"Para los que tenían dudas, Trump al menos ha dejado las cosas claras: la derecha existe y habla alto. Como tantas veces en el pasado, adopta la forma de una mezcla de nacionalismo brutal, conservadurismo social y liberalismo económico desenfrenado. El trumpismo podría describirse como liberalismo nacional o, más exactamente, capitalismo nacional. Los comentarios de Trump sobre Groenlandia y Panamá muestran su apego al capitalismo autoritario y extractivista más agresivo, que es básicamente la forma real y concreta que más veces ha adoptado el liberalismo económico en la historia, como acaba de recordarnos Arnaud Orain en un libro fascinante (Le monde confisqué. Essai sur le capitalisme de la finitude16e-21e siècle, Flammarion, 2025).
Seamos claros: al capitalismo nacional trumpista le gusta alardear de su fuerza, pero en realidad es frágil y está desesperado. Europa tiene los medios para hacerle frente, siempre que recupere la confianza en sí misma, forje nuevas alianzas y analice con serenidad los puntos fuertes y las limitaciones de esta matriz ideológica.
Europa está bien situada para entenderlo: durante mucho tiempo basó su desarrollo en un modelo militar-extractivista similar, para bien o para mal. Tras hacerse por la fuerza con el control de las rutas marítimas, las materias primas y los mercados textiles del mundo, las potencias europeas impusieron cuotas coloniales a todos los países recalcitrantes a lo largo del siglo XIX, desde Haití hasta China y Marruecos. En vísperas de 1914, se enzarzaron en una lucha feroz por el control de los territorios, los recursos y el capitalismo mundial. Llegaron incluso a imponerse tributos cada vez más exorbitantes, Prusia a Francia en 1871, luego Francia a Alemania en 1919: 132.000 millones de marcos de oro, más de tres años de PIB alemán de la época. Tanto como el tributo impuesto a Haití en 1825, salvo que esta vez Alemania disponía de medios para defenderse. La escalada sin fin está llevando al colapso del sistema y de la arrogancia europea.
Esta es la primera debilidad del capitalismo nacional: cuando los poderes se calientan demasiado, acaban devorándose unos a otros. La segunda es que el sueño de prosperidad prometido por el capitalismo nacional siempre acaba defraudando las expectativas populares, porque en realidad se basa en la exacerbación de las jerarquías sociales y en una concentración cada vez mayor de la riqueza. Si el partido republicano se ha vuelto tan nacionalista y virulento hacia el exterior, se debe sobre todo al fracaso de las políticas reaganianas, que pretendían impulsar el crecimiento pero sólo lo han reducido y han provocado el estancamiento de los ingresos de la mayoría. La productividad estadounidense, medida en PIB por hora trabajada, duplicaba la europea a mediados del siglo XX, gracias al avance educativo del país. Desde los años 90, se sitúa al mismo nivel que la de los países europeos más avanzados (Alemania, Francia, Suecia y Dinamarca), con diferencias tan pequeñas que son estadísticamente indistinguibles.
Impresionados por las capitalizaciones bursátiles y las cifras de miles de millones de dólares, algunos observadores se maravillan del poder económico de Estados Unidos. Olvidan que estas capitalizaciones se explican por el poder de monopolio de algunos grandes grupos y, de manera más general, que las cantidades astronómicas en dólares son en gran parte el resultado de los elevadísimos precios impuestos a los consumidores estadounidenses. Es como si analizáramos la evolución de los salarios sin tener en cuenta la inflación. Si razonamos en términos de paridad de poder adquisitivo, la realidad es muy distinta: la diferencia de productividad con Europa desaparece por completo.
Utilizando esta medida, también podemos ver que el PIB de China superó al de Estados Unidos en 2016. Actualmente es más de un 30% superior y alcanzará el doble del PIB estadounidense en 2035. Esto tiene consecuencias muy reales en términos de su capacidad para influir y financiar inversiones en el Sur, especialmente si Estados Unidos sigue manteniendo su postura arrogante y neocolonial. La realidad es que Estados Unidos está a punto de perder el control del mundo, y que la retórica trumpista no hará nada para cambiarlo.
Resumiendo. La fuerza del nacional-capitalismo es que exalta la voluntad de poder y la identidad nacional, al tiempo que denuncia las ilusiones de una retórica despreocupada sobre la armonía universal y la igualdad entre clases. Su debilidad es que choca con los enfrentamientos entre potencias y olvida que la prosperidad sostenible requiere inversiones educativas, sociales y medioambientales que beneficien a todos.
Frente al trumpismo, Europa debe ante todo seguir siendo ella misma. Nadie en el continente, ni siquiera la derecha nacionalista, quiere volver a las posturas militares del pasado. En lugar de dedicar sus recursos a una escalada sin fin (Trump exige ahora presupuestos militares del 5% del PIB), Europa debe basar su influencia en la ley y la justicia. Con sanciones financieras selectivas que se apliquen realmente a unos pocos miles de dirigentes, es posible hacer oír nuestra voz con más eficacia que amontonando tanques en cobertizos. Sobre todo, Europa debe escuchar la demanda de justicia económica, fiscal y climática que viene del Sur. Debe volver a la inversión social y superar definitivamente a Estados Unidos en formación y productividad, como ya lo ha hecho en salud y esperanza de vida. Después de 1945, Europa se reconstruyó gracias al Estado social y a la revolución socialdemócrata. Este programa no ha concluido: al contrario, debe considerarse como el principio de un modelo de socialismo democrático y ecológico que ahora hay que reflexionar a escala mundial. " (
No hay comentarios:
Publicar un comentario