26.8.24

El Mediterráneo al rojo... Nuestra ‘civilización’ ha forzado un aumento de la radiación retenida por el planeta y es el mar Mediterráneo uno de los lugares que más rápido está reaccionando... Cuanto más caliente está la atmósfera, más vapor de agua puede retener... Cuanto más sube la temperatura, más CO2 se disuelve en el agua y más se acidifican los océanos, provocando la destrucción de los corales... Cuanto más sube la temperatura del agua, menos oxígeno retiene la misma, y entre el estrés térmico y la anoxia se producen episodios de mortandad masiva de peces... cuanto más sube la temperatura no solo de la superficie, sino de toda la capa más superficial del océano (la capa de mezcla), más energía hay disponible para intensificar las tempestades que aciertan a pasar por los “puntos calientes” del mar. Y así estas se vuelven más destructivas, con datos de vientos y de precipitación como nunca antes se han registrado, y encima siendo muy difícil predecir dónde golpearán y con cuánta intensidad... Con esas tempestades vendrán tornados, granizo del tamaño de puños, inundaciones, marejadas tormentosas... No queda ya tiempo para dudar, pero aún hay tiempo para ponerle freno. Hay que reducir drástica y rápidamente las emisiones de CO2, abandonando los combustibles fósiles. Antes de que el Mediterráneo vire del rojo intenso al blanco nuclear (Antonio Turiel)

 "Si han seguido la actualidad, sabrán que el mar Mediterráneo está al rojo. Ese es el color que domina en los mapas.

El mar Mediterráneo está ardiendo. La temperatura de su superficie supera los 30º C en algunas zonas, y la media en toda la cuenca rebasó los máximos desde que se realizan mediciones. Y lo que es peor, en toda su superficie se están batiendo récords de manera sostenida en el tiempo. Y debajo de la superficie, olas de calor marinas, que están arrasando los ecosistemas para nuestra desesperanza, puesto que dependemos de ellos.

Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa… 

Los titulares de estos días nos relatan con precisión los datos recientes, alarmantes, sin duda, pero si hacemos un análisis con más detalle veremos que la situación es, incluso, mucho más preocupante de lo que se está contando.

Cuanto más caliente está la atmósfera, más vapor de agua puede retener: aproximadamente un 7% más por cada grado centígrado que sube la temperatura del aire. Esto implica más agua precipitable y aire más bochornoso, menos vivible, en las zonas costeras.

Cuanto más sube la temperatura, más CO2 se disuelve en el agua y más se acidifican los océanos, provocando la destrucción de los corales (el temido blanqueamiento), donde habita la mayor biodiversidad de todo el planeta. En la actualidad, prácticamente todo el Mediterráneo está en los niveles máximos de alerta por el blanqueamiento de corales, según la Administración Nacional para el Océano y la Atmósfera estadounidense (sí, esta misma NOAA que Trump ha anunciado que va a cerrar).

Cuanto más sube la temperatura del agua, menos oxígeno retiene la misma, y entre el estrés térmico y la anoxia se producen episodios de mortandad masiva de peces, estrellas de mar, moluscos…

Por último, cuanto más sube la temperatura no solo de la superficie, sino de toda la capa más superficial del océano (la capa de mezcla), más energía hay disponible para intensificar las tempestades que aciertan a pasar por los “puntos calientes” del mar. Y así estas se vuelven más destructivas, con datos de vientos y de precipitación como nunca antes se han registrado, y encima siendo muy difícil predecir dónde golpearán y con cuánta intensidad, dado el enorme carácter caótico de un sistema atmósfera-océano con tanta energía disponible.

A fuerza de desventuras, tu alma es profunda y oscura

Hace unos 12.000 años, cuando empezábamos a abandonar el clima frío del último ciclo glacial, las primeras culturas megalíticas –conocidas– se empezaron a extender por lo que hoy es Turquía. Muchos yacimientos se han encontrado recientemente entre las fronteras de Turquía y Siria que han alterado profundamente la visión de la Historia tal y como se aceptaba hasta hace muy poco. Destaca entre ellos por encima del resto el encontrado en Gobekli Tepe, la Colina Panzuda, cerca de la localidad turca de Sanliurfa. A este lugar se le conoce ya como El primer templo de la Historia.

Pues bien, quizá os preguntéis ¿qué tiene que ver esto con lo que está pasando hoy en el Mediterráneo? Y la respuesta es: todo.

