22.4.24

«Mientras no se garantice la renta de los agricultores vía precios hay un problema grave»... La cesta de la compra cada vez cuesta más y los agricultores cada vez ganan menos. Las cuentas no salen. El dinero se queda en el camino. Ahí está el problema. La agroindustria, la agricultura y ganadería intensiva, las macrogranjas, la mecanización a gran escala, los tratados de libre comercio y los acuerdos geopolíticos están acabando con el medio de vida de las y los agricultores. Los fondos buitres y las grandes fortunas especulan con los alimentos, van comprando las mejores tierras, las explotan, ponen regadío en tierras de secano y cuando agotan los acuíferos se van a esquilmar otros terrenos en los que tampoco viven. Es el neoliberalismo en estado puro... Es una lucha de clase: de un lado los agricultores, de otro las grandes corporaciones, los fondos de inversión y las grandes fortunas... Están enfrentando a los agricultores que se dedican a producir alimentos contra quienes se dedican a especular con ellos a escala mundial. Esta es la cuestión de fondo (Andoni García, COAG)

"La ciudad se divorció del campo hace mucho tiempo, los agricultores y agricultoras desaparecieron del imaginario urbano y sólo se acuerdan de ellos cuando organizados y movilizados cortan las carreteras y paralizan las calles de las grandes urbes para hacerse oír. Empezaron a hacerlo en Alemania el 15 de enero con una gran manifestación. Les siguió Francia y Bélgica. La oleada de protestas se ha ido extendiendo por toda Europa. En España comenzó el 6 de febrero. Y todos se unieron en Bruselas. Las reivindicaciones se adaptan a la coyuntura de cada país, pero el problema es común y la demanda se repite en todos los idiomas: proteger la agricultura europea, la de los pequeños y medianos agricultores. Hoy, por ejemplo, en Alemania dos tercios de la tierra están en manos de grandes explotaciones. Una tendencia de los últimos años que se replica globalmente. La uberización ha llegado al campo.

El pan, la leche y los garbanzos ya no vienen de la tierra sino de los lineales del supermercado, envasados y etiquetados. Muchos llegan de otros continentes. La cesta de la compra cada vez cuesta más y los agricultores cada vez ganan menos. Las cuentas no salen. El dinero se queda en el camino. Ahí está el problema.

La agroindustria, la agricultura y ganadería intensiva, las macrogranjas, la mecanización a gran escala, los tratados de libre comercio y los acuerdos geopolíticos están acabando con el medio de vida de las y los agricultores. Los fondos buitres y las grandes fortunas especulan con los alimentos, van comprando las mejores tierras, las explotan, ponen regadío en tierras de secano y cuando agotan los acuíferos se van a esquilmar otros terrenos en los que tampoco viven. Es el neoliberalismo en estado puro: sacar el máximo beneficio en el mínimo tiempo y a costa de quien sea. Se avanza peligrosamente hacia una agricultura sin agricultores.

En ese contexto, a los agricultores les piden que produzcan más y más barato para poder competir con los precios de los alimentos que llegan de países donde no se respetan los derechos laborales y se utilizan pesticidas prohibidos en el país de destino. Esos productos se venden más baratos y hunden los precios. Es así como se sustituye la producción local por otra que juega a la competencia desleal. En estas circunstancias muchas veces los pequeños y medianos agricultores y agricultoras acaban vendiendo por debajo de coste. Los tratados de libre comercio engordan con la globalización y socavan la renta de los agricultores. Pero hay que tener cuidado de dónde poner el foco: el enfrentamiento no es entre agricultores de uno y otro continente. Es una lucha de clase: de un lado los agricultores, de otro las grandes corporaciones, los fondos de inversión y las grandes fortunas. Muchos problemas a los que además se añaden todas las consecuencias provocadas por el cambio climático que se traducen en la pérdida de cosechas provocadas por la sequía, las plagas y los incendios cada vez más agresivo. El resultado es que no hay relevo generacional. En 10 años el 60 % de los agricultores y agricultoras se habrá jubilado. La España vaciada es esto. Por eso, las y los agricultores demanda regulación y ayudas para seguir existiendo. Hay que cambiar el modelo. Eso son decisiones políticas que competen a los gobiernos y administraciones, pero los consumidores también contribuyen cuando se informan y se responsabilizan de lo que compran

