"(...) Acto 4. Los problemas de la derecha
La semana no solo ha traído un maremoto en la izquierda, sino una dolorosa catástrofe cuyas consecuencias en vidas humanas aún tienen que conocerse del todo. Los efectos políticos de la tragedia serán notables, sobre todo porque ahondan en esa visión que buena parte de la sociedad tiene de las instituciones: cuando son necesarias, estamos solos. Esta sensación es devastadora en la medida en que recae en un terreno ya abonado.
Ha aparecido la hipocresía también en el otro lado político. Es un gran lastre que los populares han arrastrado desde el Gobierno de Aznar
El grado de castigo político que los ciudadanos exigirán está por verse, pero es evidente que la derecha pagará un precio. No solo por los fallos en la gestión, también por la negación de la responsabilidad. Las desafortunadas declaraciones de Feijóo el día posterior a la catástrofe, así como algunas declaraciones desde la Generalitat señalando a la AEMET, trajeron de vuelta al PP del Prestige, del Yak-42, del 11M y demás, ese que no supo afrontar los hechos y trató de cargar con la culpa a los demás.
La sensación de que se pudo haber hecho mucho más a la hora de prevenir a la población está muy instalada ya, pero también la de que la gestión de la ayuda tras la catástrofe está siendo muy deficiente. Mazón es el presidente de la Comunidad Autónoma, por lo que tiene una responsabilidad difícilmente discutible. En todo caso, ha vuelto a aparecer la hipocresía, pero ahora en el otro lado del espectro político. Ese es un gran lastre que los populares han arrastrado desde el Gobierno de Aznar y evocar de nuevo todos aquellos acontecimientos, las mentiras y el cinismo, supone un deterioro para el PP, no solo para Mazón.
La derecha sufre su propia contradicción entre las banderas abstractas y los resultados concretos, entre sus palabras y sus hechos. La impronta de una buena gestión de la que hacen gala se ve confrontada con la realidad de sus deficiencias; y cuando estas se hacen evidentes, aparece la negación. La hipocresía regresa al primer plano político.
Acto 5. Nuestros problemas
Este es también el momento del fango político, centrado en la respuesta a las enormes necesidades de la población afectada. La ayuda insuficiente tratará de cargarse en las espaldas del Gobierno o en las de la Comunidad, dependiendo de los intereses, y cada parte volverá al juego permanente de señalar al rival.
Cuando las poblaciones pasan de la etapa de la desafección a la de indignación, el campo de juego político se transforma sustancialmente
Mientras tanto, un buen número de ciudadanos han acudido a ayudar tras la catástrofe, lo que en sí mismo tiene algo de indignante: están supliendo con su apoyo carencias que no deberían existir. La nobleza de esa solidaridad, que dice mucho de nosotros como sociedad, no puede relegar a un segundo plano el hecho de que están desempeñando esas tareas porque si no, nadie más las haría. Es la constatación de una falla profunda que transmite que las instituciones no están cumpliendo con su papel y que, cuando vienen mal dadas, dependemos de la solidaridad de quienes nos rodean; transmite la idea de que no hay red de seguridad.
La traducción que esos hechos tengan en términos electorales es ahora lo de menos, pero no hay que perderlas de vista. Cuando las poblaciones pasan de la etapa de la desafección a la de indignación, el campo de juego se transforma sustancialmente. Son demasiadas crisis seguidas ya, y el emponzoñamiento de las instituciones es muy elevado. Sin embargo, este es un momento de shock, por lo que los verdaderos efectos se percibirán dentro de un tiempo. Lo previsible es que se eleve todavía más el tono del enfrentamiento entre bloques ideológicos y que la tensión existente, que es mucha, se haga más insoportable. Habrá más alejamiento de la política institucional, pero también es previsible que estas consecuencias operen de manera distinta según los estratos sociales. Aquellos más politizados, los que cuentan con mayor renta y mayor formación, aumentarán su crispación. La gente común vive en otro lugar, ese en el que están solos, en el que entienden que han sido abandonados, en el que no cuentan. La hipocresía afianza la idea: los políticos solo se preocupan por lo suyo y se olvidan de nosotros. Si hubiera en España un partido populista, tendría mucho éxito.
