15.10.14

La senda de insostenibilidad que está tomando la deuda pública española obligará a su reestructuración... “Si no crecemos, no pagamos”

"Empecemos por el principio, por muy evidente que éste pudiera parecer: la deuda no es una cuestión moral sino un negocio económico entre dos partes, acreedor y deudor, que generalmente ocupan posiciones asimétricas.

 Por lo tanto, recurrir a argumentos morales para tratar de justificar que la deuda hay que pagarla por encima de cualquier otra consideración es una trampa en la que no se debe caer. 

En principio, las deudas hay que pagarlas, por supuesto. Nadie dice lo contrario. Pero siempre que se pueda y hasta donde se pueda y no como principio sagrado y mucho menos cuando se ponen en juego bienes y derechos sociales de orden superior a un contrato de tipo financiero, como pueden ser los derechos humanos.

De  hecho, la posibilidad de impago es inherente al negocio del acreedor, que por eso cuando decide prestar incorpora en el tipo de interés que va a cobrar al deudor un componente relacionado con el grado de solvencia de éste, siendo más elevado cuanto mayor sea el riesgo de impago. (...)

¿O es que Alemania apeló al espíritu de sacrificio calvinista y exigió continuar pagando su deuda cuando las naciones aliadas le ofrecieron su condonación parcial en los Acuerdos de Londres de 1953? Si impone ahora la austeridad es, exclusivamente, porque se encuentra en una posición acreedora y desde ahí siempre es más fácil predicar con el ejemplo e imponer el sufrimiento. 

Todo lo argumentado hasta ahora es absolutamente compatible con reconocer que el nivel de endeudamiento de la economía española es uno de sus principales problemas y se constituye no sólo en una restricción para retomar la senda del crecimiento económico sino también en una hipoteca injusta sobre las generaciones futuras. (...)

la senda de insostenibilidad que está tomando la deuda pública española (hasta aquí lo que reconocen) exige de una reestructuración ordenada de la misma (y esto es lo que rechazan). En vez de reconocer que a la primera premisa le sucede la segunda, prefieren replicar el recetario del FMI y se limitan a proponer tan sólo una reestructuración de la deuda privada de familias y empresas.

Parten en realidad de la quimérica esperanza de que el sector privado (familias y empresas) reactive la economía, recuperando el crecimiento y haciendo que el denominador del cociente entre deuda pública y PIB crezca para que, con ello, se reduzca la ratio entre ambas variables (vid, por ejemplo, José Carlos Díez, “Costes de impagar la deuda”, El País, 12 de septiembre). (...)

Y es que mientras el sector privado se va desendeudando con mucho esfuerzo, la deuda del sector público sigue una senda insostenible a pesar de la actual reducción del coste de su financiación en los mercados financieros.

Dicho de otro modo, desde 2010, cuando los ratios de deuda del sector privado alcanzaron su valor máximo, la deuda de las familias y de las empresas no financieras ha experimentado una reducción acumulada hasta finales de 2013 de 11 y 21 puntos porcentuales, respectivamente. 

Una reducción mayor que la experimentada por esos mismos sectores en Estados Unidos, Reino Unido y Holanda. Es, decir, las familias y empresas españolas, a pesar del dificilísimo contexto, están haciendo mayores esfuerzos para hacer frente a sus deudas. Sin embargo, en ese mismo periodo la deuda pública española ha pasado del 61,7% al 93,9% del PIB, es decir, ha crecido en un 52% y, en estos momentos, en septiembre de 2014, supera ya el billón de euros, esto es, un 98,9% del PIB, es decir, en menos de un año ha aumento cinco puntos.

A mi humilde entender, basta con estos datos para percibir que España tiene un problema de deuda pública, y no sólo de deuda privada, y que cualquier turbulencia en los mercados financieros que elevara el coste de la financiación de los mínimos históricos absurdos en los que se encuentra ahora, dados los fundamentos de la economía española, provocaría una auténtica hecatombe. 

Por lo tanto, desde Podemos defendemos que ambas propuestas no son incompatibles y que no se puede despreciar la necesidad de reestructurar ordenadamente la deuda pública al tiempo que se reestructura la privada. Frente a las repercusiones que ambas medidas podrían tener sobre la deuda externa, bien podríamos hacer valer, por una vez, nuestro peso económico en la Eurozona y la vulnerabilidad de ésta ante los problemas de nuestra economía. 

 En definitiva, creo que no debemos rechazar de plano la posibilidad de una reestructuración ordenada de la deuda y debemos aprender humildemente de cómo se gestionaron esos procesos en América Latina durante el último cuarto del siglo XX. En aquellos momentos la respuesta de algunos gobernantes fue clara y digna, en consonancia con el sufrimiento que venían experimentando sus pueblos por culpa de los procesos de empobrecimiento por deuda.

 Como ejemplo, valga recordar aquí la frase de Salinas de Gortari cuando la situación de la economía mejicana era desesperada y que sirvió como lema para obligar a la negociación al gobierno estadounidense, su principal acreedor. Dijo entonces Salinas de Gortari: “Si no crecemos, no pagamos”. ¿No les parece un buen principio para comenzar a negociar? "             (Alberto Montero, 14/10/2014)

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