... contra el "momento populista" (entendido como el “momento Polanyi”, como una revuelta de la sociedad contra los efectos de su colonización por el mercado)

 "(...) En el primer período examinado por Monereo, las situaciones de los dos países presentan un claro paralelismo, aunque asociado a una especie de desfase temporal

Si en España el «momento populista”[4] encontró en Podemos una expresión política de la izquierda, pero fallando en «el asalto a los cielos», en Italia hubo dos expresiones, una de la derecha, La Lega[5], y la otra moderadamente progresista, el Movimento 5 Stelle (M5S)[6], que, tras las elecciones de 2018, se aliaron inesperadamente dando vida al primer gobierno de Conte[7]

Al mismo tiempo, también en Italia, aunque con dificultad y contradictoriamente, nació una heterogénea área de «soberanista de izquierdas»,  que, aunque no apoyaba al gobierno, apreciaba alguna de sus tímidas aperturas a las necesidades de las clases subalternas, pero sobre todo trataba de aprovechar su proclamada –aunque nunca se tradujo en acción política– desconfianza hacia la Unión Europea liderada por Alemania, para alimentar la conciencia popular sobre su papel como baluarte de los intereses del capitalismo financiero global, diseñado para destruir los resultados de décadas de luchas proletarias y neutralizar los principios constitucionales que los hicieron posibles.

En este periodo Monereo mira con simpatía, primero la puesta en marcha del Manifiesto por la Soberanía Constitucional[8] y luego, tras el fracaso del proceso de formación de una nueva fuerza política que debía inspirar, a las otras iniciativas de ese ámbito político cultural, entre ellas la puesta en marcha de la asociación Nueva Dirección y las tesis[9] que acompañaron su nacimiento. 

Ante las reacciones negativas que estos acontecimientos suscitan tanto en Italia como en España, con las acusaciones de «rojipardismo» dirigidas a los protagonistas, Monereo responde en algunos artículos denunciando «la dictadura de la corrección política», en la que no se limita a criticar el dogmatismo ideológico de una izquierda sorda a los intereses concretos de las masas populares, golpeados por las políticas económicas impuestas por la UE, sino que señala con el dedo la propuesta de construir un «frente antifascista europeo» que circula en los círculos de la vieja y nueva izquierda: luchar contra el populismo de derechas sin remediar las circunstancias que lo generaron, escribe, significa romper las ya débiles relaciones con las clases trabajadoras.

 Defender a la UE contra la «barbarie populista» significa aceptar plenamente la regresión del constitucionalismo social, desde las democracias avanzadas resultantes de décadas de conflictos de clases, hasta una democracia liberal que es funcional para el mercado. 

Este proyecto se alimenta de un miedo que, tanto el PSOE de Pedro Sánchez en España, como el Partito Democratico (PD)[10] en Italia, logran alimentar y explotar, contando con el apoyo de la presión de Bruselas y de una formidable campaña mediática, hasta que determinan, en Italia, la caída del primer gobierno de Conte y el nacimiento del segundo basado en la alianza entre el PD y el M5S  y,  en España, la formación del gobierno de Sánchez en coalición con Podemos que acepta un papel subordinado, que Sánchez ve facilitada por la presencia de una derecha radical abiertamente neofranquista.

Monereo entiende que Podemos está a punto de caer en la trampa, explica por qué existe tal riesgo y trata en vano de plantear argumentos para intentar evitarlo. El verdadero problema, escribe, es que el impulso del cambio del 15M se ha agotado y con él, la posibilidad de llegar, como se imaginaba en la fase ascendente de los movimientos, a un nuevo proceso constituyente capaz de reintegrar los derechos sociales destruidos por la revolución liberal y, al mismo tiempo, ofrecer una solución a la cuestión catalana. 

El punto es entender “cómo ser revolucionario en condiciones histórico-sociales no revolucionarias”. La respuesta es de Gramsci: “pasar de la guerra del movimiento a la guerra de posiciones” ¿Qué significa eso? Construyendo identidad, raíces sociales, alianzas, formando cuadros, trabajando en la definición de un proyecto alternativo de país. 

