"Un país pequeño como Islandia, con algunas características peculiares,
está emergiendo como un paradigma diferente entre los nubarrones de la
ortodoxia que imponen las teorías neoclásicas.
Tras una crisis bancaria brutal, prefirió no inyectar fondos públicos
y dejó caer a una serie de bancos, lo que provocó la suspensión de
pagos de algunos de ellos, es decir los ciudadanos islandeses apenas
tuvieron que aportar fondos para salvar a entidades que en muchos casos
habían sido responsables del colapso financiero.
Los tres principales
bancos llegaron a acumular activos que sumaban 13 veces lo que producía
ese país en un año. En medio de la debacle financiera internacional, el
Gobierno islandés nacionalizó Kaupthing, Glitnir y Landsbanki para
evitar el colapso financiero y la ruina total del país.
Islandia es un buen ejemplo de cómo gestionar una crisis bancaria con equidad
El gobierno optó por garantizar los depósitos y decidió que no
pagaran sus deudas externas, lo que generó una convulsión inicial
realmente notable: la corona islandesa ya había perdido un 58% de su
valor, la inflación se disparó hasta el 19% en enero de 2009 y ese mismo
año la economía se contrajo un 7%. El primer ministro, Geir Haarde, fue
obligado a dimitir en enero de 2009 y ahora se enfrenta a los
tribunales, con serias posibilidades de ir a prisión.
Además de todo esto, Islandia impuso una restricción de movimientos
de capital, que aún perdura hoy día, pero que es esencial en casos como
este de graves crisis bancarias, algo que sorprende no se haya llevada a
cabo en Grecia, por ejemplo.
La situación económica hoy es manifiestamente mejor que en aquellos
días tan lúgubres. Han recibido ayudas cuantiosas del FMI, Rusia y los
países nórdicos, y gracias a su apuesta por la industria, han mejorado
sustancialmente la situación macroeconómica.
Se enfrentan, eso sí, a
unas denuncias por parte de Reino Unido y Holanda por el impago de una
parte de la deuda externa, decisión ratificada en referéndum dos veces
por la ciudadanía, lo que sin duda ha abierto un precedente que
seguramente habría que incorporar como práctica habitual para este tipo
de conflictos.
Este año Islandia podría crecer más del 4%, la tasa de paro cerrará
el ejercicio en el 3,7%, lo salarios aumentarán un 8,3% nominal,
mientras que la inflación apenas superará el 2%. Cualquier estamento
sensato alabaría este comportamiento y alentaría a que se mantuviese,
máxime si encima pudiese alcanzar un superávit del 0,8% del PIB. Pero
como cualquier aguafiestas, el FMI ya ha lanzado las señales de alarma
pertinentes: se acerca un recalentamiento y el descontrol de la
inflación. Los culpables de todo esto: los salarios.
En un país donde la desigualdad es manifiestamente menor que otras
economías, incluso controlando por tamaño, se antoja ridículo que el
gran problema de un país tan castigado como Islandia se intente frenar
simplemente la recuperación del nivel salarial previo al colapso
económico de 2008.
Esta táctica del FMI, que también es del agrado de la
Comisión Europea y el Eurogrupo, solo esconde una atribución teórica
errónea a la función del dinero como variable exógena, y no endógena.
La
psicosis de la inflación salarial, como mantra de todos los males de la
economía occidental, lo único que revela es una preferencia por el
mantenimiento de la desigualdad salarial y por la entrada y
mantenimiento de una parte no desdeñable de la sociedad en los umbrales
de pobreza. (...)
Pero a pesar de todo, la lección de cómo encarar una crisis bancaria sin
apelar a la socialización de pérdidas y el buen uso de quitas de deuda,
son pequeñas victorias que algunos se empeñan en ocultar. Si además, el
país es sensible a la idea de que bajando salarios y creando guetos de
pobreza permanentes, como en España, Portugal o Grecia, no se consigue
nada, aunque se equilibren las cuentas públicas, al menos habremos
ganado una pequeña batalla. Nos queda la gran guerra." (Alejandro Inurrieta, Vox Populi, 28/06/2015)
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