Estas crisis se traducían frecuentemente en depreciaciones violentas de la moneda; en el caso español, al estar integrada en el euro, este impacto es menor, pero se ha traducido en la suspensión de los flujos de capital extranjero. En el vocabulario de los economistas, España ha sufrido un típico frenazo repentino (sudden stop) de los flujos de capitales.
Este frenazo no era inevitable. Durante la última década, España experimentó el típico proceso económico que se genera tras un episodio de desregulación o de cambio estructural. En el caso español, fue la creación del euro, que permitió una caída permanente de los tipos de interés y una aceleración de los flujos de capital desde los países más ricos de la zona euro, con exceso de ahorro, hacia los más pobres, necesitados de capital. Esto es lo que la teoría económica predice y que genera las bases del crecimiento sostenido.
Los países más ricos prestan dinero a los más pobres, los cuales -en teoría- invertirán estos flujos de capital en actividades productivas que aumentaran su crecimiento potencial; este mayor crecimiento generará la riqueza necesaria para devolver más adelante los prestamos. Es decir, los países más pobres reciben flujos y generan un déficit por cuenta corriente que es, a priori, sostenible.
A priori. Porque la clave del párrafo anterior es "invertirán estos flujos de capital en actividades productivas". Pensemos un momento. El estereotipo español es la economía del ladrillo. ¿Pero qué significa este concepto? ¿Que las familias españolas se endeudaron demasiado para adquirir sus viviendas, como sucedió con el fenómeno subprime en Estados Unidos? No, el Banco de España, en su calidad de supervisor, trabajó muy duro para que la calidad de las hipotecas españolas se mantuviera alta.
No, el error español fue diferente. Tras más de una década de crecimiento ininterrumpido, se creó una sensación de que España realmente no tenía una restricción presupuestaria. El siempre creciente valor del suelo servía como colateral para que las empresas industriales españolas se apalancaran y se embarcaran en múltiples adquisiciones. Los promotores inmobiliarios parecían haber descubierto la piedra filosofal y ampliaban sin parar su cartera de construcciones. Y gracias a este siempre creciente valor inmobiliario, los ingresos fiscales, sobre todo en las regiones y municipios, aumentaban sin fin. Teníamos la sensación de tener más dinero del que nos podíamos gastar.
Y en esos casos, ya se sabe, se cometen muchos errores. Los museos y estaciones ferroviarias de diseño se multiplican, se construyen aeropuertos en regiones escasamente pobladas, las universidades florecen en cada capital de provincia aunque haya escasos alumnos, las televisiones autonómicas proliferan... La manifestación más clara del exceso español, de la mentalidad de burbuja, se ve en la expansión insaciable del gasto de las autoridades locales y regionales, en el síndrome del "yo también".
Una gran parte de estos flujos se invirtió en actividades de escaso valor añadido, incluso negativo. Es decir, en lugar de invertir los flujos de capital para generar un futuro mejor, nos los gastamos. España es el décimo país del mundo por renta per cápita, pero el segundo en kilómetros de vía férrea de alta velocidad, ya que el AVE se convirtió en un símbolo al que todas las provincias parecían tener derecho. ¿Tenía sentido?." (ÁNGEL UBIDE: El frenazo repentino. El País, Negocios, 11/07/2010, p. 17)
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