28.11.16

La mayoría de los estadounidenses tienen hoy un ingreso menor que el que tenían en 1990, cuando votaban a los demócratas. Ahora votan a Trump y culpabilizan a los mexicanos


"Los dos actores principales aborrecidos por el público, actuando en un escenario en decadencia, con unos espectadores divididos, furiosos y desencantados con una representación que no puede tener ningún final feliz. Estamos hablando de las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

 Los dos candidatos principales blancos, abuelos, millonarios de Nueva York. Los dos enriquecidos gracias al sistema aunque uno de ellos se presenta a sí mismo cínicamente como si no lo fuera. El candidato Trump no pagando impuestos durante dos décadas, explotando a trabajadores polacos sin papeles, consiguiendo créditos fáciles y subsidios, cerrando empresas para no pagar a sus empleados sus pensiones, abusando de mujeres jóvenes.

 La candidata Clinton con dos caras, diciendo en Wall Street otra cosa diferente de lo que dice a sus votantes, jugando sucio contra sus oponentes con intrigas, manejos y maniobras, ocultando la verdad de sus correos, belicista, aprovechándose de su puesto de Secretaria de Estado para enriquecer a su familia a través de una Fundación supuestamente de caridad establecida por el milmillonario Soros y por su marido el presidente Clinton. 

No es casual si las encuestas muestran una sociedad frustrada e indignada con ellos, las elecciones y las élites del sistema. El 75% dice que Estados Unidos va en dirección equivocada. Hay un malestar social que recorre el país y está convirtiendo a estas elecciones en algo diferente a todas las que han habido por lo menos desde hace más de 50 años, (...)

Encuestas muestran que la mayoría de la gente que va a votar a Clinton o Trump no vota por ellos o su programa, les votan porque odian al otro candidato. La revista The Atlantic ha mostrado su apoyo a Clinton -en sus 150 años de existencia sólo lo había hecho una vez para apoyar al presidente Lincoln- no por ella sino por el desastre que puede ocurrir si gana Trump. 

En estas raras condiciones electorales el problema fundamental no es solo quién va a ganar, lo que hay que preguntarse es cómo se ha llegado a esta caótica situación de candidatos absurdos en donde el FBI se convierte en un actor político; y qué consecuencias tiene. Unas elecciones en las que independientemente de quién gane, el país va a quedar más polarizado que antes -el gran fracaso de Obama- y cuyos resultados van a hacer a Estados Unidos cada vez más difícil de gobernar. 

Trump ya ha cuestionado la limpieza de las elecciones. Explota que el 57% de los estadounidenses están de acuerdo en que políticos y elecciones están controlados por gente de dinero y por grandes corporaciones.

El programa de Trump es desconocido, aparte de reducir los impuestos a los ricos y de acercarse a Rusia. Puede hacer cualquier cosa.  

Es un oportunista de libro hecho en los reality shows donde las palabras se desvanecen frente a la realidad. Es por eso que Wall Street no desea que Trump gane las elecciones y apoya a Clinton. No se fía. En público solo dice lo que la mayoría de los blancos, protestantes y anglosajones, la mayoría todavía de los votantes, quieren oír. 

Sus mítines son reuniones a veces masivas de blancos ansiosos. Encuestas muestran que el 65% de los blancos votaría por un partido que pare la emigración; cree empleos en Estados Unidos; preserve la herencia cristiana y pare la amenaza del Islam. Trump quiere contentar al furioso hombre blanco cada vez más empobrecido confortando sus oídos. 

Habla de que “romperá el monopolio de los intereses especiales”, despotrica contra las élites sin tan siquiera darse cuenta que es uno de ellos. Vocifera contra el aborto o soporta el uso de armas, los dos grandes pasatiempos, fuera de la heroína, de las comunidades conservadoras empobrecidas del profundo Estados Unidos.

 La mayoría de los estadounidenses tienen hoy un ingreso menor que el que tenían en 1990. Esta clase obrera blanca votaba a los demócratas cuando los sindicatos obreros eran importantes y tenían buenos sueldos. Ahora votan republicano. A estos sectores les gusta escuchar a Trump y culpabilizar a los mexicanos, al Islam o a los negros de su trémula situación. Hay en ello algo inquietante y perturbador, amenazante. 

Le aplauden cuando dice que va a encarcelar a Clinton. Ella representa ante ellos esa élite distinguida ligada a la globalización y a Washington a quien les ha ido bien las cosas gracias a sus relaciones con Wall Street y las mismas corporaciones que los han dejado tirados a ellos.

 Están escaldados porque ningún banquero de los que organizaron la crisis para enriquecerse ha sido encarcelado. “Tenemos un país que no funciona más”, les dice Trump. En sus mítines se respira una mezcla de frustración y odio que a veces no se contiene y acaba en golpizas a socialistas, negros o mexicanos.

Ese divorcio de la clase obrera blanca con el partido demócrata empezó con el Presidente Clinton cuando bajo su presidencia en 1994 entró en vigor el Acuerdo de Libre Comercio con Canadá y México y después otorgó el estatus comercial de Nación Más Favorecida a China.

 Los empleos volaron a las maquilas de la frontera mexicana y a las zonas industriales de Shanghai y Shenzhen dejando desempleados a los obreros americanos de Ohio, Iowa, Michigan, Pensilvania, Wisconsin o West Virginia, donde se van a decidir las elecciones. (...)"              (El Viejo Topo, 3 noviembre, 2016, Mark Aguirre

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