9.4.25

Nerón en la Casa Blanca... para Powell, presidente de la Reserva Federal, Estaríamos en un cuadro de estancamiento y aumento de precios, una estanflación que ya se conoció en la década de 1970. Hipótesis arriesgada, pero no descabellada... las acciones de Trump no van en la línea de dotar a la economía pública de la fortaleza necesaria cuando se busca sustituir importaciones por producción nacional. Al contrario... Las empresas estadounidenses que operan en el exterior es poco probable que accedan a cambiar esos costes laborales unitarios bajos que ahora tienen, con los aranceles que se van a desarrollar. El coste-beneficio va a ser, presumiblemente, seguir fabricando donde están... la desindustrialización estadounidense se explica por las mayores rentabilidades en las finanzas en Wall Street que en apuntalar positivamente la economía industrial del país... Mientras la lira sigue sonando y el incendio se acrecienta, se van produciendo movimientos. El más el más doloroso para Estados Unidos, el de China... el control de exportación de tierras raras, indispensables para la producción de misiles, supone un golpe para industria militar y tecnológica de USA... Nadie puede aventurar con rigor hacia dónde puede derivar este despropósito, en el que se mezclan medidas de política comercial en contextos de guerras calientes en diferentes puntos del planeta, avances de la intransigencia política y del neo-fascismo que persiguen dinamitar los resortes democráticos, y con la amenaza permanente de las consecuencias del cambio climático. Nos adentramos en tiempos de plomo, mientras el incendio devora expectativas y esperanzas (Carles Manera)

 "  Caídas de las bolsas mundiales, con la de Estados Unidos a la cabeza, situándose en índices de la pandemia. Las pérdidas en Wall Street se enfilan a más de 6 billones de dólares. En su conjunto, –10%, con derrumbes llamativos en los índices Nasdaq (–5,8%), Dow Jones (–5,5%), S&P 500 (–5,98%). Desplome de acciones de empresas emblemáticas (General Electric, –6%; Ford, –5,9%; General Motors, –4,2%; Apple, –9,2%; Microsoft, –2,3%) junto a instituciones bancarias (Bank of America, –11%; Goldman Sachs, –9,2%). Las grandes empresas tecnológicas (las denominadas Siete Magníficas: Apple, Amazon, Alphabet, Microsoft, Nvidia, Meta, Tesla) restan más de 980 mil millones de dólares de valor de mercado. Una auténtica sangría. En paralelo, desmoronamiento de las bolsas europeas y asiáticas, que arrojan descalabros del –5% en general. Mientras hace sonar la lira en el balcón de su residencia, señalando casi de forma edulcorada que todo esto es normal –como una operación quirúrgica a un paciente–, Trump sigue empecinado en condenar a la economía mundial a una recesión sin sentido, con pérdidas para todo el mundo. Y atacando sin tregua a sus otrora aliados. Un reguero de incendios desencadenados hacia el caos.

            Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, ya ha advertido que los aranceles van a tener consecuencias mayores a las esperadas, y que es muy probable una crisis económica en Estados Unidos en los próximos meses, con sus corolarios en la economía planetaria. Una crisis en la que las tensiones inflacionistas pueden aparecer, de manera que el aterrizaje de los precios –que Powell ya daba por hecho– y el mantenimiento del crecimiento económico, se encuentran ahora mismo en entredicho. Se abren fuertes especulaciones sobre posibles bajadas de tipos de interés en un escenario de contracción; pero Powell no descarta mantener los tipos en su estado actual, ante el riesgo claro de inflación. Estaríamos, entonces, en un cuadro de estancamiento y aumento de precios, una estanflación que ya se conoció en la década de 1970. Hipótesis arriesgada, pero no descabellada.

            Mientras las llamas se propagan, el pretendido emperador, con ceño fruncido, advierte que los aranceles resituarán a Estados Unidos en una potente senda de crecimiento. Esto no ha sucedido nunca en la historia económica de los últimos 120 años con tal política económica. Los aranceles se desplegaron tras la primera gran crisis del capitalismo, en 1873; y se retomaron con fuerza en la economía de entreguerras. En etapas económicas con unas características que poco tienen que ver con la actual. Todo con resultados negativos derivados de los cierres de las economías y en coyunturas en las que los grados de apertura de las economías, siendo importantes, no eran tan elevados como los actuales. El inspirador del desaguisado actual, Stephen Miran, ha permeado a Trump una hoja de ruta de elevadísimo riesgo, que denota, además, un conocimiento limitado de la economía internacional, una ignorancia profunda de la historia económica y, sobre todo, el arrinconamiento de los elementos determinantes de la estructura productiva de Estados Unidos. Unos factores conviene subrayar:

