"Bancos, fondo de inversiones, inmobiliarias y Socimis
(...) lo cierto es que los que sufrieron la caída de la
sobrevaloración de activos, siguen pagado un elevado coste social,
familiar y personal, en cambio, las instituciones de crédito,
principales culpables del estallido financiero, no solo fueron
rescatadas, gracias a puntuales intervenciones estatales, sino que
también sucesivamente, superado el peor momento, traspasaron –por
necesidad de liquidez y cumplir con las normas europeas (Directiva 2013/36/UE vii, CRD IV, y Reglamento UE nº 575/2013 viii,CRR,
de actuación del Los Acuerdos de Basilea III, y Ley 10/2014, de 26 de
junio, de ordenación, supervisión y solvencia de entidades de crédito ix)– sus enormes carteras inmobiliarias a fondos de inversiones y otras entidades (Cerberus x, Deutsche Bank xi, Morgan Stanley xii, Lonestar, Blackstone, Haya Real Estate xiii, Riereta Equities xiv, Poniente Capital Ventures Sl. de José María Aznar Botella xv,
hijo del expresidente del Gobierno, y otras).
Esas son las que están
liderando el presente pinchazo del ladrillo en la capital catalana y en
las principales localidades españolas, con el objetivo de convertir
fincas en complejos residenciales de lujo, establecimientos turísticos y
conjuntos de pisos gestionados por Socimis xvi,
o sea, empresas con el 80% de sus ingresos procedentes de inmuebles en
alquiler, que además, aplicando economías de escala, aspiran a conseguir
una posición de privilegio (oligopolio) que genera precios más altos.
Conforme a lo dicho, no sorprende que muchos extranjeros, en particular, británicos, escandinavos, alemanes y franceses xvii,
hayan invertido en viviendas con fines especulativos, así como no
asombra que enteros edificios de Ciutat Vella –como en El Raval,
precisamente en Carrer de la Cera, Carrer de les Carretes, Carrer de
Joaquín Costa, Rambla del Raval y todo eso, en El Gòtic y en El Born–
hayan sido comprados por agencias inmobiliarias, que después de
reformarlos completamente, los han colocado en en el mercado a precios
inalcanzables para los precedentes arrendatarios y la mayoría de
contribuyentes con medios y bajos ingresos.
Incluso en el comercio,
tiendas con secular o medio siglo de ininterrumpida actividad, están
obligadas a abandonar su sede histórica para buscar en áreas periféricas
locales donde continuar su negocio, puesto que los elevados alquileres y
la inseguridad ciudadana destruyen el tejido social, dejando el campo
libre a turismo barato, cadenas de comercio minorista, asociaciones de
consumidores de cannabis, establecimientos de hostelería formalmente
legales pero dedicados al blanqueo de capitales, estraperlo y trapicheo
de drogas xviii.
Los inversores internacionales ven en la competición electoral para la
conquista de la alcaldía, una gran oportunidad de trasformar el centro
de la capital en un colosal espacio urbano con vocación turística, una
especie de megabazar visitado por millones de personas, que no desean
construir una relación con la ciudad, sino fruir de una prestación, que
es la que se produce entre comprador y vendedor o consumidor
(usuario/cliente) y suministrador.
Lo hipotetizable es que se legalice
un uso intensivo de la zona, favoreciendo la proliferación de
actividades legales (sala de apuestas, casinos, clubes nocturnos, bares,
restaurantes, discotecas) e ilícitas (prostitución, contrabando y
camelleo), que promueven y satisfacen necesidades ficticias inducidas
para aumentar el gasto per cápita de los visitantes, asimismo,
acarreando niveles ingestionables de tráfico, empeoramiento del
inquinamento acústico y atmosférico e incremento exponencial de
desechos.
