"(...) Habría que recordar varias cosas: en primer lugar, que España dispone
(disponía, más bien) de un tejido industrial con empresas que cubrían
toda la cadena de producción necesaria para instalar una planta eólica o
solar.
Era una de las pocas cosas tangibles que fabricaba éste país,
además de automóviles. Aquí hay empresas punteras en el mundo (sí, sí,
ha leído usted bien, en el mundo) en energía eólica y solar térmica, con
tecnología y patentes propias, una rara fauna en el escuálido panorama
de la I+D española.
Y en la solar fotovoltaica llegamos a tener hasta no
hace mucho tiempo una de las principales fábricas de células solares
del mundo (Isofotón, desgraciadamente difunta), que nació como un
“spin-off” (empresa promovida por miembros de la comunidad universitaria
y que basan su actividad en la explotación de ideas surgidas en la
propia Universidad) de un centro público de investigación.
Es decir, que
las primas a las renovables no sólo lo son a energías limpias, sino que
además favorecían (sí, en pasado) a unas industrias que generaban
puestos de trabajo de calidad.
¿Les suena alentador? (si esta situación no se revierte, ocurrirá
aquello que decía ese gran actor que se llama Rutger Hauer en su papel
de jefe replicante en Blade Runner: “…todo se perderá en el tiempo como
lágrimas en la lluvia”). Y no está de más recordar que la energía
siempre ha gozado de unos privilegios ciertamente singulares. (...)" (Ignacio Martil, 16/05/2014)
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