10.8.24

Lo de Puigdemont fue como el día de Reyes. Pasaron tantas cosas y tan intensas que los niños necesitaremos tiempo para evaluar lo ocurrido... fue el entierro de la sardina y la nueva sardina... el procés consistió en la construcción de reglas –culturales, esto es, efectivas, invisibles– para establecer qué y quién es cat, qué y quién es indepe. Y, por lo mismo, quién es mal cat, o incluso buen esp, y quién no es indepe, sino un ser inhumano y de ERC... Pasa a ser, sucintamente, un movimiento de apoyo, de obediencia, a un Govern. Es decir, un movimiento vertical orientado a la fidelidad. Y, por lo mismo, al castigo de la infidelidad... Ese periodo –largo, diez años– ha sido, así, un período de expulsión. Lo que es dramático en una sociedad. Se ha expulsado tanto que al final solo han quedado los fieles. Unas 3.500 personas... Lo que es un posicionamiento implícito contra las expulsiones y, por lo mismo, algo que habla bien de la sociedad cat. El trumpismo reunido fue, gracias a ese posicionamiento colectivo, residual. Pero, por lo mismo, esa crème de la crème es una minoría radicalizada, que no puede dejar de expulsar, es ya anecdótica... Ha finalizado un procesismo, con resultados desastrosos para una sociedad pequeña y frágil. Sería deseable no iniciar otro (Guillem Martínez)

 "1- El 8A fue como el día de Reyes. Pasaron tantas cosas y tan intensas que los niños –ante la rapidez y la intensidad todos somos niños, pásenlo– necesitaremos tiempo para evaluar lo ocurrido. Hola. Soy Martínez, más el paso del tiempo desde el 8A, lo que me anima a evaluar lo ocurrido. Es decir, a apuntar sus novedades –en verdad grandiosas, en verdad novedosas–, así como sus, brrrrr, repeticiones –una, pero, tal vez, descomunal, tediosa, asfixiante–. Vayamos por partes: las novedades. 

2- La primera novedad es el número de participantes en la mani procesista del 8A. Unos 3.500, según la Guardia Urbana. A los que, por amabilidad, podemos doblar su número. Lo que sigue siendo muy poco para la notoriedad del acto. Ni más ni menos que la vuelta de Puigdemont. Esa pobre cantidad de personas es un residuo de algo. Que no es el procesismo.

 Oriol Bartomeus, politólogo en la UPF y, director del ICPS, ha realizado un gráfico –sumamente impactante– con la evolución de la participación en las manifestaciones procesistas para el periodo que va desde 2009 –una sola manifestación indepe, aún no procesista, de unas 15.000 personas– hasta el 8A –3.500 personas–. La afluencia llamativa, descomunal incluso, empieza al año siguiente, en 2010 –sentencia del Estatut; 1.100.000 personas–, aumenta en 2012 y 2013 –con, respectivamente, 1.500.00 y 1.600.00–, culmina en 2014 –1.800.00; se dice rápido–. Y ese mismo año –el año de la primera consulta, lo contrario al referéndum prometido, el inicio de los incumplimientos–, empieza el descenso de participación, progresivo y constante. Y, junto a él, me temo, la mutación del procés. Aquel intento de solventar, no un proceso de autodeterminación, no un problema con el Estado, sino un combate entre dos partidos para la hegemonía política en el catalanismo, se transforma, de forma lenta, pero radical. 

Pasa a ser, sucintamente, un movimiento de apoyo, de obediencia, a un Govern. Es decir, un movimiento vertical orientado a la fidelidad. Y, por lo mismo, al castigo de la infidelidad. En ese paréntesis que va desde 2014 hasta el 8A, el procés consiste en la construcción de reglas –culturales, esto es, efectivas, invisibles– para establecer qué y quién es cat, qué y quién es indepe. Y, por lo mismo, quién es mal cat, o incluso buen esp, y quién no es indepe, sino un ser inhumano y de ERC. Ese periodo –largo, diez años– ha sido, así, un período de expulsión

Lo que es dramático en una sociedad. Se ha expulsado tanto que al final solo han quedado los fieles. Unas 3.500 personas, pongamos el doble, dispuestas a salir a la calle el día del advenimiento del líder. Lo que sucedió el 8A, su novedad, no es que fueran esas 3.500 personas. Sino que casi 1.800.000 personas, partidarias de la indepe aún hoy, no fueran. Se negaron, como sucede desde hace diez años, a participar en un acto de expulsión de una parte de la sociedad. 

El acto del 8A, recordemos, consistió –y así lo entendieron los manifestantes, que corearon consignas en esa dirección– en evitar que una persona expulsada, apoyada por dos partidos expulsados, votados todos por personas expulsadas, accediera a la presidencia de la Gene. El grueso de la sociedad, indepe o no, no apoyó ese acto trumpista saturado de lógica y principios trumpistas. Lo que es un posicionamiento implícito contra las expulsiones y, por lo mismo, algo que habla bien de la sociedad cat. 

El trumpismo reunido fue, gracias a ese posicionamiento colectivo, residual. Pero, por lo mismo, esa crème de la crème es una minoría radicalizada, que no puede dejar de expulsar, ya sea en virtual o en analógico. Pero, a su vez, también es ya anecdótica. En las instituciones y, más importante aún, en la sociedad, si bien no en los medios públicos y concertados. (...)"                    (Guillem Martínez , CTXT, 09/08/24)

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