12.5.24

China-UE, el desafío de Xi... en pleno proceso de retirada de Occidente de los principios del libre mercado en favor de la construcción, aunque todavía en fase inicial, de verdaderas economías de guerra... Europa insiste en acusar a Pekín de inundar el continente de productos baratos mediante ayudas públicas ilegítimas a sus empresas... Lo curioso del asunto es que, según diversos análisis especializados, incluso con aranceles de entre el 15% y el 30%., los coches eléctricos chinos podrían seguir siendo más competitivos que los europeos... la amenaza de imponer restricciones comerciales contra China entraña graves riesgos para Europa. La capacidad de Pekín para responder con medidas de represalia es múltiple y refleja un cambio radical en el equilibrio económico que se ha producido en los últimos años, con un PIB de China superior ahora al de la UE en su conjunto... incluso los norteamericanos estudian subvenciones masivas y desgravaciones fiscales para las empresas que inviertan en «tecnologías sostenibles»... sin embargo, evitar el aplanamiento completo de Europa a las posiciones estadounidenses sigue teniendo una importancia primordial para China... el reto chino, puesto de relieve por la visita europea de Xi Jinping, será por tanto intentar frenar las crecientes rivalidades entre las potencias internacionales y regionales, promoviendo, en medio de enormes presiones, un modelo alternativo que respete los legítimos intereses y la autonomía de las opciones estratégicas de todos los actores implicados (Mario Lombardo)

 "La visita de esta semana a tres países europeos del presidente chino, Xi Jinping, se enmarca en la cada vez más acalorada competencia global entre Washington y Pekín, que ve en el viejo continente uno de los campos de batalla más importantes. Con Francia, Hungría y Serbia en su agenda europea, el líder de la República Popular ha hecho una elección estratégica muy precisa, con la que también está relacionado el reciente viaje a China del Canciller alemán Scholz. En medio de las controversias sobre cuestiones comerciales y el «exceso de capacidad» industrial, así como el conflicto ruso-ucraniano, la presencia de Xi en Europa podría reavivar las tensiones entre los países mejor dispuestos hacia las oportunidades que ofrece Pekín y los más hostiles. Todo ello en pleno proceso de retirada de Occidente de los principios del libre mercado en favor de la construcción, aunque todavía en fase inicial, de verdaderas economías de guerra. 

 Las cifras dan perfecta idea de la importancia de la relación UE-China, sobre todo si se sitúan en la perspectiva de las más de dos décadas transcurridas desde la entrada de Pekín en la OMC. El comercio ha crecido un 900% desde 2001, hasta alcanzar los 927.000 millones de dólares en 2022. Un aumento aún mayor se registró en el déficit comercial europeo, que alcanzó los 429.000 millones USD en el mismo año. Los principales socios comerciales de China en Europa son Alemania, Países Bajos y Francia. París, por ejemplo, importó bienes de China por valor de 42.000 millones en 2022, mientras que exportó 25.000 millones.

Europa insiste en acusar a Pekín de inundar el continente de productos baratos mediante ayudas públicas ilegítimas a sus empresas. En los últimos años, la polémica se ha centrado sobre todo en los coches eléctricos, ya que China se ha convertido rápidamente en el líder mundial de ventas en este sector. La Comisión Europea publicará próximamente un informe específico sobre la cuestión y es muy probable que el tono sea amenazador, ya que algunas anticipaciones sugieren una propuesta de imposición de aranceles de entre el 15% y el 30%.

 Lo curioso del asunto es que, según diversos análisis especializados, incluso con aranceles de este nivel, los coches eléctricos chinos podrían seguir siendo más competitivos que los europeos. En realidad, las ayudas estatales y las subvenciones, aunque influyen claramente, no son los únicos factores que favorecen a los productos chinos. Más bien son decisivos otros elementos, como la implantación de tecnologías industriales punteras y las economías de escala.

Por otra parte, la indignación europea ante la intervención del Estado chino en la dinámica industrial nacional tiene los días contados, ya que se trata de una práctica muy extendida también en Occidente. Baste citar, por citar uno de los casos más recientes, la ley aprobada el año pasado en Estados Unidos («Inflation Reduction Act»), que prevé subvenciones masivas y desgravaciones fiscales para las empresas que inviertan en «tecnologías sostenibles» y que incluso Bruselas ha tachado de medida proteccionista.

La amenaza no tan sutil de imponer restricciones comerciales contra China, expresada por la presidenta de la Comisión Europea, von der Leyen, durante la reunión entre Xi y el presidente francés, Macron, entraña sin embargo graves riesgos para Europa. La capacidad de Pekín para responder con medidas de represalia es múltiple y refleja un cambio radical en el equilibrio económico que se ha producido en los últimos años, con un PIB de China superior ahora al de la UE en su conjunto.