Hay una agricultura a dos niveles: las grandes explotaciones, que producen excelentes beneficios económicos y que cuentan con un gran capital y las pequeñas explotaciones familiares que sufren miedos existenciales y ansiedad económica. Y esos dos modelos de la agricultura se reflejan en dos perfiles diferentes de convocantes: el de las pequeñas explotaciones que luchan por sobrevivir y el de las grandes empresas, desde una posición más confortable. Unas movilizaciones las convocan las organizaciones agrarias y buscan la negociación; otras responden a otros intereses y trabajan el enfrentamiento frontal y transversal.

Andoni García responsable de organización de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), y miembro del Comité Coordinador de La Vía Campesina Europa, nos acerca a los problemas del campo y nos explica las reivindicaciones que traen al Ministerio de Agricultura. La agricultura necesita un cambio estructural, un cambio de modelo que deje da favorecer a la agroindustria para apoyar a las pequeñas y medianas explotaciones.

ANDONI GARCÍA: ¿Cómo valoráis estos casi dos meses de movilizaciones?

GEMA DELGADO: La valoración que hemos realizado en unidad de acción las tres organizaciones agrarias, en este caso COAG, ASAJA y UPA, es positiva porque ha habido una respuesta muy importante por parte de los agricultores y de las bases. Se han hecho movilizaciones bastante importantes en muchos territorios y la de Madrid del 26 de febrero fue una movilización muy fuerte en número de agricultores; también sirvió para distinguir entre las movilizaciones de personas y las de los tractores.

A.G.: ¿En qué se diferencian unas y otras movilizaciones?

G.D.: Las movilizaciones de las tres organizaciones agrarias han tenido unas reivindicaciones muy claras que reflejaban lo que respondían los agricultores de a pie o que conducían los tractores, al mismo tiempo que se abrieron las negociaciones con el Ministerio desde el principio. Por otra parte ha habido otras movilizaciones con otros intereses y una radicalización que rechazamos profundamente, como los intentos de entrar en el Parlamento de Navarra y en el de Aragón y los insultos que se hacían. Eso no tiene nada que ver con las movilizaciones unitarias que han hecho los tres organizaciones agrarias. Nosotros hemos ido respetando y buscando a la ciudadanía como un elemento clave.

En toda la trayectoria, desde el primer momento, además de tener una parte reivindicativa muy importante, se ha estado tratando con el Ministerio de Agricultura de forma constante; no sólo con el ministro, también en mesas de trabajo, y ha habido posibilidades de profundizar en los temas. Otra cuestión es dónde están los límites que plantea el gobierno en torno a algunas reivindicaciones como son los Tratados de Libre Comercio y en concreto Mercosur. Ahí directamente el gobierno no entra; el Ministerio de Agricultura y el gobierno mantienen una posición favorable a los acuerdos de Libre Comercio. En este punto, que es un elemento importante para nosotros, no hay cambio de opinión. Desde hace muchos años estamos viviendo una política agraria adaptada totalmente a la globalización: los tratados de libre comercio, la desregulación de los mercados, las importaciones de choque, la sustitución de las mujeres y hombres que producen alimentos para priorizar el negocio. Estás enfrentando algo absolutamente imposible: alguien que produce alimentos sobre alguien que está especulando con ellos a escala mundial. Esta es la cuestión de fondo.

COAG como parte de Vía Campesina tienen el mismo análisis: los agricultores en Europa, y también a nivel mundial, sufren el mismo problema, que es cómo la globalización impulsa a reducir los precios en todas las partes del mundo generando una competencia donde las reglas las fijan las grandes empresas del agro negocio y no se puede competir y donde continuamente se sustituyen los pequeños y medianos agricultores por otro tipo de modelo de agricultura.

