13.1.10

A comer a Cáritas... en un Mercedes...

"El desplome de la construcción arrastró a la industria que vive a su alrededor. Villacañas, un pueblo de Toledo donde se fabricaba el 73% de las puertas que se colocaban en las viviendas españolas, vivió un sueño durante los años de la burbuja. Todo empezó en los años cincuenta en una pequeña carpintería, Puertas Cuesta. De ahí fueron naciendo empresas y cooperativas que llenaron las afueras de enormes fábricas.

En los años de mayor auge se vendieron más de 12 millones de puertas al año. Con una población de 10.900 personas, cerca de 6.000 vivían directa o indirectamente de las puertas. El dinero llovía en el pueblo. Los coches de gran cilindrada se paseaban por las nuevas urbanizaciones, hoy casi desiertas, que se construyeron durante la abundancia. Llegaron negocios que sólo se encuentran en las grandes ciudades y los bancos abrieron sucursales en muchas esquinas. Se vivía a todo tren.

Bienvenido Pérez regenta ahora un bar en el centro de Villacañas, pero durante 14 años estuvo dedicado a las puertas. Recuerda que el 2 de abril de 2008, al entrar en la fábrica, se topó de frente con un cartel: "A partir de hoy estáis de vacaciones retribuidas". Su empresa fue la primera en caer y los trabajadores acabaron cobrando del Fondo de Garantía Salarial. Después cayeron otras. Se acabó la fiesta y los años de gloria de Villacañas.

El bar de Bienvenido está frente a una oficina del INEM, colapsada desde enero. Las historias de los parados que suelen tomar café mientras llega su turno son terribles. "Escuchas de todo. Que si voy a acabar robando un banco..., que si estoy embargado", cuenta la mujer de Bienvenido al otro lado de la barra. Un parroquiano, apurando su botellín, sostiene que muchas familias del pueblo, endeudadas, han tenido que echar mano de Julita Zaragoza, una octogenaria que regenta un albergue en el que se reparte comida. "Van allí, algunos con Mercedes de 50.000 euros, pero sin nada que echarse a la boca", deja caer.

Hay que cruzar una plaza y una calle hasta encontrarse con el albergue de San José. De primeras, Julita contesta desconfiada por el telefonillo: "¿Quién es? Aquí no se vende nada". Abre al rato y muestra una por una todas las habitaciones y los almacenes donde se apila la comida y la ropa. Zaragoza, muy resuelta, cuenta que quienes más han sufrido han sido los autónomos, que tras el cierre de las fábricas han dejado de trabajar. Ellos ni siquiera han recibido una indemnización: sencillamente han dejado de tener ingresos.

Gestionado por Cáritas, Julita y las voluntarias también pagan facturas de agua y luz a quien lo necesita. Esta semana ayudarán a 85 familias. "Nadie viene a pedir por pedir. Es humillante. El pueblo vivía en una nube. Se mataban a trabajar, pero lo gastaban todo. Han vivido muy bien y ahora no hay nada", reflexiona. ¿Y el rumor de que hay quien viene aquí montado en un Mercedes? "Es cierto, aunque no lo dejan aparcado en la puerta. Pero el coche no se come, no sirve de alimento, ¿verdad?". (El País, Domingo, 27/12/2009, p. 2/3)

No hay comentarios: