"(...) Durante varias semanas, los hospitales colapsan. Los trabajadores
sanitarios no disponen de medios de protección y no hay respiradores ni
unidades de cuidados intensivos para todos los pacientes que los
necesitan.
Los propios sanitarios se convierten en el principal grupo de
personas infectadas, junto a los ancianos de las residencias de
personas mayores que han sido también privatizadas en las últimas
décadas, que mueren por millares. Los sanitarios que dan positivo a los
test de coronavirus son obligados a volver a atender a pacientes una
semana después, pese a que existe la posibilidad de que sigan
contagiando.
No hay recursos como respiradores, mascarillas, batas,
cascos con pantallas, ni tampoco una industria nacional que los
fabrique. Las primeras semanas cunde el caos.
Pero el caos en el sistema productivo es aún mayor. Las medidas de
confinamiento y la consiguiente parálisis económica conllevan más de un
millón de despidos. Cerca de 500.000 empresas presentan Expedientes de
Regulación Temporal de Empleo (ERTE), que permiten suspender las
relaciones laborales de más de cuatro millones de trabajadores, y que
los trabajadores suspendidos pasen a cobrar la prestación por desempleo
(cerca de un 70 % del salario anterior).
Los autónomos (trabajadores
independientes no asalariados) y las pequeñas empresas tienen que
paralizar en masa sus actividades y pasar a obtener magros ingresos
públicos, en un modelo económico basado fundamentalmente en la
hostelería y el turismo (juntos representaban cerca del 30 % del PIB),
dos actividades que no pueden seguir funcionando durante el
confinamiento.
Los trabajadores informales (trabajadoras sexuales,
trabajo sumergido en la hostelería o el turismo, operarios de pequeñas
reformas en la edificación, vendedores ambulantes, etc.) y las personas
que están en situación de marginalidad o sin hogar, pasan a depender
directamente del funcionamiento de los Bancos de Alimentos de la
Iglesia, los municipios o los movimientos sociales que, además,
interrumpen en muchos casos su funcionamiento durante el plazo de
confinamiento más estricto. (...)
Mientras tanto, las tensiones en los centros de trabajo se vuelven en
muchos casos explosivas. Las empresas que siguen abiertas intentan por
todos los medios seguir trabajando sin las condiciones de seguridad y
protección necesarias. En muchos sitios no hay guantes, mascarillas o
geles desinfectantes para los trabajadores. Tampoco hay medidas
específicas para el personal especialmente sensible (diabéticos,
hipertensos, personas con afecciones respiratorias, inmunodeprimidos,
etc.). El conflicto se establece en torno a las medidas de seguridad que
se han de aplicar. Los trabajadores reclaman no arriesgar sus vidas, y
los patronos persiguen la continuidad del proceso productivo pese a
todo. (...)
Nos lo indica, también, Fermín Hernández, del Sindicato del Agua de Alicante de Solidaridad Obrera:
“En algunas depuradoras hay turnos de 24 horas, durmiendo los
trabajadores en una roulotte. Hay coacciones por todos lados. En Helados
d´Alacant hubo que llamar a la policía porque estaban trabajando sin
ninguna posibilidad de prevención, a 40 cm unos de otros. Después, la
dirección ha instalado mamparas y se han puesto turnos en el vestuario.”
En sectores especialmente precarizados, como el Telemárketing (venta
telefónica) la situación se vuelve especialmente brutal: en los calls
centers, en gigantescas naves, trabajan cientos de trabajadores, unos al
lado de los otros, compartiendo micrófonos, teclados o auriculares. Sin
gel desinfectante, guantes o mascarillas. Sólo la presión de los
trabajadores organizados consigue que las cosas mejoren y que una
importante parte de la plantilla pase a realizar teletrabajo, pero, eso
sí, usando muchas veces sus propios medios tecnológicos (ordenador,
conexión a internet) y sometiéndose a un control reforzado de la empresa (...) "
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