"El atroz incendio del lunes en la catedral de Notre
Dame de París, símbolo de Francia, pero también del conjunto de la
cultura europea, testigo de siglos de historia y de hechos que han ido
configurando nuestra identidad común, ha provocado grandes
manifestaciones de tristeza entre gobernantes, personalidades y gentes
de a pie. Y al punto ha surgido el firme compromiso de restaurar la
parte dañada del templo, sea cual fuere el coste en tiempo y en dinero.
Las donaciones han alcanzado cifras muy elevadas y este es solo el
comienzo.
Sin duda, estas reacciones de condolencia están más que justificadas y lo está también el propósito de restauración. Sobre todo en estos momentos, en que el Brexit daña la unidad de Europa, aumenta el número de euroescépticos en los distintos países y las posiciones se polarizan, produce una enorme tristeza la posible desaparición de esa bellísima catedral gótica, que es parte de nuestra historia común. La única buena noticia es que no ha habido desgracias personales.
Sin duda, estas reacciones de condolencia están más que justificadas y lo está también el propósito de restauración. Sobre todo en estos momentos, en que el Brexit daña la unidad de Europa, aumenta el número de euroescépticos en los distintos países y las posiciones se polarizan, produce una enorme tristeza la posible desaparición de esa bellísima catedral gótica, que es parte de nuestra historia común. La única buena noticia es que no ha habido desgracias personales.
Pero, lamentablemente, sí las hay a diario en otro
símbolo de Europa, no construido por seres humanos en este caso, el mar
Mediterráneo, el que recibió el nombre de nuestro mar. Nuestro, pero no
de otros al parecer, porque se ha convertido en un cementerio de quienes
lo cruzan pugnando por la supervivencia.
En ese mare nostrum
sí que hay que lamentar desgracias personales a miles y no se producen
esas unánimes reacciones de consternación, ni hemos sido capaces de
articular una respuesta común para salvar vidas y ejercer la secular
virtud de la hospitalidad, no sólo personalmente, sino también desde las
instituciones de nuestro proyecto común.
¿Es este un caso flagrante de
aporofobia, de desprecio y rechazo a los pobres, que contrasta con las
adhesiones que reciben los bien situados? ¿No debería formar parte del
corazón de Europa el esfuerzo denodado por acoger a los vulnerables, por
incluir a los que el juego político internacional ha dejado a su
suerte? (...)
A lo largo de la historia se han ido tejiendo en Notre Dame valores
universalistas, tanto cristianos como laicistas, en una pieza de
orfebrería de lo que debe ser una sociedad pluralista y abierta a otras
formas de pensar. Entre ellos, cuenta como innegociable la atención a
los más vulnerables, como una cuestión de justicia. ¿No debía ser ese el
corazón de Europa, la entraña de un proyecto al que de ningún modo
podemos renunciar?"
(Adela Cortina es catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, El País, 18/04/19)
"Una parábola contemporánea. En las fechas más profundas del cristianismo, el dinero que dejó de estar disponible para los necesitados fluye hacia el templo.
El incendio de Notre Dame de París ofrece una instructiva parábola. La visión de la catedral en llamas encogió los corazones en todo el planeta porque ardía un símbolo múltiple: del cristianismo, de la historia cultural europea, de la belleza arquitectónica, del turismo de masas, de un pasado que el viejo continente parece añorar cada día con más fuerza. Extinguido el incendio, cuando aún no se han evaluado por completo los daños y partes de la estructura se mantienen en precario, se plantea el asunto de la reconstrucción.
Y surgen los Epulones de hoy, los Arnault y los Pinault, ofreciendo toneladas de dinero. Eso está bien. Por fin sabemos para qué servían los paraísos fiscales, las reducciones de impuestos sobre las grandes fortunas, las desgravaciones por obra cultural y, en general, las políticas económicas contemporáneas: los multimillonarios fueron los primeros en dar un paso adelante para rescatar un valioso pedazo del patrimonio cultural y religioso de la humanidad.
Por decirlo de otro modo: los grandes mercaderes corren a salvar el templo. (...)
"Una parábola contemporánea. En las fechas más profundas del cristianismo, el dinero que dejó de estar disponible para los necesitados fluye hacia el templo.
El incendio de Notre Dame de París ofrece una instructiva parábola. La visión de la catedral en llamas encogió los corazones en todo el planeta porque ardía un símbolo múltiple: del cristianismo, de la historia cultural europea, de la belleza arquitectónica, del turismo de masas, de un pasado que el viejo continente parece añorar cada día con más fuerza. Extinguido el incendio, cuando aún no se han evaluado por completo los daños y partes de la estructura se mantienen en precario, se plantea el asunto de la reconstrucción.
Y surgen los Epulones de hoy, los Arnault y los Pinault, ofreciendo toneladas de dinero. Eso está bien. Por fin sabemos para qué servían los paraísos fiscales, las reducciones de impuestos sobre las grandes fortunas, las desgravaciones por obra cultural y, en general, las políticas económicas contemporáneas: los multimillonarios fueron los primeros en dar un paso adelante para rescatar un valioso pedazo del patrimonio cultural y religioso de la humanidad.
Por decirlo de otro modo: los grandes mercaderes corren a salvar el templo. (...)
Hay algo esencialmente obsceno en esta historia. En las fechas más
profundas del cristianismo, cuando se conmemora un fenómeno teológico
tan misterioso como la muerte y resurrección del dios del amor y la
compasión, el dinero que dejó de estar disponible para los necesitados
(inmigrantes, estudiantes, desempleados, familias con enfermos crónicos o
ancianos, y cortemos aquí porque la lista sería interminable) fluye
hacia el templo. El patrimonio de la humanidad, antes que la humanidad
misma. Y lo asumimos de forma natural." (Enric González, El País, 21/04/19)
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