"Beneficios.
La legalización tendría un efecto serio sobre los márgenes de ganancia del crimen organizado: reduciría su capacidad de corrupción, reclutamiento y violencia.
Reduciría también los conflictos y la inestabilidad política en los países productores y de paso.
Reduciría los costos sociales poniendo fin a una de las causas principales del crimen y de la prostitución callejeros.
Reduciría el tamaño de la población carcelaria no violenta.
Abriría un espacio a la regeneración de barrios pobres, tomados por el narcomenudeo en innumerables ciudades del mundo desarrollado y del no desarrollado.
Liberaría una enorme cantidad de recursos públicos dedicados hoy a la persecución, para canalizarlos a la educación y la salud, en un entorno de mayor transparencia sobre los efectos del consumo de drogas en las costumbres y la conducta de la población.
Países de producción y paso como México podrían concentrar sus esfuerzos de seguridad pública no en perseguir el tráfico, sino en contener los crímenes que afectan la vida diaria de los ciudadanos: homicidio, secuestro, extorsión. Y a contener las actividades de un crimen organizado de proporciones controlables.
Garantizaría, como sucede con el alcohol, la calidad industrial o química de los estupefacientes, y la responsabilidad pública, como negociantes legales, de los encargados de satisfacer la demanda.
Para México la legalización tendría un beneficio político adicional: las drogas desaparecerían de la agenda bilateral con Estados Unidos, reduciendo significativamente los conflictos con ese gobierno.
Lo que la legalización no puede resolver es la existencia de usuarios de consumo problemático o adictivo, que se enganchan en las drogas con daños irreparables, a veces mortales, para su salud.
Tampoco resuelve los problemas subyacentes al abuso de las drogas: pobreza, desempleo, falta de oportunidades, trastornos mentales.
Tampoco termina con el crimen organizado. Puede suceder incluso que durante un tiempo aumenten las actividades criminales de grupos despojados de sus rentas y ansiosos de volver a ellas. Pero los gobiernos dispondrán de más recursos para lidiar con el problema y el crimen organizado tendrá menos para crearlo.
En todo caso, nadie propone la legalización como una panacea, sino como una elección pública de un “mal menor”.
Legalizar las drogas en el sentido apuntado de regularlas implica un riesgo y tiene un costo. Nadie puede decir que es inocua y que no planteará problemas de consumo, adicciones y otras “consecuencias no buscadas”.
Quizá el alegato más sólido contra la legalización de la heroína y cocaína sea el de James Q. Wilson: “Against Legalization on Drugs”, cuya lectura es obligada para los interesados en el debate sobre el tema.
Maleficios.
Los argumentos inteligentes contra de la legalización suelen basarse en dudas sobre sus beneficios.
En primer lugar, está el argumento de qué hará el crimen organizado cuando se vea ahogado por la falta de grandes ganancias. ¿Se extenderá criminalmente a otros delitos como el secuestro y la extorsión? ¿La legalización puede traer consigo un aumento de crímenes distintos al narcotráfico? ¿Veremos consolidarse una gigantesca astronomía de mafias dedicadas a extorsionar a los ciudadanos ya que no obtienen ganancias de los consumidores de enervantes?
Creemos que no, por la naturaleza misma del crimen que se persigue. La diferencia entre el narcotráfico y crímenes como la extorsión o el secuestro, es que en la narcoventa los delincuentes gozan de la complicidad de sus víctimas. Los consumidores de drogas prohibidas quieren consumir, buscan a sus proveedores: son la mitad activa del delito.
Los secuestrados y extorsionados, no. Todo lo contrario: huyen de sus victimarios. Para los criminales es más riesgoso, y al final menos rentable, obtener una ganancia de quien los rehúye que de quienes establecen con ellos un acuerdo voluntario de comercio para comprar drogas ilegales.
A diferencia del consumidor de drogas, las víctimas de secuestro o extorsión buscan como aliada a la autoridad que puede protegerlos, no a los narcotraficantes que les venden lo que quieren.
Si se legalizan las drogas, quizá los narcotraficantes busquen el negocio en otros crímenes. Pero la diferencia en las rentas, en los riesgos y en el interés de las víctimas, permite suponer que fuera de la lógica de las drogas prohibidas el crimen organizado no tendrá el poder corruptor, la capacidad de violencia ni la complicidad social de que goza.
En segundo lugar está la pregunta obvia: ¿por qué un mercado legal regulado no daría lugar también a un mercado negro no regulado?
Seguramente sí. Pero los volúmenes, los márgenes de ganancia y la cantidad de personas involucradas en el crimen organizado serían mucho menores. Quienes decidan participar en el mercado enfrentarán menos costos si lo hacen legalmente y tendrán ganancias menores pero más estables. Querrán evitar los costos de violencia que hay en los mercados ilegales.
Habrá, sin duda, mercados negros, como los hay del alcohol, del tabaco, de las medicinas, y piratería de otros productos. Pero, ¿tienen esos mercados negros las mismas consecuencias que el mercado ilegal de drogas? Es obvio que no, porque la regulación y las leyes importan. Pueden no cumplirse, pero eso no implica que su cumplimiento no genere beneficios, y su incumplimiento, costos.
En tercer lugar, está el argumento del efecto de largo plazo de un mercado legal de más sustancias tóxicas disponibles para una sociedad que de por sí vive en altos niveles tóxicos y con severas consecuencias de adicciones con sustancias que ya son legales.
Aunado a esto, hay indicios de que el consumo de ciertas drogas, incluyendo el alcohol, generan cierto tipo de crímenes, violentos o imprudenciales.
Quienes abogamos por legalizar el mercado de drogas pensamos que sus riesgos y daños pueden ser mejor atendidos mediante la regulación, la información y la educación. (...)
En el largo plazo, tal vez una de las lecciones más interesantes es que el consuno de drogas no depende sólo de su disponibilidad. Hay pruebas en diferentes sociedades de que las drogas, pese a ser muy accesibles, mantienen un nivel de consumo bajo. Hay casos también de países en que la prohibición y las medidas punitivas han sido estrictas y, pese a ello, el consumo siguió elevándose.
Por lo demás, es la prohibición lo que ha dado paso a las drogas más dañinas del mercado ilegal. Drogas rebajadas y de elaboración casera, como el crack y el crystal meth, que son más nocivas que otras, probablemente nunca se hubieran inventado si la prohibición no hubiera elevado los costos de consumir drogas más puras.
En cuarto lugar está la preocupación del efecto que la oferta legal de enervantes podría tener sobre los jóvenes.
Es una preocupación válida. Si algo hay que regular con cuidado es precisamente el acceso de los jóvenes a las drogas. Entre más joven empieza una persona a consumir drogas legales o ilegales, mayores son las posibilidades de que desarrolle hábito o adicción.
El fin de la prohibición implicaría que los espacios de socialización de los niños y adolescentes ofrezcan información abundante sobre el peligro que entraña el consumo de drogas. El entorno familiar y la escuela deben jugar un papel fundamental en la educación relativa al consumo de drogas, y no sólo, como hoy, en ignorarlas. " (Nexos en línea, 'Legalizar. Un informe'. 01/10/2010)
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