"Ante la crisis de la COVID‑19, gobiernos de todo el mundo están dando
una vigorosa respuesta fiscal y monetaria combinada que ya llegó al 10%
del PIB global.
Pero según la última evaluación
general del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las
Naciones Unidas, es posible que estas medidas no estimulen el consumo y
la inversión tanto como esperan las autoridades.
El problema es que una porción significativa del dinero se está
canalizando directamente a la formación de colchones de capital, en un
proceso de aumento de balances precautorios. La situación es análoga a
la «trampa de liquidez» que tanto preocupó a John Maynard Keynes durante
la Gran Depresión. (...)
En períodos de gran incertidumbre, es común que haya un aumento del
ahorro precautorio, ya que particulares y empresas se aferran al
efectivo por temor a lo que vendrá.La crisis actual no es una excepción.
La angustia por el futuro y la reducción general de las oportunidades
de gasto hacen probable que buena parte del dinero entregado a familias y
empresas termine ocioso depositado en cuentas bancarias, y que los
bancos no puedan otorgar nuevos préstamos con el excedente de liquidez
por falta de destinatarios solventes dispuestos a endeudarse.
No sorprende que entre febrero y abril los excedentes de reservas en las instituciones de depósito estadounidenses se hayan casi duplicado, desde 1,5 billones de dólares hasta 2,9 billones. (...)
Este enorme aumento de las reservas bancarias hace pensar que las
políticas de estímulo implementadas hasta ahora han tenido poco efecto
multiplicador. Es evidente que el crédito bancario por sí solo no nos
sacará de este atasco económico.
Para colmo de males, el exceso actual de liquidez puede conllevar un
alto costo social. Además de las inquietudes habituales relacionadas con
la deuda y la inflación, hay también buenos motivos para temer que el
exceso de efectivo en los bancos se canalice a la especulación
financiera. Las bolsas ya exhiben grandes oscilaciones diarias; esta
volatilidad puede, a su vez, perpetuar el clima de incertidumbre, lo que
estimulará todavía más conductas precautorias y desalentará el consumo y
la inversión que se necesitan para motorizar la recuperación.
En este
caso, no sólo habrá una trampa de liquidez, sino también una paradoja de
liquidez: un enorme aumento de la oferta de moneda, con escasez de
oportunidades para su uso por parte de familias y empresas. Medidas de
estímulo bien diseñadas pueden ayudar cuando la COVID‑19 esté bajo
control. Pero mientras la pandemia siga haciendo estragos, no puede
haber regreso a la normalidad.
Mientras las empresas teman que de aquí a seis meses o a un año
la situación económica siga siendo desfavorable, pospondrán la inversión
y al hacerlo demorarán la recuperación. El único que puede romper este
círculo vicioso es el Estado. Los gobiernos deben hacerse cargo de los
riesgos actuales, ofreciendo a las empresas compensación en caso de que
transcurrido cierto lapso la economía todavía no se haya recuperado.
Para hacerlo, ya existe un modelo: los «títulos contingentes de Arrow‑Debreu» (por los premios Nobel de Economía Kenneth Arrow
y Gérard Debreu), instrumentos cuya ejecución estaría supeditada a
condiciones predeterminadas. Algunos ejemplos pueden ser: que a una
familia que compre un auto hoy, el Estado le garantice la suspensión de
los pagos mensuales si dentro de seis meses la curva de la epidemia se
mantiene en cierto punto; préstamos e hipotecas atados a los ingresos
para alentar la compra de diversos bienes duraderos (incluida la
vivienda); y disposiciones similares para inversiones reales de las
empresas.
Los gobiernos también deben analizar la emisión de vales de
gasto para estimular el consumo privado. Ya ocurre en China, donde unos
cincuenta municipios han comenzado a emitir cupones digitales que pueden
usarse para comprar diversos bienes y servicios dentro de un plazo
determinado. La fecha de caducidad los convierte en poderosos
estimulantes del consumo y de la demanda agregada en el corto plazo,
cuando más necesarios son.
Como es probable que la pandemia dure mucho más de lo que se pensó al
principio, se necesitará todavía más estímulo. Por ejemplo, aunque
Estados Unidos ya gastó más de tres billones de dólares en diversas
formas de asistencia, si no se implementan más medidas (y, esperemos,
mejor diseñadas), ese dinero sólo habrá prolongado unos pocos meses la
vida de muchas empresas, en vez de salvarlas realmente.Una idea que
funcionó en varios países es ayudar a las empresas a pagar salarios y
afrontar otros costos, en proporción a los ingresos perdidos, con la
condición de que no despidan trabajadores.
En Estados Unidos, la
legisladora Pramila Jayapal, integrante de la Cámara de Representantes
por el estado de Washington, propuso una ley de estas características, lo mismo que diversos senadores.Los
programas de estímulo mal diseñados no sólo son ineficaces, sino que
pueden ser peligrosos. Políticas erradas pueden aumentar la desigualdad,
sembrar la inestabilidad y debilitar el apoyo político a los gobiernos
justo cuando se lo necesita para evitar que la economía caiga en una
recesión prolongada. Felizmente hay alternativas, pero todavía no es
seguro que los gobiernos las adopten." (
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