En una palabra: tiempo, esfuerzo y sacrificio. No será el camino elegido por Podemos y Monereo se pregunta con amargura si no fue precisamente para evitar tomarlo la razón por la que se decidió perseguir la opción de ir al gobierno con el PSOE. (...)

Podemos debería comprometerse a cambiar las relaciones entre España y la UE. Sin embargo, en las campañas electorales se guarda silencio sobre la UE o sólo se habla para tranquilizar a los votantes sobre su, aunque crítico, europeísmo. 

Por otra parte, Podemos no es capaz de asumir tareas tan exigentes porque, habiendo perdido la base social y las raíces en el territorio, ha dejado de ser un actor principal, un protagonista capaz de organizar a su alrededor el cambio político de España y, además, está viviendo una crisis organizativa, dado que la vida interna del partido se ha reducido “a la aprobación online de programas y listas electorales”, lo que confirma su homología «estructural» con el M5S, pero de esto trataremos más tarde. 

Además, se enfrenta a un PSOE que sólo puede lograr la hegemonía en el sistema político reduciendo el peso electoral y social de Podemos. Entonces Iglesias, ¿qué se inventa? Realiza una campaña electoral para gobernar con un socio que se resiste y que lo hace todo –hasta el punto de hacer un guiño a la derecha de Ciudadanos– para que se achicharre. Así describe Monereo, irónicamente, esta actitud: “como no confiamos en el PSOE, gobernamos con él”. En este punto, hay que hacer un par puntualizaciones.

 La primera se refiere a la admiración de Monereo por la “brillantez”, juicio que repite varias veces, de la campaña electoral de Iglesias, que logra convencer a los aliados y parte de su electorado de que la propuesta de ir al Gobierno con Sánchez es “una reivindicación democrática y anti oligárquica”.  (...)

Personalmente sigo pensando –como escribí en la revisión de la obra de Campolongo y Caruso–, que el talento comunicativo de Iglesias ha afectado negativamente, más que positivamente, a la evolución de su partido. En cualquier caso, para lograr el objetivo de ir al gobierno, el programa se reduce a modestas garantías sobre políticas laborales, renunciando a cualquier veleidad sobre reivindicaciones frente la UE, la posición internacional de España o la cuestión nacional –independencia catalana—, que se delega a la gestión del PSOE. (...)

Si se asume una visión ideológica-cultural, está claro que pueden parecer cuestionables, pero yo los interpreto en el plano estructural. Los procesos de “normalización” de Podemos y del M5S –a los que se podrían asociar los de Syriza,  France Insoumise, las izquierdas Dems americanas y los laboristas británicos, en una palabra de los populismos de izquierda occidental—, pusieron en crisis la hipótesis que yo mismo, entre otros, había planteado sobre una posible declinación revolucionaria del populismo. Imprimiendo un giro gramsciano en las teorías de Laclau –de la cadena equivalente al bloque histórico, desde la hegemonía entendida como manipulación lingüística retórica del sentido común, hasta su declinación en términos del equilibrio de poder entre intereses de clase–, me pareció que el “momento populista” (entendido como el “momento Polanyi”, es decir, como una revuelta de la sociedad contra los efectos de su colonización por el mercado) podría ser «cabalgado» por fuerzas sociales comunistas capaces de transformar progresivamente la ira popular hacia objetivos más avanzados.

Lo que hizo que esa hipótesis fuera débil fue la falta de un análisis en profundidad de las transformaciones de composición de clase inducidas por medio siglo de contrarrevolución liberal. Junto con Alessandro Visalli esbocé un primer intento en ese sentido en la sección de la tesis de Nueva Dirección dedicada a este tema.

Nuestra propuesta entrecruzaba diferentes parámetros para definir los contornos del proletariado contemporáneo, basado, más que en los niveles salariales, en una serie de oposiciones: capacidad o no para negociar el precio de la fuerza de trabajo (independientemente del tipo de marco legal de la misma); disponibilidad o no disponibilidad de fuentes de ingresos distintas del trabajo (bienes raíces, valores de diversos tipos, seguros, etc.); niveles de educación (“capital cultural”, para utilizar un neologismo en boga); ubicación geográfica (centros metropolitanos gentrificados frente a periferias y ciudades de provincia); niveles de empleo precario, etc. 

