"El coronavirus llegó, si podemos enunciarlo así, en el momento oportuno. Los desesperados intentos por saldar la montaña de deuda pública acumulada durante las últimas tres o cuatro décadas, buena parte de ellas desde la introducción del euro y la crisis financiera de 2008, habían sido en vano (excepto en Alemania, el polo de prosperidad de la eurozona).
Entretanto los costes del capitalismo seguían incrementándose, mientras el capital se mostraba remiso a contribuir a los mismos, afirmando testarudamente su derecho a beneficiarse gratis del próximo paraíso fiscal. Las infraestructuras se desmoronaban, las tareas de reparación ambiental tenían que ser pospuestas ad calendas graecas, los europerdedores (¡Italia!) exigían una compensación o algo más y los electorados “populistas” tenían la desfachatez de insistir en lo que consideraban que eran sus derechos, por ejemplo, a disfrutar de un empleo seguro y de pensiones dignas para lo cual tenían que moderar sus demandas salariales a la espera de tiempos mejores.
El “déficit cero” y el superávit primario, el santo grial de la austeridad en las finanzas públicas, se habían demostrado desde hacía mucho tiempo como un serio impedimento. El problema era cómo deshacerse de ambos de modo que las facturas más urgentes pudieran pagarse mediante un ulterior endeudamiento suscrito por los acaudalados beneficiarios de las sucesivas y diversas reformas tributarias, resolviendo una vez más un problema mediante el exacerbamiento de otro. Entonces llegó el coronavirus y, ¡sorpresa, sorpresa!, se produjo otro espasmo de vida para el Estado pivotado por el endeudamiento.
(...) la UE está pidiendo un presupuesto especial de reconstrucción para paliar los efectos del coronavirus de 750 millardos de euros, que serían gastados en 2021 y 2022 (a efectos comparativos recordemos que el PIB español fue de 1.245 millardos de euros en 2019). La financiación ha de ser mediante endeudamiento, aunque la UE no puede endeudarse a tenor de los Tratados vigentes. La deuda se va a emitir a largo plazo y el reembolso comenzará tan solo a partir de 2028 con el siguiente periodo presupuestario ordinario.
Para entonces la UE espera disponer de la capacidad de recaudar sus propios impuestos; si no es así, deberá servir la deuda a partir de su presupuesto ordinario, que previsiblemente tendría que ser incrementado para ello. Dos tercios de los 750 millardos de euros serán desembolsados como subvenciones, el resto como préstamos. La totalidad de los Estados miembros obtendrá algo con independencia de la intensidad con la que les haya golpeado el coronavirus y de cuánto gasten en sus planes de recuperación nacional. (...)
Las asignaciones a los distintos países se hallan especificadas casi hasta el ultimo céntimo aparentemente de acuerdo con una compleja formula, que no es fácil comprender de forma inmediata. Así, Francia va a obtener 38,8 y Alemania 28,8 millardos de euros (Alemania va a gastar 132 millardos de euros en dos paquetes de recuperación nacional). Italia recibirá la parte del león percibiendo 172,7 millardos de euros, de los que 81,8 millardos asumirán la forma de transferencias; le sigue España, que percibirá 140,4 millardos, 77,3 de los cuales serán transferencias. Curiosamente, Polonia, que ha tenido una incidencia del covid-19 muy baja, es el tercer país receptor, recibiendo 63,8 millardos de euros, de los cuales 37,7 millardos serán transferencias.
Obsérvese, sin embargo, que nada de esto está escrito en piedra y que la totalidad del proyecto puede acabar siendo otro caso más de la interminable serie de promesas vacías de la UE. Por ejemplo, parece que para asignar esos 750 millardos de euros todos los parlamentos nacionales deben estar de acuerdo sin excepción. Por otro lado, Alemania y Francia han expresado sus dudas sobre el hecho de que que los 750 millardos de euros sean realmente necesarios o políticamente posibles y están sugiriendo que se verifique uno u otro tipo de reducción para aproximarse a los 500 millardos de euros, que habían sugerido conjuntamente.