A.G.: ¿Os estáis coordinando a nivel europeo?

G.D.: Sí, desde el principio. Cuando comenzaron las movilizaciones en Alemania y, posteriormente, en Francia, en Bélgica y aquí, hubo una coordinación a través de La Coordinadora Europea Vía Campesina Europa (ECVC) apoyando las movilizaciones y siendo parte convocante en Bruselas frente a las instituciones. No todo lo que se movía era igual. En Alemania, en Francia, en Bélgica y aquí no se ha movilizado la misma gente.

En esas reivindicaciones, y desde el primer momento, ECVC planteó el rechazo a los acuerdos de libre comercio, el impacto interno que provocan y cómo hunden los precios. También se reclama la modificación de la directiva marco sobre prácticas desleales y que aquí se ha desarrollado en la Ley de la Cadena que contiene un elemento muy importante y que es que los precios cubran los costes de producción y la prohibición de la venta a pérdidas. E igualmente se plantea la renovación generacional y la flexibilización de la PAC.

Son los 4 ó 5 elementos muy importantes que se trabajan a nivel europeo y que están incluidos en las reivindicaciones y las movilizaciones de COAG, ASAJA Y UPA.

A.G.: ¿Qué pasa con la Política Agraria Común (PAC)?

G.D.: Este ha sido el primer año de aplicación de la nueva PAC y se ha visto no sólo la complejidad sino también lo absurdo en algunos casos de la adaptación en el territorio de la normativa que llega desde Bruselas. Ya no es que se esté en contra del medioambiente, que es falso, sino que directamente hay normativas que no puedes cumplir porque no están adaptados al territorio. Hay muchos elementos técnicos que acaban siendo políticos y que al adaptarlos al territorio son una auténtica locura.

A.G.: ¿Puedes darnos algún ejemplo?

G.D.: Cuando te exigen dejar 5 metros libres de tu parcela en los cauces de los ríos, por ejemplo. El primer problema es que esos cauces no están definidos. Y luego, si eres un pequeño agricultor pierdes mucho espacio de tu terreno. No está adaptado si se trata de un cauce grande o de un cauce pequeño; si afecta a una parcela grande o a una parcela pequeña. Y esto perjudica también a la producción ecológica que debiera estar exenta de las exigencias y que generalmente se realiza en pequeñas parcelas.

Cuando se trazan las directivas desde Bruselas se ve el territorio desde arriba y no se dan cuenta que cuando hay que bajar a cada finca y a cada agricultor o agricultora no hay forma de entenderlo. Puede cumplirlo quien tiene capacidad financiera para hacerlo: grandes empresas, grandes extensiones, etc. Son técnicas agronómicas, pero hay una política por detrás que es no querer definir qué modelo de agricultura apoyar, y no hacerlo significa apostar por modelos de agricultura a gran escala. Y esa es la apuesta de fondo de la Unión Europea que luego se sigue tanto en el territorio español como en las comunidades autónomas.

A.G.: Habláis de la uberización del campo. ¿Qué significa?

G.D.: La industrialización de la agricultura. No es nuevo, ya lleva años. Llevado al comercio se podría entender lo que sucede con un pequeño comercio que se sustituye por cadenas y se franquician cuando llegan las transnacionales. Por una parte, con la industrialización de la agricultura se pierden los agricultores a favor de la gran escala. Ahora se ve de forma muy transparente cómo están entrando fondos de inversión y grandes fortunas acaparando tierra, producción y agua. Están comprando los mejores terrenos. Pero si hablamos de futuro, que es una de los puntos de las reivindicaciones de ECVC y de las tres organizaciones agrarias, tenemos que hablar de la protección de la tierra para facilitar la incorporación de los jóvenes al campo; hay que hacer políticas para el traspaso de la tierra a los jóvenes y favorecer el relevo generacional.

A.G.: Si en los próximos 10 años se va a jubilar el 60 % de los agricultores, ¿qué va a pasar con el campo?