Fue precisamente el contexto de un mar prácticamente cerrado el que propició que el Mediterráneo fuese una de las zonas que experimentase antes los efectos del calentamiento natural que produjo el último fin de ciclo glacial, sobre todo en la cuenca levantina, el Mediterráneo Oriental, que siempre ha sido más cálido que el Mediterráneo Occidental. Eso posibilitó que esos primeros pueblos organizados tuvieran éxito en sus experimentos en las fértiles tierras de la ribera oriental hasta extender el uso de la agricultura y la ganadería antes que en ningún otro sitio. El Creciente Fértil. Allí comenzaron las primeras grandes civilizaciones: Babilonia, Mesopotamia, Persia… Pero, como decía Honoré de Balzac, “los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las suceden”. A medida que el mundo se fue internando en el período interglacial, el Mediterráneo Oriental siguió calentándose, y lo que entonces fue fértil ahora es el abrasador desierto entre Jordania, Irak e Irán. Como contrapartida, el resto del Mediterráneo se volvió más templado y surgieron nuevas civilizaciones que se extendieron hacia el oeste, principalmente Grecia y Roma.

Ahora, nuestra todopoderosa civilización global ha forzado un aumento de la cantidad de radiación retenida por el planeta, y, al igual que en el principio de la interglaciación, es el Mediterráneo uno de los lugares que más rápido está reaccionando. Y es por eso que se está convirtiendo en un sitio de los que más rápido van a experimentar un aumento en el número e intensidad de los fenómenos extremos.

Lo que nos benefició antaño para “crear las civilizaciones”, ahora puede acabar con ellas. Las altas temperaturas y las prolongadas sequías ponen en peligro las cosechas de trigo en uno de los graneros del mundo. Los incendios son cada vez más graves, tempranos y descontrolados, como el que hace unos días asedió Atenas. Y a partir de los 28ºC de temperatura superficial, el mar puede convertir cualquier tempestad en un verdadero huracán (un medicán, por ser más exactos), simplemente si las condiciones atmosféricas son las adecuadas: ya hemos visto en Menorca lo que una dana no especialmente importante puede producir. Con esas tempestades vendrán tornados, granizo del tamaño de puños, inundaciones, marejadas tormentosas…

Y dejad que el temporal desguace sus alas blancas

No queda ya tiempo para dudar, pero aún hay tiempo para ponerle freno. Hay que reducir drástica y rápidamente las emisiones de CO2 y eso implica algo más que las típicas medidas cosméticas o desviar la atención con las instalaciones renovables que, aunque útiles, no valen por sí mismas para reducir emisiones si no van acompañadas de un verdadero plan de decrecimiento. Uno pilotado y ordenado que nos permita garantizar el bienestar, mientras intentamos encajar las múltiples piezas del complejo sistema climático en las que todo está interconectado de manera no lineal. Por ejemplo, una medida obviamente positiva que se tomó con la implantación de la nueva normativa marítima, la IMO 2020, ha llevado a una disminución de las emisiones de dióxido de azufre por parte de los barcos, algo imprescindible, ya que combinado con agua el SO2 da ácido sulfúrico que daña ecosistemas y los pulmones de quien lo respira. Pero al tiempo ese dióxido de azufre formaba aerosoles que apantallaban el incremento de radiación debido a los gases de efecto invernadero y no nos dejaban notar el calentamiento con toda su magnitud. Ahora, que se han reducido, el calentamiento sobre todo en Europa y sus mares se ha acelerado enormemente, acortándonos el tiempo de reacción. Debemos reaccionar ya, debemos hablar seriamente de decrecimiento y proponer planes rápidos y realistas para abandonar los combustibles fósiles. Antes de que el Mediterráneo vire del rojo intenso al blanco nuclear.

En 1971, Joan Manuel Serrat escribió su archiconocida Mediterráneo. En 1984, escribió otra canción no tan conocida, Plany al mar, en la que anticipaba con clarividencia lo que hoy, 40 años más tarde, estamos viviendo.

Mireu-lo fet una claveguera
Ferit de mort

Quanta abundància
Quanta bellesa
Quanta energia
Ai, qui ho diria!
Feta malbé!

Per ignorància, per imprudència
Per inconsciència i per mala llet.

( Miradlo hecho un husillo 

 Herido de muerte 

 Cuánta abundancia 

 Cuánta belleza  

Cuánta energía 

 ¡Ay, quién lo diría!  

¡Está destrozado! 

 Por ignorancia, por imprudencia 

 Por inconsciencia y por mala leche"

(Antonio Turiel, Investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, Juan Bordera , CTXT, 23/08/24)

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