Además de directivos, profesionales, rentistas y pequeños y medianos empresarios, de la lista también quedaban excluidos los mandos medios con funciones de control de la fuerza de trabajo, así como a los estratos de trabajadores intelectuales (nuevas profesiones, trabajadores del conocimiento, «creativos», etc.) que, aunque con salarios relativamente bajos y/o penalizados por capacidades sobredimensionadas en relación con el empleo real y las oportunidades  de carrera, conservan expectativas e identidades de estatus típicas de las clases medias altas.

El problema es que es precisamente esta última capa, es la que ejerce la hegemonía en las formaciones populistas de izquierda

 Esto ha significado que estos movimientos , aunque con fuertes diferencias en los diversos países, han asumido esas características que en el post dedicado al libro de Campolongo y Caruso, he definido como neo-jacobinas a nivel ideológico –referencia a los «ciudadanos», a los «pueblos», y no a las clases subordinadas, la corrección política, la reivindicación de un retorno a una democracia imaginaria «original»–, y  neo-burguesas en el plano  estructural o resistencia a los procesos de suplantación por parte de las nuevas oligarquías. 

Se trata de la «trama» de la que habla Monereo, en la que se refiere a que no pueden ser clasificadas como burguesía en el sentido clásico. Las consecuencias de esta composición de clase son obvias: comunicacionismo, electoralismo, gobiernismo, líderismo mediático, debilidad organizativa y escasas raíces en el territorio. 

Como demuestran ampliamente los análisis de la composición social tanto del electorado como de la base de estas formaciones, su atractivo para las clases subalternas es pobre o, en el mejor de los casos, episódico (véase el auge electoral del M5S, que rápidamente se desinfló como resultado de los repetidos giros moderados). Esto ha traído como consecuencia que una proporción significativa del consenso de los estratos sociales medio-bajos, menos escolarizados, residentes en los suburbios o en las provincias, se haya ido al populismo de derechas, como certifican los análisis de la composición social de los flujos electorales.

¿Tenía que ser necesariamente así? Para aquellos que no creen en el determinismo histórico rígido, la respuesta sólo puede ser negativa. Lo cierto es que la condición por la que podría haber ido de manera diferente coincide con la existencia de fuerzas políticas capaces de unificar, en primer lugar, los fragmentos de un proletariado desarticulado y privado de identidad cultural por décadas de guerra de clases desde arriba[14]. Sólo a partir de la reconstitución de ese núcleo habría sido posible construir un bloque social capaz de oponerse al proyecto oligárquico. 

 Pero hoy esas fuerzas no existen o si existen son demasiado débiles en cualquier país occidental. Entonces, ¿qué podemos hacer, o, en palabras de Monereo, ¿cómo podemos ser revolucionarios en un tiempo histórico que no es revolucionario?

La respuesta propuesta por Nuova Direzione fue tratar de sumar fuerzas que durante años han estado criticando la aquiescencia de las izquierdas nacionales e internacionales a las consecuencias de los procesos de globalización y financiarización y hacia las normas de gobernanza supranacional impuestas por la UE.

 Partiendo de la atención suscitada por la puesta en marcha del Manifiesto por la Soberanía Constitucional, queríamos reconstruir un punto de vista socialista sobre la salida de la Gran Crisis que comenzó en 2008, inspirado en los intereses de las clases subordinadas y de las periferias.

La ambición hegemónica de este proyecto, dada la escasa consistencia numérica de la Asociación, puede parecer una locura. Pero se justificó por la creencia de que la ola populista, incluso si mostraba los primeros signos de agotamiento, podría abrir una ventana de oportunidad para la explosión ascendente de fuerzas y energías antisistema. La idea no era crecer absorbiendo otras subjetividades político-culturales, sino actuar como catalizador “para ser peces en el mar, en vez de pensar en convertirnos en el mar nosotros mismos”, como escribió Visalli. (...)

 Un último punto: sea cual sea el camino que elijamos para afrontar el cruce del desierto que nos espera, tendremos que armarnos unos a otros con coraje, porque los escenarios bélicos que se están preparando no dejarán mucho espacio para formas de resistencia que puedan calificarse de “connivencia con el enemigo”.                                          (Carlo Formenti, El viejo Topo, 24/05/21)

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