G.D.: Ese es un gran problema. La agricultura es uno de los principales motores de la vida en el campo, pero si no hay una política estratégica de incorporar nuevas personas a la agricultura, qué va a pasar con esos pueblos. Y a su futuro va unido el del pequeño comercio y el autónomo en las zonas rurales. Hablamos de abandono, de reto demográfico pero no se toman medidas para abordarlo.

A.G.: ¿Qué medidas harían falta?

G.D.: Por una parte se necesitaría parar los acuerdos de libre comercio y, por lo tanto, cuestionar esa política de abrir y abrir acuerdos de libre comercio. Y, por otra parte, ver qué pasa con la OMC (Organización Mundial del Comercio). Si tu apuestas por que la alimentación en Europa esté basada en el comercio mundial, estamos hablando de otro modelo de alimentación y de otro modelo de agricultura. O se reconsidera eso o la seguridad y la soberanía alimentaria queda en entredicho. Lo vimos con el COVID y lo vemos con las guerras. La UE está reconociendo que hay problemas y que hay que abordarlos. En la política agraria y en la política alimentaria se han dado muchas mesas de trabajo y hay muchas reflexiones sobre la necesidad que hay de preservar la alimentación en Europa por parte de los y las agricultoras . Pero luego las políticas, al concretarlas, no llevan a ese nivel o hacen lo contrario.

A.G.: También demandan la regulación de los mercados, ¿Cómo afectaría?

G.D.: No se trata de cuestionar el comercio internacional pero hablamos de complementariedad; ese comercio tiene que estar basado en reglas de la soberanía alimentaria. Se necesita una política agraria con instrumentos de regulación de los mercados para que los precios cubran los costes y que las ayudas sean complementarias para hechos específicos. Mientras no se garantice la renta de los agricultores vía precios hay un problema grave.

La renta agraria a nivel europeo es un 50 % de la renta media de la población. En los últimos diez años en Europa se han perdido 5 millones de pequeñas y medianas explotaciones. Hay que abordar todo esto.

Por otra parte también se plantean la directiva sobre la tierra, la directiva marco sobre prácticas desleales para que también se actúe sobre los precios. Reivindicamos que la ley de la cadena sea mucho más efectiva y hay que reforzar instrumentos para que así sea: más inspecciones, pero además también estudios de la cadena de valor que deben hacerse por parte del Ministerio y las comunidades autónomas para que sirvan de referente. Ya sabemos que no se puede hacer una fijación de precios pero sí tener elementos más referenciales. Por otra parte hay que hacer un control sobre esas importaciones que están entrando, su precio y su cantidad; y un observatorio para que se vean los impactos internos y se adopten las medidas oportunas, cosa que no se está haciendo.

A.G.: Uno de los lema de las movilizaciones ha sido: “El campo exige apoyo, respeto y reconocimiento”. ¿Creéis que desde las ciudades y las administraciones hay un desconocimiento del mundo rural y agrícola?

G.D.: Sí. Inmenso. De hecho, desde COAG hemos planteado, y ha sido apoyado además por el Ministerio de Asuntos Sociales, que en educación, desde las primeras edades, haya una asignatura sobre la alimentación porque vemos un desconocimiento enorme sobre la producción de los alimentos y el trabajo que se hace en el campo. Y pasa también con las normativas, que tienen poco que ver con la realidad.

Hace falta mucha más información, un fortalecimiento de esas relaciones entre lo rural y lo urbano; y hace falta que lo urbano integre a lo rural como propio de una cultura más amplia no como algo ajeno al cual hay que enseñar. Y no es así. En la ciudad quieren decirle al campo lo que tiene que hacer desde una perspectiva urbana. En muchos casos se puede hacer con buena intención, pero la voz de los agricultores será la voz de los agricultores, y esa no se sustituye. O se abraza, se entiende y se asimila como parte propia de una sociedad o de lo contrario la puedes rechazar. Y eso es peligroso, más ahora cuando la extrema derecha está intentando aprovechar el descontento de las y los agricultores y dar una visión de que todo el sector agrario es suyo. Y esto hace mucho daño, además de no ser real.