 La pérdida de cuota de mercado en China y la paralización u obstaculización de la importación de bienes difíciles de encontrar en otros lugares no hacen, en definitiva, dormir tranquilas a las empresas europeas, entre otras cosas porque la lista de opciones autodestructivas e irracionales de la clase política del viejo continente es muy larga y el precedente de la gestión de la crisis ruso-ucraniana está muy fresco. En cuanto a China, cabe recordar también la imposición de aranceles a las importaciones de paneles solares procedentes de China en 2013, para anularlos pocos años después ante la imposibilidad de sustituir estos productos por los fabricados en Europa.

Es obvio, sin embargo, que Europa sigue teniendo una importancia primordial para China tanto económica como estratégicamente y, de hecho, la rivalidad con Estados Unidos y el empeoramiento de las relaciones con este último y, por ejemplo, con el Reino Unido, hacen que el «expediente» de la UE sea aún más relevante para Pekín. Xi y su gobierno, a pesar del realineamiento transatlántico tras el regreso del Partido Demócrata a la Casa Blanca y la guerra de Ucrania, siguen así trabajando para evitar el aplanamiento completo de Europa a las posiciones estadounidenses. O, desde otro punto de vista, para fomentar la independencia económica y estratégica europea.

 Este último aspecto quedó claro en la elección de los destinos del viaje del presidente chino esta semana. Francia sigue siendo, y al menos en teoría, la potencia europea más capaz de expresar una política exterior autónoma. Más aún Hungría, aunque con mucho menos peso específico que París. Fuera del bloque de la UE, Serbia es finalmente el destino más lógico, dada su relación privilegiada con Rusia, salvaguardada por Belgrado a pesar de las enormes presiones (y amenazas) occidentales. Hungría y Serbia cuentan además con importantes proyectos industriales, energéticos y de infraestructuras en cooperación con China. Debido a la aproximación de sus respectivos liderazgos a las dinámicas geoestratégicas y a sus posiciones geográficas, ambos países ofrecen también bases cruciales para la proyección de los intereses chinos en Europa.

En resumen, la gira de Xi Jinping, la primera en Europa en la era post-Coviética, debe adscribirse al esfuerzo chino por evitar una compactación de la UE frente a Pekín bajo la presión de Washington. Un esfuerzo que encuentra respuestas contradictorias, exacerbadas por la radicalización de las posturas tras el estallido de la guerra en Ucrania. Además de los países visitados esta semana por Xi y, evidentemente, otros, el foco chino también sigue puesto en Alemania, el país más afectado por la ofensiva antirrusa liderada por Estados Unidos.

 Como ya se ha mencionado, hace unas semanas el canciller Scholz estuvo en China en una cumbre que también adquirió especial relevancia a la luz de la dinámica interna del gobierno de Berlín. En este caso se trata de la ocupación del Ministerio de Asuntos Exteriores por la ultra-atlantista Annalena Baerbock, del Partido Verde, decidida a desvincular a Alemania de China en la medida de lo posible a pesar de las relaciones económicas superconsolidadas entre ambos países.

Las amenazas de von der Leyen de imponer aranceles a las importaciones chinas se remontan a estas tendencias y están entrelazadas con la presión que Europa, al igual que EE.UU., está ejerciendo sobre China para convencer a Pekín de que abandone su apoyo a Rusia en la guerra en curso. De nuevo, se trata de una petición sin ningún sentido lógico. China sigue manteniendo una postura formalmente neutral en el conflicto y, en cualquier caso, no tiene intención de agriar las relaciones con un socio polifacético como Moscú en el clima internacional actual, marcado por la creciente hostilidad y agresividad de Occidente y, especialmente, de EEUU.

 No es sólo el empuje de Washington o los instintos pro atlantistas de los líderes europeos lo que determina el equilibrio cada vez más precario en el eje Bruselas-Pekín. También hay dinámicas objetivas en juego que, como se mencionaba al principio, están llevando a un replanteamiento de las doctrinas liberalistas que hasta ahora han permitido a China beneficiarse de la división del trabajo a escala mundial. A la luz de las crecientes rivalidades entre las potencias internacionales y regionales, los aspectos económicos y comerciales se funden cada vez más con los de la «seguridad» de los países individuales o de los bloques de alianzas, para exigir precisamente una protección de los respectivos sistemas industriales, en un futuro no muy lejano llamados a apoyar un posible esfuerzo bélico.

La apuesta y, al mismo tiempo, el reto chino, puesto de relieve por la visita europea de Xi Jinping, será por tanto intentar frenar estas tendencias destructivas, promoviendo, en medio de enormes presiones, un modelo alternativo que respete los legítimos intereses y la autonomía de las opciones estratégicas de todos los actores implicados."            (Mario Lombardo, altrenotizie, 11/05/24, traducción DEEPL)

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