Y mientras tanto algunos países se oponen a que se entregue cualquier tipo de cantidad en concepto de subvención, mientras otros, especialmente los europeo-orientales, temen que sus subsidios sean recortados en beneficio de los países golpeados por el coronavirus. Todas estas cuestiones tendrán que ser resueltas durante el segundo semestre de este año, cuando por azar Alemania ocupará la presidencia de la UE.(...)
Así pues, Angela Merkel, en su último invierno como canciller, tendrá que fraguar un compromiso tanto entre países, como entre la UE y el acervo de sus Tratados. (...)
¿Cómo se asignará a los países su cuota actual de la bonanza de los 750 millardos de euros? De acuerdo con la Comisión, el dinero no fluirá antes de enero de 2021 y entonces únicamente para proyectos específicos aprobados uno por uno por ella misma, los cuales se espera que se hallen concluidos o, al menos, bien encarrillados a finales de 2022. Poco tiempo para unos recursos ingentes.
(...) ¿cómo asegurará que el nuevo dinero europeo será realmente gastado adicionalmente y no simplemente ocupará el lugar de recursos nacionales ya existentes susceptibles de ser dirigidos a reducir los impuestos o rebajar la edad de jubilación? Lo que se antoja necesario en este caso es una burocracia de planificación central mucho más poderosa sobre el terreno de lo que lo fue el Gosplan en la desaparecida Unión Soviética.
Por otro lado, la financiación condicional, una exigencia en la que los países pagadores es probable que insistan, puede ser percibida como una interferencia sobre la soberanía nacional de los países que reciben estos recursos. Hace unas semanas, el primer ministro italiano Giuseppe Conte rechazó airadamente 39 millardos de euros de asistencia para la emergencia del coronavirus procedentes del Mecanismo de Estabilidad Europeo, aduciendo que la aceptación de esos recursos traería aparejadas exigencias adicionales de “reforma” a su disfrute. (...
Será interesante comprobar qué sucede si la Comisión, con independencia de que financie o no las solicitudes italianas al fondo de “reconstrucción” tras el coronavirus, intenta dictar a Italia la agenda de “reforma” frente a la cual han caído los sucesivos gobiernos italianos desde 2008.
Las sospechas pueden surgir fácilmente, por supuesto, e inevitablemente lo harán entre los conocedores de la política de la UE conscientes de que la condicionalidad es únicamente una fachada para tranquilizar a las ciudadanías del norte de Europa y quizá también a sus gobiernos, y de que ni el veto ni la supervisión serán objeto de una voluntad seria de implementación, no existiendo, por otro lado, la capacidad administrativa para llevarlas a cabo.
(...) un acuerdo político a la vieja usanza fortalecido por la presión moral del coronavirus: mantener vivo el euro comprando el apoyo para ello de los gobiernos europerdedores, mientras se extienden los poderes y el alcance fiscal de la burocracia europea.
Suceda lo que suceda, el dinero extra será un obsequio para los gobiernos “proeuropeos” que luchan contra el sentimiento nacional “antieuropeo” de sus poblaciones. En este sentido el paquete de la “Next Generation UE” será simplemente otro ejercicio para comprar tiempo (los italianos recordarán que cuando el Italexit se hizo más popular en su país repentinamente se descubrió dinero donde nadie se lo esperaba). Durante cuánto tiempo funcionará esto nadie lo sabe, sin embargo.
No mucho si las demandas de “reforma estructural” exigidas a cambio de los recursos monetarios transferidos son algo más que palabras. Igualmente, cuando el dinero se haya gastado, la gente percibirá que una inyección puntual de recursos efectuada desde arriba, por elevada que sea, no puede curar las deficiencias institucionales de una unión monetaria igual para todos establecida entre países democráticos altamente diversos económicamente hablando.
Entonces, finalmente, se presentarán las consabidas demandas de que las transferencias de recursos monetarios se sometan al criterio habitual. En ese momento, sin la ayuda del coronavirus mediante, es probable que se aplique el viejo adagio alemán: Beim Geld hört die Freundschaft auf, que puede traducirse aproximadamente como “la amistad y el dinero son como el agua y el aceite” o, en otra versión, “presta tu dinero y pierde un amigo”.
(Wolfgang Streeck . Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia. El Salto, 19/06/20)
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