La última frontera de la ciudad
A los promotores de esta visión economicista, que en su mayoría valoran y apoyan la candidatura de Manuel Valls xix,
no les interesa la supervivencia del barrio, por el contrario, exigen
acabar con el mismo concepto, entendido como lugar homogéneo y
estratificado por efecto de construcciones y experiencias agregadas
durante largo tiempo, en que se ha desarrollado una síntesis más o menos
equilibrada entre varios elementos, los cuales le confieren una
identidad reconocible y una apropiación en el sentido físico y simbólico
por parte de los que residen en su perímetro.
Hoy en día, rendirse a la desarticulación del barrio
significa aceptar sin condiciones la ideología de un liberalismo
antropófago, que desprecia el contexto social en que se propone
intervenir, haciendo prevalecer los intereses privados y particulares
sobre los derechos difusos y colectivos, así que los mismos criterios
municipales se ajustan a la lógica del beneficio, y como subraya
Montaner, miembros y técnicos de la estructura ejecutiva, además de ser
menos competentes, son cada vez más sensibles a las argumentaciones que
respaldan operaciones con tinte especulativo xxii.
A este panorama, ya de por sí desastroso, se suman la falta de visión
general, típica de la instrucción escolar y universitaria contemporánea,
y la difusa corrupción en la administración pública, que juntas pueden
quebrantar “el refugio del sentido comunitario, el
cual está condenado a debilitarse o sencillamente desaparecer por la
intensidad de la vida moderna y la intensificación del proceso de
urbanización: el barrio como la última trinchera de resistencia de las
relaciones de proximidad y los valores ligados al arraigo, la identidad,
la memoria y la pertenencia” xxiii.
En la actualidad, el principal enemigo de una ciudad hecha por ciudadanos es la gentrificación, asunto de dimensión internacional, que el presente ayuntamiento ha tenido el mérito de abordar, aunque de manera descontinua y fragmentaria xxiv,
y que constituye la principal causa del calentamiento del sector
inmobiliario, el aumento de la delincuencia –no solo porque donde hay
millones de turistas se multiplica la presencia de carteristas y
atracadores, sino también porque es la categoría de visitantes que
engendra una cierta clase de comercio, consumo e ilegalidad extendida
(alcohol, droga, prostitución, productos falsificados y pirateados y
etcétera)– la exasperación de la conflictividad vecinal, la degradación
del civismo y la acuciante necesidad de adecuar características,
capacidad y frecuencia de las rutas del transporto público (cinemática),
y las de todos los otros servicios municipales relacionados con la
afluencia de viajeros (recogida, tratamiento y elección de residuos,
gestión del verde, movilidad urbana, información cultural y todo eso). (...)
Los electores de Barcelona continúan esperando un debate juicioso y
profundo por parte de los candidatos, que de momento no se ha
desarrollado, a ellos se les pide no solo enumerar los problemas –los
ciudadanos los conocen perfectamente– sino también investigarlos y
proponer soluciones, en este sentido, es muy importante conocer la idea
de ciudad que tienen y las medidas que planean implementar para combatir
la concentración de pobreza en algunos suburbios, evitando asimismo su
mala reputación y la creación de gigantescos guetos. (...)
Se entiende que el contexto del vecindario contemporáneo ya no es el de
los años setenta y ochenta, desconocerlo significaría ignorar como las
tecnologías de la información y comunicación (TIC) xxxviii,
con sus peculiaridades (inmaterialidad, interactividad, interconexión,
instantaneidad, digitalización e innovación), han modificado todos los
sectores de la vida asociada (escuela, trabajo, pública administración,
empresa y familia) pasando de las relaciones cara a cara a las
relaciones inmateriales e indirectas (redes sociales, videoconferencias,
chats), que inevitablemente han quitado importancia a la ubicación
física o geográfica de los actores. Sin embargo, el barrio se presenta
como una goma elástica para encontrar la justa medida entre lo global y
lo local, permitiendo ser ciudadano del mundo y al mismo tiempo no
perder el sentimiento de pertenencia a un sitio con confines bien
circunscritos, que se concreta como punto de referencia y sentido." (Michel Fonte, Rebelión, 17/04/19)
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