  • Los aranceles se han impuesto a partir de datos erróneos, desde una fórmula con variables y resultados que exigirían el suspenso de un estudiante de primero de Economía. Las cifras de partida ya son un nuevo mantra mentiroso de Trump, uno más, y ha sido criticado por economistas eminentes –Larry Summers, Georg Mankiw, Paul Krugman, entre otros– que no son representativos de corrientes heterodoxas.
  • Reindustrializar un país no se puede ajustar, tan solo, a una política comercial de “arruinar al vecino”, impulsando una política que algunos han definido como “sustitución de importaciones”. En efecto, esta fue una línea de actuación de muchos países en otras coyunturas muy especiales –con graves crisis desencadenadas o en contextos bélicos: recordemos, por ejemplo, casos de economías latinoamericanas entre los años 1930 y 1980, una práctica avalada por la CEPAL en términos teóricos y por el economista Raul Prebisch–.
  • Sustituir importaciones implica varios componentes, desde altos aranceles hasta subsidios a empresas nacionales, fuerte inversión estatal en sectores estratégicos, controles en los precios y tipos de cambio preferenciales y la formación de empresas estatales si las inversiones privadas eran parcas. En Estados Unidos, muchas industrias clave se han deslocalizado tanto en México como en países asiáticos, en sectores como el automovilístico y el tecnológico. La búsqueda de costes laborales unitarios más bajos fue el acicate para los empresarios que estimularon tal planteamiento.
  • Las acciones de la administración Trump y de su escudero Elon Musk no van en la línea de dotar a la economía pública de la fortaleza necesaria cuando se busca sustituir importaciones por producción nacional. Al contrario: el desmantelamiento de organismos públicos y la retracción de la inversión federal constituyen el frontispicio que abre una política económica e industrial interior que no parece vaya a conducir a la reindustrialización que, persiste la lira del pseudo-emperador, canta y propaga. En definitiva: los aranceles no son, en absoluto, la palanca reindustrializadora que Trump dice, y su conformación obedece más a objetivos que se relacionan más directamente con presiones predatorias hacia todo el mundo, incluyendo países que eran considerados como amigos o aliados.
  • Las empresas estadounidenses que operan en el exterior es poco probable que accedan a cambiar esos costes laborales unitarios bajos que ahora tienen, con los aranceles que se van a desarrollar. El coste-beneficio va a ser, presumiblemente, seguir fabricando donde están.
  • Esta desindustrialización de la economía de Estados Unidos no es responsabilidad de los déficits comerciales del país; éstos han facilitado, no debe olvidarse, fuertes entradas de capital y la posibilidad de consolidar la fortaleza económica norteamericana, gracias a la importancia del dólar como moneda refugio. Que, además, cuenta con saldos positivos en su balanza de exportaciones de servicios tecnológicos y digitales hacia, por ejemplo, la Unión Europea (un superávit de 109 mil millones de euros para Estados Unidos en estos renglones): esta es una tangible herramienta de negociación para los europeos, tocar esos registros. Como señalaba en un reciente e ilustrativo artículo Daniel Fuentes, es más el capital que el comercio lo que puede atender con solvencia la Comisión Europea, abriéndose a su vez a reforzar lazos económicos con el área asiática. No hay ni estafa ni abuso por parte del mundo hacia Estados Unidos, contradiciendo el discurso populista y victimista de Trump.
  • La financiarización de la economía explica muchos de los problemas de economía productiva que tiene Estados Unidos: la tasa de beneficios en empresas industriales es más baja que en empresas financieras y especulativas, desde sobre todo los años 1980 tras los procesos letales de des-regulación del sistema financiero y la derogación de la ley Glass-Stegall, una normativa decretada por Franklin Delano Roosevelt para paliar las consecuencias de la Gran Depresión. Es aquí donde cabe observar con mayor rigor el proceso gradual de desindustrialización: mayores rentabilidades en las finanzas en Wall Street que en apuntalar positivamente la economía industrial del país.
  • Una ecuación más realista se puede delinear: los aranceles van a encarecer las importaciones en Estados Unidos –a parte de lesionar las economías de otros continentes–, lo que va a inferir procesos plausibles de inflación, elevación de los costes del nivel de vida, incertidumbres empresariales, incrementos en la tasa de desempleo y una caída relevante de la demanda agregada por varios motivos centrales: el retroceso de la inversión pública, el despido de decenas de miles de trabajadores públicos, el desmantelamiento de oficinas y organismos importantes, relacionados con el mundo sanitario y con el educativo, junto al temor de la población inmigrante y su previsible retracción de consumo ante la inseguridad. Desmontar la economía pública parece ser un objetivo, para favorecer la entrada agresiva de la economía privada de la mano de los grandes consorcios que han empujado la victoria de Trump.

      Mientras la lira sigue sonando y el incendio se acrecienta, se van produciendo movimientos. El más significativo, el más directo, el más doloroso para Estados Unidos, el de China. Los dirigentes asiáticos han permanecido silentes mucho tiempo, a la expectativa, como quien dice “viéndolas venir”. Hasta hace pocas horas: el anuncio de responder con aranceles a las importaciones norteamericanas y, esencialmente, la aplicación de severos controles a las exportaciones de tierras raras (gadolinio, disprosio, escandio, lutecio, etc.; China tiene en sus manos el 80% del comercio total de estas producciones) supone un golpe para la industria militar de Estados Unidos (en su producción de misiles, por ejemplo) y, a la par, a las industrias médica y electrónica. Dos vectores, el tecnológico y el militar, en los que la competencia entre Estados Unidos y China es acendrada. Difícil saber si todo esto puede reconsiderar la posición de Trump. Probablemente no. El daño ya está hecho, y su desbordamiento se está haciendo efectivo. La ira de Trump en sus mensajes en su propia red rubrica que Pekín ha tocado la tecla precisa.

      Esta nueva era en la que nos ha metido Trump ha reforzado la incertidumbre que presidía el gran escenario de la economía mundial. Nadie puede aventurar con rigor hacia dónde puede derivar este despropósito, en el que se mezclan medidas de política comercial en contextos de guerras calientes en diferentes puntos del planeta, avances de la intransigencia política y del neo-fascismo que persiguen dinamitar los resortes democráticos, y con la amenaza permanente de las consecuencias del cambio climático. Nos adentramos en tiempos de plomo, mientras el incendio devora expectativas y esperanzas. Tiempos en los que no se puede retroceder. Porque muchos queremos silenciar la lira que trata de adormecer las conciencias."

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