"(...) Ahora, con la crisis de la pandemia, aparecen nuevas exigencias
porque somos conscientes de la debilidad de nuestro país, y echamos de
menos una estructura productiva que no nos haga dependientes de las
cotizadas, del sol, la playa y el ladrillo o un desarrollo que nos
hubiera situado entre los países tecnológicamente más avanzados.
La idea
de la reindustrialización española vuelve a la luz, pero también la de
una nueva economía verde y digital que genere empleos cualificados; de
fondo, persiste la apuesta por fortalecer las grandes empresas y ajustar
el presupuesto, sin más. Estas son las tres grandes direcciones que se nos ofrecen para salir de esta crisis.
Son
propuestas que pueden ser efectivas sobre el papel, pero que hacen
abstracción de que la realidad española es la que es y que cualquier
solución pasa, en primer lugar, por tomarla en cuenta. Un planteamiento estratégico sensato no excluiría ninguna posibilidad, sino que trataría de sacar partido de lo existente: nos hacen falta empleos, no estamos para perder ninguno. Pero también subrayaría las debilidades que subyacen.
Dejar las cosas como están, fortalecer las grandes empresas en
dificultades y ajustar los presupuestos tendrá la consecuencia lógica de
que esas empresas serán cada vez menos españolas, porque son carne de adquisición, y eso sin contar con que las tecnológicas se comerán
parte de su negocio. Pensar en el mundo verde y digitalizado como
solución, que en abstracto tiene su recorrido, puede conducir a
inversiones baldías, porque otros países aprovecharán mejor sus
oportunidades y los fondos aportados no serán más que subvenciones a
grandes empresas con escaso recorrido productivo y laboral. Del mismo
modo, la reindustrialización también puede llevarnos a construir
castillos en el aire sin ninguna efectividad en un mundo que ha girado
hacia la desglobalización.
Para llevar a cabo cualquiera de estas opciones, sería preciso
disponer de un pensamiento estratégico del que carecemos, porque hemos
decidido no contar con el talento que todavía hay en la sociedad
española. En esta época mediocre, en la que nos hemos limitado a seguir
las tendencias generales y a aceptarlas acríticamente, también hemos
desmantelado aquellas estructuras que nos permitían cierta
planificación, cierta orientación de nuestra economía, y que podrían
aportar el conocimiento pragmático que necesitamos.
Todo esto ha sido sustituido por técnicos acríticos que simplemente siguen las tendencias internacionales y que, como los gregarios excelentes de Deresiewicz, hacen su tarea con entusiasmo y presteza, pero son incapaces
de imaginar otras maneras de conseguir resultados o, lo que es todavía
peor, de ejecutar sus tareas de forma que esas grandes ideas beneficien
al común de la sociedad.
Es una pérdida muy preocupante,
por varios motivos. El talento pragmático ayudaría a identificar qué
sectores pueden crecer, cuáles tienen mayor recorrido y cómo se puede
potenciar lo existente, lo que nos haría ganar metros en la carrera, así
como permitiría no olvidar las necesidades estratégicas del país o
entender por qué las pymes españolas son tan importantes. Pero
también serviría para introducir una crítica necesaria en un sistema
informalmente jerárquico y muy agotado en sus propuestas. Ambos
elementos no son excluyentes y pueden desarrollarse a la vez: ser
pragmático en lo concreto no impide trazar soluciones a medio plazo.
Esto es particularmente importante ahora, porque hemos entrado en
tiempos de cambio. Vivimos en un sistema muy peculiar, que aboga
permanentemente por la ortodoxia —y en la economía es evidentísimo—, pero que lleva tiempo adoptando opciones heterodoxas a mansalva, encubiertas con la excusa de la excepcionalidad.
El Quantitative Easing ha sido una de ellas, como los dos rescates a la
economía que llevamos en una década, o como las ayudas estatales a las
empresas nacionales que ha aprobado la UE, o como tantas otras cosas.
Quizá sea el momento de ser coherentes, abandonar esa excelencia gregaria,
constatar hasta qué punto la heterodoxia se ha convertido en la nueva
normalidad, y aceptarla sin mayores reparos. Necesitamos reconstruir un
sistema roto, que no está funcionando
para la mayoría de la gente y que está causando graves problemas
internos, en términos sociales y políticos, y hay que trabajar
pragmáticamente en esa dirección.
De momento, todo lo que tenemos es negación de las vías de salida,
con líderes y técnicos en las instituciones y en las empresas que no
han comprendido el momento de la historia en que nos encontramos, que se
siguen empeñando en trazar los mismos caminos y que tampoco saben
desarrollarlos con eficacia.
Creo profundamente en las ideas, en las nuevas perspectivas, en los
enfoques diferentes, en la innovación, pero también sé que una idea por
sí misma no es definitiva. La historia está llena de ejemplos en los que el concepto choca radicalmente con su expresión concreta:
el keynesianismo puede convertirse en una forma, como es la actual, de
arrojar más dinero sobre los ricos en lugar de promover las capacidades
productivas y de mejorar el nivel de vida de toda la sociedad; el
comunismo puede convertirse en un instrumento para que las élites del
partido capten los recursos de sus países, y el capitalismo en una forma
que permite a las élites captar las riquezas de sus países, y todo ello
con independencia de cuáles sean sus teorías explícitas; incluso el
cristianismo puede dar lugar a sociedades muy opresivas totalmente
diferentes a las enseñanzas de Jesús.
Y cuando eso ocurre con las grandes ideas de la historia, es fácil entender que sucede sin problemas con todas las demás. Las ideas no son invulnerables, sino que dependen de su utilización, de su desarrollo y del balance social de fuerzas.
Por
eso sé que las ideas no se construyen en el vacío, que requieren de
organización, estructuras, fuerzas que las impulsen y personas
capacitadas que las lleven a la práctica. En España, no tenemos ni una
cosa ni otra, porque a la hora de las ideas hemos preferido trasladar
íntegramente las que funcionaban fuera, y porque tampoco hemos contado
con el talento que necesitamos. Eso nos ha hecho un país mediocre en los más diversos ámbitos." (Esteban Hernández, El Confidencial, 08/06/20)
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