A.G.: ¿Cuál es la relación entre el movimiento ecologista y los agricultores?

G.D.: Hay que hablar de varios elementos. Por una parte el mayor interesado en que la tierra produzca en buenas condiciones es el agricultor. Igual que con los animales. Eso está claro. Por otra parte está la presión que se recibe del comercio cuando a ti te exigen producir más barato, y a ver cómo compites en una situación desigual.

El mundo ecologista ha sentido que se ha empoderado en la política. Pero el mundo ecologista es diverso. Hay una política medioambiental que se ha olvidado de lo social porque es una política medioambiental en un sistema neoliberal. Parece que hay un ecologismo que entiende que la mejor manera de cuidar la naturaleza es sin agricultores. Pero al final son las grandes empresas las que van a gestionar ese territorio sin personas. No se si el turismo es más medioambiental frente a agricultores y ganaderos cuidando la tierra.

Pero hay otro ecologismo que entiende muy bien que la naturaleza, la agricultura y la ganadería forman parte del cuidado del medioambiente. Para nosotros no hay un medioambiente que no integre lo social y ese es el ecologismo que nos está apoyando.

A.G.: Potenciar la soberanía alimentaría, el comercio directo, los circuitos cortos es una demanda generalizada, pero ¿es suficiente?

G.D.: La clave de todo está por supuesto en la relación con el conjunto de la ciudadanía y de los consumidores. Cuanto más directa sea mucho mejor. Hablamos de venta directa, de circuitos cortos, de compra pública de alimentos, pero la realidad es que no hay venta pública ni se ha potenciado la venta directa ni los circuitos cortos. Y luego, si estás en Castilla y produces cereales, a ver qué haces con ellos.

Y si también hablamos del derecho a una alimentación sana para toda la población, hay que ver cómo se realiza. Esa producción no va a responder únicamente a la venta directa. Y para eso hacen falta más agricultores. La clave no está en «menos personas haciendo más, sino en más personas produciendo alimentos”.

A.G.: ¿Hace falta intervenir?

G.D.: Absolutamente. Sin regulación de los mercados no se va a poder hacer. Si regularizas el mercado ya estás ayudando. Otra forma es a través de apoyos públicos y económicos para incorporar nuevas personas a la agricultura, y para ayudar a zonas con mayores dificultades. Para abordar el abandono igual hay que hablar de un apoyo especial para garantizar que haya vida en el medio rural; de la misma forma en que se apoya al pequeño comercio o a otros sectores.

A.G.: ¿Qué hacemos con el agua?

G.D.: Hay que saber que el agua significa riqueza a la hora de producir alimentos y que siempre ha habido regadío. Otra cosa es que se estén realizando grandes inversiones para poner regadío en terrenos de secano. Una cosa es la agroindustria y otra el agricultor. Por eso no se puede estigmatizar ni condenar al agricultor que siempre ha tenido agua. Es un debate difícil y profundo

A.G.: ¿Qué podemos hacer como ciudadanos y consumidores?

G.D.: Mucho. Es absolutamente vital. A la hora de comprar hay que identificar muy bien lo que se compra y ser exigentes con ese productos. Y ser muy conscientes de que es lo que está en juego en la alimentación, que es también el poder sobre la tierra y sobre los recursos naturales.

A.G.: La ultraderecha, aquí y en otros países, quiere capitalizar el descontento de los agricultores. ¿Es el campo es un feudo de Vox?

G.D.: No. Mayoritariamente el campo no está ahí. Otra cosa es que la extrema derecha quiera dar esa visión, y que sea muy fácil comprarlo. No ayuda nada alguna de la imágenes que se han dado, pero a lo mejor es eso lo que buscaban. En cualquier caso el campo probablemente está reflejando una sociedad que también está evolucionando y que es muy compleja."                    (Gema Delgado, Mundo Obrero, 21/04/24)

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