Acto 6. "No les importamos"
En esas circunstancias, es bueno tomar distancia y entender de dónde vienen los problemas que nos golpean recurrentemente. La degradación de las instituciones tiene que ver con el debilitamiento de un Estado cuyas capacidades se mueven permanentemente en el alambre, de modo que cuando ocurre algo fuera de lo normal, llega el colapso. Vivimos en un mundo en el que todo parece funcionar bien, salvo cuando se necesita. Hemos tenido pruebas de toda clase: económicas, epidemiológicas y sociales. Eso fue la pandemia, Estados sobrepasados que no podían hacer frente al virus porque no tenían ni mascarillas. No ocurre solo en acontecimientos imprevisibles y excepcionales: durante Filomena (otro ejemplo de mala gestión) fueron los ciudadanos los que tuvieron que sacar las palas y arreglar por su cuenta la situación. Las instituciones se mueven en el mínimo, de modo que cualquier cosa que añade carga, genera paralización.
Los cargos ocupados por personas que han hecho carrera en el partido o por jóvenes que quieren sumar algunas líneas en su CV
En segunda instancia, y la catástrofe en Valencia lo subraya, la capacidad de gestión de las instituciones es cada vez más deficiente. Buena parte de los problemas provienen de la falta de visión y conocimiento de quienes toman las decisiones. El desprestigio del sector público es grande, de manera que las personas con mayor experiencia y competencia optan sin pensarlo por lo privado: salarios mucho mejores y sin esa exposición que supone la política. De modo que los puestos son ocupados por personas que han hecho carrera en el partido, y que encuentran un premio en los cargos, o por jóvenes que quieren sumar algunas líneas al currículum que le den algo de brillo.
Ambos elementos no son casuales, son producto de una deriva ideológica que perjudica especialmente a la hora de encontrar soluciones. Es hora de poner arreglo a esos males, que es el único modo no de que estas cosas no vuelvan a ocurrir, lo que es imposible, sino de que cuando sucedan, estemos mejor preparados y se pueda dar una respuesta más rápida y eficaz. Y aquí hay que poner todo el énfasis en un modo de pensamiento que ha dominado durante las últimas décadas y que Reagan sintetizó en una frase: "Las palabras más terroríficas del idioma inglés son 'soy del Gobierno y vengo a ayudar'". Eso no es lo que sienten los ciudadanos afectados cuando los bomberos o los policías o los militares tienen que rescatar a los damnificados por la tragedia, o cuando los servicios sanitarios tienen que curar a los enfermos y heridos, o cuando los servicios de mantenimiento tienen que devolver a la normalidad calles y vías, o cuando acuden a proporcionar electricidad y agua. La incompetencia en la gestión, de la que ayer se vieron varias muestras más, genera la sensación de soledad entre los ciudadanos, que están esperando precisamente que las instituciones vengan a ayudar.
Y esto es significativo porque la opción política que más está reclamando la intervención del Estado es justamente aquella que ha insistido una y otra vez en la necesidad de la no intervención del Estado. Las consecuencias de esa visión han sido catastróficas, y no solo por lo apreciable en esta tragedia. Los países más importantes del mundo están operando justo al revés y han apostado por reforzar sus capacidades estatales. Solo Europa apuesta por seguir con las fórmulas de la era global y del orden basado en reglas mientras da bandazos respecto de su futuro: las fórmulas que se han utilizado hasta ahora, y que nos han causado grandes problemas, ya no sirven. El resto del mundo, desde EEUU hasta China, pasando por India o Turquía son conscientes de ello, hasta el punto de que miran al continente desde la suficiencia.
La semana ha sido políticamente devastadora, por lo que implica de errores, de hipocresías, de retrato de lo peor del mundo político, y también por lo que subraya acerca de equivocaciones que no serán corregidas. Ha mostrado las debilidades de las dos formas de pensamiento política, las de la derecha y las de la izquierda, de una manera brutal. Hay que insistir en que las consecuencias se verán a medio plazo, ahora es el momento del shock, pero el clima social ya está asentado. La encuesta de Ipsos, el Broken System Index, es contundente al respecto: el 61% de los españoles pensaba hace dos años que "a los partidos tradicionales y a los políticos no les importa la gente como yo". Y eso era entonces."
( Esteban Hernández , El Confidencial, 03/11/24)
No hay comentarios:
Publicar un comentario