"No conviene confundirse de enemigo: lo que resulta socialmente
corrosivo y peligroso es la desigualdad y la asimetría de poder, no sus
víctimas. El dinero público y la riqueza generada por las personas
trabajadoras no está subvencionando a los pobres, sino a los ricos. (..)
No conviene confundirse de enemigo: lo que resulta socialmente
corrosivo y peligroso es la desigualdad y la asimetría de poder, no sus
víctimas (las personas más vulnerables). Los que se apropian del bien
común son los ricos y poderosos, no los pobres e inmigrantes.
Solo hay
que recordar que un puñado de personas que caben en un bar pequeño de
barrio acaparan más riqueza que el 50% de la población mundial o que el
1% de los humanos dispone de tanta riqueza como el 99% restante. Con
estas cifras en mente, nadie puede argumentar que a la sociedad le sale
caro mantener a las personas en riesgo de exclusión social sin que suene
a distorsión malintencionada de la realidad.
El dinero público y
la riqueza generada por las personas trabajadoras no está
subvencionando a los pobres, sino a los ricos. Los ricos se subvencionan
devorando lo público y lo común (lo generado por la sociedad y por los
ecosistemas) y reproducen su capital sin necesidad de trabajar
(intereses, rentas, herencias, especulación).
El trabajo y la riqueza,
en cambio, lo crea la sociedad, no las macro-corporaciones o la adicción
estructural al crecimiento económico (mucho menos la especulación
financiera); dichos actores, de hecho, generan dinámicas que precarizan o
destruyen tanto el empleo de calidad como el medioambiente del que
depende todo ser vivo que habite nuestro planeta (incluidos los seres
humanos millonarios).
Las personas vulnerables no quitan el
trabajo a nadie. Realmente, además de la creciente automatización que
sustituye al trabajo humano, es la dinámica del capitalismo neoliberal
la que condiciona que no florezcan empleos de calidad necesarios para la
reproducción y el mantenimiento de una vida humana próspera (en
agroecología, diseño sostenible y biomímesis, economía ecológica,
construcción de casas pasivas, energías renovables, ecología urbana y un
largo etcétera).
En lugar de dar más poder a las corporaciones y a
los dueños del capital (la falacia de que desregulando y privatizando lo
público y facilitando la vida a las macro-corporaciones se crea empleo)
deberíamos, por el contrario, tasar intensamente los bienes inmuebles y
el capital a partir de cierto umbral (pues se trata de la riqueza que
se reproduce rápidamente no solo sin necesidad de contribuir al bien
común, sino acaparándolo y destruyéndolo), no el trabajo (la
contribución, monetarizada o no, al bien común y la sostenibilidad
socioeconómica) para, de este modo, reducir la desigualdad y
subvencionar con lo recaudado una disminución general de las horas
semanales de trabajo con salarios mínimos más altos para acabar con el
desempleo, el estrés y la explotación laboral y medioambiental.
Ahora
bien, la deliberación sobre qué trabajos son necesarios para la
reproducción social y cuáles son social y ecológicamente indeseables
debería ser decidido por la sociedad en su conjunto, no por la dinámica,
facilitada por el poder estatal, de crecimiento económico a toda costa o
por las corporaciones transnacionales cuyo objetivo no coincide, en la
mayoría de los casos, con el bien común.
Obviamente, si se
generasen debates abiertos entre el conjunto de los habitantes de una
ciudad para decidir qué empleos hay que fomentar y cómo diseñar el
espacio urbano, muy poca gente defendería la necesidad de endeudar
masivamente a la ciudad y buscar inversiones extranjeras millonarias
para construir autopistas o aeropuertos innecesarios y obras faraónicas
disfuncionales que dejan infraestructuras monstruosas carísimas de
mantener, deudas eternas, corrupción urbanística y degradación ambiental
(estadios olímpicos, macro-casinos, expos, rascacielos). Estos
proyectos siempre subvencionan, con dinero público, una dinámica de
acumulación que beneficia a los que ya son ricos y generan un espacio
urbano deplorable para los demás. (...)
Que no nos engañen, los que sufren las consecuencias más dolorosas de
este sistema perverso no son la causa del problema, sino sus víctimas.
Equivocarnos al identificar las causas de nuestro malestar tiene el
contraproducente efecto de enfrentar a los oprimidos y, en consecuencia,
fortalecer al opresor. Centrarnos en las causas de los problemas, y no
solo en sus síntomas, es el primer paso para intentar crear un sistema
socialmente deseable, económicamente estable y ecológicamente viable." (Luis I. Prádanos , El Salmón Contracorriente)
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