"Imaginemos que despertamos mañana y leemos las declaraciones de
Mariano Rajoy: “vamos a tomar el toro por las astas: anuncio que el
Estado suspenderá el pago de su deuda externa” seguido de una impetuosa
exclamación: “¡lo primero es la vida, después la deuda!”.
Algunos
retirarían sus ahorros a la misma velocidad que Esperanza Aguirre
huyendo de un agente de tráfico; otros -los que no tenemos tantos
ahorros- nos pellizcaríamos hasta sangrar deseando que no fuera un
sueño. De uno u otro modo, si nos atenemos a los antecedentes históricos
de impago de la deuda, la idea de que España deje de pagar a sus
acreedores internacionales no es tan descabellada como parece.
Para entender estos antecedentes es preciso conocer la teoría de la deuda odiosa o ilegítima, que
sostiene que la deuda externa contraída por un gobierno y considerada
como odiosa no tiene por qué ser pagada.
En todo caso, ésta podría
considerarse como contraída a título personal, con lo que serían el
monarca, el presidente, el director del banco central nacional o los
ministros los que deberían responder al pago.
Para determinar si una
deuda es odiosa o no lo es, la definición teórica más aceptada es la que
estableció en 1927 el jurista ruso Alexander Sack, quien identificó 3
requisitos:
(1) que se haya contraído sin el conocimiento ni la
aprobación de los ciudadanos;
(2) que se destinen a actividades no
beneficiosas para el pueblo; y
(3) que el acreedor conceda el préstamo
aún siendo consciente de los dos puntos anteriores. (...)
4. La deuda odiosa de Argentina y Ecuador
Ya en el siglo XXI aconteció el mayor default de la
historia. Es el caso de Argentina, donde el elevado déficit fiscal fue
carne de cañón para un FMI que ofreció su apoyo a cambio de la
imposición de severas medidas de ajuste. La aplicación de políticas
neoliberales -que facilitó la especulación de bancos extranjeros y
empresas multinacionales- yendo de la mano de una más que reprobable
gestión por parte de los gobiernos del momento tuvo como consecuencia la
suspensión de pagos de Adolfo Rodríguez Saá en el año 2001.
Ecuador se
encontró en una situación muy similar en 2008 y fue capaz de no
someterse a presiones. El gobierno de Rafael Correa -que disponía de
mayor independencia económica gracias a sus reservas de petróleo- se
enfrentó a las amenazas del Banco Mundial y expulsó a los enviados del
FMI del Banco Central de Ecuador, ganándose así el odio de las esferas
neoliberales. (...)
5. La deuda odiosa de George Bush en Irak
En 2002, previo a la Guerra de Irak y la invasión de los Estados
Unidos, George Bush decidió que el primer gobierno provisional de Irak
debía declarar la suspensión del pago de la deuda con la excusa de que
no debía cargarse sobre los ciudadanos, aunque la verdadera razón fuera
que no querían administrar un país con una enorme deuda que les
impediría actuar con libertad y sacar el máximo beneficio económico a
sus reservas de petróleo.
Estados Unidos hizo todo lo posible para que
no se utilizara el término deuda odiosa ya que su argumento en Irak podía ser utilizado en muchos otros países con conflictos similares. (...)
6. La deuda odiosa del terremoto de Haití
En el año 2010 Haití fue protagonista de un nuevo argumento: el de
los desastres naturales. El terremoto del 12 de enero puso en evidencia
la imposibilidad del país para pagar la deuda externa contraída a lo
largo de muchas décadas por gobiernos dictatoriales y corruptos como los
de la familia Duvalier bajo el pleno conocimiento de sus acreedores.
A
raíz del terremoto, incluso el Club de París -que comprendía los
principales países acreedores- alentó la condonación de la deuda externa
haitiana ante las evidentes dificultades financieras de este país
agravadas por la devastación del terremoto.
Atendiendo a estos 14 antecedentes, lo que evidencia la praxis
es que a la hora de declarar una deuda como odiosa la definición
original de Sack no es más que una coartada.
Lo cierto es que los
impagos de deuda externa han tenido éxito cuando han sido orquestadas
(a) por un imperio con mayor poder que sus acreedores;
(b) bajo la
custodia de un imperio con intereses económicos, políticos y
estratégicos como el de los Estados Unidos o de instituciones del mismo
calibre como el FMI;
(c) con un anhelo de pasar página ante grandes
guerras con consecuencias devastadoras;
(d) gracias a la independencia
económica que ofrece la posesión de recursos naturales; y
(e) tras la
miseria provocada por impredecibles desastres naturales.
Hay que reconocer que no es sencillo imaginar a Rajoy esgrimiendo las
palabras con las que introducíamos este artículo (cuyos autores fueron
Adolfo Rodríguez Saá en 2001 y de Rafael Correa en 2008). Lo que es
cierto es que en el año 2011 Grecia, Portugal, Irlanda y España
reclamaron la auditoría de su deuda externa ante la hostilidad del statu quo
occidental y, consecuentemente, de la opinión pública.
Y pese a no
encontrarse ninguno de ellos en ninguna de las situaciones descritas
anteriormente, la historia demuestra que el concepto de deuda odiosa es
tan efímero que de forma natural estimula a estos países a querer
escribir un nuevo capítulo en el libro de la deuda odiosa; un libro que
se empezó a redactar en el siglo XIV y no dejará de hacerlo hasta que
las sociedades humanas tomen una nueva forma aboliendo las relaciones de
explotación a nivel tanto personal como institucional; un nuevo
capítulo que nos gustaría titular como “7. La deuda odiosa del sur de
Europa contra la Troika”. (Blai Collado, nuevatribuna.es. en Público,
13 Septiembre 2014)
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