8.6.10

El fraude es la causa de la crisis mundial

"Les escribo a ustedes como profesional de una disciplina desgraciada. La teoría económica, tal como se enseña desde los años 80, ha fracasado miserablemente en punto a entender las fuerzas determinantes de la crisis financiera.

Conceptos centrales, como los de las “anticipaciones racionales” y la“disciplina de mercado”, así como la “hipótesis de la eficiencia de los mercados”, llevaron a los economistas a sostener que la especulación estabilizaría los precios, que los vendedores actuarían para proteger su propia reputación, que podía confiarse en el caveat emptor y que, por consecuencia, no podría darse un fraude generalizado.

No todos los economistas creyeron eso. Pero la mayoría, sí.
De manera que el estudio del fraude financiero mereció poca atención. Prácticamente, no existen institutos de investigación consagrados a ese estudio (...)

Los economistas han subestimado el papel del fraude en todas las crisis que han estudiado, incluidas la debacle de las Cajas de Ahorros provinciales (Saving&Loan) de los años 80 y 90, la transición en Rusia, el desplome financiero asiático y la burbuja punto.com. Y siguen haciéndolo. (...)

El penalista y economista William K. Black, de la Universidad de Missouri-Kansas City, es nuestro más capaz y sistemático analista de las relaciones entre el crimen financiero y la crisis financiera. Black muestra que el fraude contable ha de darse por descontado cuando puedes controlar la institución que lo comete: “la mejor manera de robar un banco es poseerlo”.

La experiencia de la crisis de Savings&Loan mostró cómo se tomaba el control de empresas con el explícito propósito de despojarlas, de sangrarlas.
(...)

El análisis formal nos enseña que los fraudes de control siguen ciertas pautas. Crecen rápidamente y obtienen una elevada rentabilidad, certificada por empresas contables. Pagan más que estupendamente. Al propio tiempo, rebajan drásticamente sus criterios, formando nuevos negocios en mercados anteriormente considerados de demasiado riesgo para el negocio honrado.

En el sector financiero, eso toma la forma de una suscripción relajada –no: peor que eso— combinada con cierta capacidad para pasar la patata caliente al más necio que se encuentre a mano. En la California de los 80, Charles Keating observó que el contrato de una caja de ahorros era una “licencia para robar”. En los 2000, las hipotecas subprime han venido a ser algo análogo.
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En el sistema que llegaron a desarrollar, los documentos hipotecarios originales quedaban enterrados –cuando quedaban— en los registros de los originadores del crédito, muchos de los cuales, entretanto, o desaparecidos o absorbidos por otra entidad. Si se examinaran debidamente, esos registros mostrarían el alcance de la documentación faltante, de las prácticas abusivas y del fraude.

Hasta ahora, no disponemos sino de pruebas muy limitadas de eso, señaladamente un estudio realizado en 2007 por Fitch Ratings sobre una pequeña muestra de RMBS [títulos residenciales hipotecariamente respaldados, por sus siglas en inglés] de alta calificación, en donde se halló “fraude, abuso o documentación faltante en casi todos los ficheros”.
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Una vez empaquetadas y titulizadas las hipotecas subprime, las agencias de calificación no procedieron a estimar concienzudamente la calidad de los préstamos subyacentes. En vez de hacerlo, se limitaron servirse de modelos estadísticos, a fin de generar calificaciones que hicieran oportunamente aceptables a los inversores los RMBS resultantes.

Cuando se presume que los precios seguirán subiendo siempre, la conclusión es que un préstamo respaldado por un activo siempre podrá refinanciarse; por lo tanto, la situación actual del prestatario es irrelevante.
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Un tercer elemento del brebaje tóxico era un simulacro de “seguro”, suministrado por el mercado de permutas de incumplimiento crediticio (credit default swaps: CDS). Se trata de instrumentos apocalípticos en un sentido muy preciso: generan efectivo para el emisor de los mismos hasta que ocurre el evento crediticio.

Si el evento crediticio es suficientemente grande, entonces el emisor falla, momento en el cual el gobierno se enfrenta a un chantaje: o entra al rescate o colapsa el sistema. Las CDS difundieron por todo el sistema financiero global las consecuencias del desplome de los precios inmobiliarios.
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La reciente teoría económica de las finanzas es ciega respecto de todo esto. Analiza acciones, bonos, opciones, derivados, etc., como si fueran títulos cuyas propiedades pudieran aceptarse sin mayores problemas por el valor declarado y cuantificarse en términos de rendimientos y riesgos. Pero todo en la fórmula depende de que los instrumentos sean como aparentan ser. Pues, de no ser así, ¿qué fórmula podría aplicárseles?

Una rama más antigua de la teoría económica institucional había comprendido ya que un título es un contrato legal. Será bueno en la medida en que lo sea el sistema legal que lo respalda. El fraude es inevitable, pero en un sistema que funcione bien, será raro.

Ha de considerarse –fundadamente— un problema menor. Si el fraude –o aun la percepción de fraude— llega a dominar el sistema, entonces no hay la menor base para un mercado de títulos. Se convierten en basura. Y, más profundamente, también las instituciones responsables de crearlos, calificarlos y venderlos.

Los fraudes de control siempre terminan en un fracaso. Pero el fracaso de la empresa no significa el fracaso del fraude: quienes lo perpetran suelen acabar ricos. En algún momento, eso exige la subversión, el soborno o la derrota de la ley. Así intersectan crimen y política. En su núcleo, por tanto, la crisis financiera fue una quiebra del imperio de la ley en los EEUU. (...)

Supongamos que la investigación que ustedes van a emprender ahora confirma la existencia de un fraude persistente, en el que están involucrados millones de hipotecas, miles de calificadores, suscriptores, analistas y ejecutivos de empresas, así como funcionarios públicos que colaboraban mirando para otro lado. ¿Cuál es la respuesta adecuada? (...)

Pero tienen ustedes que actuar. La única alternativa a eso es que, andando el tiempo, la quiebra pase del sistema económico al sistema político. (...)

Así las cosas, me permitirán ustedes decir que el país se enfrenta hoy a una amenaza existencial. O el sistema legal cumple su tarea, o no se logrará la restauración del sistema de mercado. Tiene que procederse a un saneamiento total, transparente, efectivo y radical del sistema financiero, y también a la depuración de los funcionarios públicos que traicionaron la confianza pública.

Los financieros deben sentir, hasta las entrañas, el poder de la ley. Y la población, que vive con la ley, debe ver clara e inequívocamente que es así. Gracias por su atención."
(SinPermiso, 06/06/2010, citando a 'Porqué los economistas no vieron el fraude financiero que terminó por colapsar la economía. Testimonio ante el Senado de los EE.UU' de James K. Galbraith)

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